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Por un Modelo Cristiano de Desarrollo Humano

por | Filosofía

En la búsqueda de un modelo cristiano de desarrollo humano, es necesario considerar tres núcleos antropológicos básicos que nos ayuden a entender la naturaleza humana y su relación con el mundo que lo rodea.

El primero de estos núcleos es la identificación de la naturaleza del hombre.

Desde la perspectiva cristiana, el ser humano es un ser-en-relación, a imagen de la trinidad divina que se reveló a sí mismo como el Dios del Amor y de la paz.

La relación es fundamental para el ser humano y, por lo tanto, debe ser considerada como un elemento central en cualquier modelo de desarrollo humano. Esto implica que cualquier iniciativa de desarrollo debe tener en cuenta la necesidad de fomentar relaciones saludables entre las personas, entre las comunidades y con la naturaleza.

El segundo núcleo antropológico básico es la necesidad de una ética que promueva el arte de la vida buena. En este sentido, es importante reconocer que la teoría del valor propia de la economía no se debe centrar únicamente en el trabajo material, como hicieron las propuestas de Ricardo y Marx, sino en el valor que crea el sujeto, el hombre vivo integral que incluye el don y la gratuidad. Esto significa que cualquier modelo de desarrollo humano debe estar fundamentado en una ética que promueva la dignidad humana y valore el trabajo creativo y productivo.

El tercer núcleo antropológico básico es el reto de afrontar el sub-desarrollo y mal-desarrollo como resultado del mal-pecado, como lo anti-amor, tanto en su dimensión inevitable de desastre natural como el causado tanto por los individuos como por las estructuras. En otras palabras, es importante reconocer que la pobreza y la desigualdad son el resultado de la injusticia y el egoísmo, y que cualquier modelo de desarrollo humano debe abordar estos problemas de manera efectiva.

Un modelo cristiano de desarrollo humano debe tener en cuenta la naturaleza relacional del ser humano, valorar el trabajo creativo y productivo, y abordar los problemas de subdesarrollo y mal-desarrollo desde una perspectiva ética que promueva la dignidad humana y la justicia social[1].

En las sociedades actuales, se ha vuelto común la creencia en la meritocracia, es decir, que el éxito individual se basa en el mérito y el esfuerzo personal. Sin embargo, esta concepción presenta debilidades morales importantes que pueden ser perjudiciales tanto para el individuo como para la sociedad en general.

En primer lugar, la meritocracia tiende a ignorar la influencia de factores externos que pueden contribuir al éxito individual. En la realidad, nadie alcanza el éxito completamente por sí solo, sino que se necesita la ayuda y el apoyo de la sociedad, la familia, la educación, entre otros factores. Por lo tanto, el mérito individual no debería ser la única medida del éxito.

La economía y el lenguaje también son importantes para distinguir entre mérito y valor. El valor de una persona no se mide solo por sus logros materiales o económicos, sino también por sus habilidades, virtudes y su capacidad de contribuir al bienestar común. Es decir, no solo se trata de lo que una persona tiene o ha logrado, sino de lo que puede aportar a la sociedad.[2]

Por otro lado, es importante reconocer que el bien común es una dimensión espiritual y moral fundamental que debe guiar nuestras acciones en la vida. La idea de que la sociedad es un conjunto de individuos aislados compitiendo por recursos y poder es equivocada y peligrosa. En cambio, deberíamos adoptar una espiritualidad del bien común que se base en el acompañamiento y la corresponsabilidad, es decir, en el hecho de que todos somos responsables de construir una sociedad más justa y solidaria.

Una imagen de Dios-Amor que crea, cría, cuida y cura a cada uno nos invita a mirar a las personas y a la sociedad con una perspectiva más compasiva y comprensiva. Esta imagen nos ayuda a reconocer que todos somos seres humanos imperfectos que necesitamos ayuda y apoyo mutuo para crecer y desarrollarnos. En lugar de centrarnos solo en el éxito individual, deberíamos trabajar juntos para construir una sociedad más justa y solidaria que reconozca y valore la dignidad de cada persona.

La meritocracia tiene debilidades morales importantes que debemos abordar si queremos construir una sociedad más justa y solidaria.

Debemos reconocer la importancia de la contribución de la sociedad en el éxito individual, distinguir entre mérito y valor y adoptar una espiritualidad del bien común basada en el acompañamiento, la corresponsabilidad y una imagen de Dios-Amor que nos invita a trabajar juntos por el bien común.

La importancia del bien común radica en su capacidad para construir sociedades más justas, equitativas y humanas, donde se promuevan valores como la solidaridad, la cooperación, la equidad y el cuidado del medio ambiente. Esto implica el desarrollo de políticas públicas que promuevan la inclusión y el acceso a los recursos necesarios para vivir una vida digna y plena, así como el cuidado del medio ambiente y la construcción de relaciones justas y equitativas entre los seres humanos. La promoción del bien común es fundamental para garantizar la sostenibilidad a largo plazo de la sociedad, y para construir una cultura de paz y la prevención de conflictos.[3]

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[1] ¿Puede el Amor ser el fundamento del desarrollo humano?: teología para un desarrollo humano integral JOSÉ MARÍA LARRÚ en: Corintios XIII: Revista de Teología y pastoral de la caridad. ISSN. 0210-1858 n. 170 (2019), p. 98-119.

[2] De la tiranía del mérito a una espiritualidad del bien común JOSÉ MARÍA LARRÚ en Sal Terrae 110 (2022) 417-430.

[3] COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA. PONTIFICIO CONSEJO « JUSTICIA Y PAZ ». 164 – 170 . Copyright 2005- Libreria Editrice Vaticana. ISBN 88-209-7697-8. https://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/documents/rc_pc_justpeace_doc_20060526_compendio-dott-soc_sp.html

 

 

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