Hacia 500 años de la Virgen de Guadalupe

A lo largo de la historia de la humanidad hay multitud de hechos y acontecimientos que van marcando el derrotero de individuos, naciones y en ocasiones de la humanidad; estos pueden ser desde el nacimiento de un hijo o la muerte de un familiar, hasta aquellos de carácter político, económico o religioso que provocan un cambio de rumbo temporal o definitivo en dichas comunidades.
Sin embargo, la historia no la hace solo el hombre con sus decisiones y voluntad, hay también ocasiones en que la Providencia se manifiesta de múltiples maneras impactando, reorientando el rumbo y la dirección del acontecer humano. Y esto es así aun cuando para Dios no exista temporalidad alguna.
Claros ejemplos de ello son, sin lugar a duda, los fenómenos sobrenaturales que conmovieron al mundo el siglo pasado en Fátima, Portugal, el 13 de mayo de 1917, o el atentado contra san Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro, también un 13 de mayo, pero de 1981; o el famoso “Milagro del Vístula” del 15 de agosto de 1920. En todos los casos referidos se trata de intervenciones o apariciones de la Santísima Virgen en medio de circunstancias graves en Europa y en todos los casos con personas, en momentos y lugares específicos.
En nuestro México, hace 492 años, del 9 al 12 de diciembre de 1531, en un ambiente de incertidumbre y encono social, apenas transcurrida una década luego de la conclusión de la guerra de conquista y caída de la Gran Tenochtitlan en 1521, con la formación de una sociedad mestiza en ciernes, ante la gestación de una nueva nación con características políticas propias de los estados europeos, la inmensa mayoría de la población indígena padecía una profunda incomprensión de las verdades del evangelio y no acababan de asimilar los acontecimientos que habían descoyuntado toda una cosmogonía centenaria prehispánica. En esas circunstancias, la misericordia divina se manifestó de forma milagrosa con las apariciones de la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac, al norte del Valle del Anáhuac, hoy ciudad de México.
Dicho suceso, caracterizado por la presencia milagrosa de una mujer joven con rasgos mestizos que con su cuerpo eclipsa el sol y tiene a la luna a sus pies, que se llama a sí misma Tecuatlasupe, “la que aplasta a la serpiente”, se presenta en actitud orante y preñada, con un mensaje de esperanza y protección maternal de las comunidades indígenas que no acababan de asimilarse del todo al nuevo modelo social y político.
Mediante su mensajero, el indio Juan Diego, Cuahutlatoatzin, natural de Cuautitlán, transmite el mensaje al recién nombrado primer obispo de México, Fray Juan de Zumárraga. Ella se presenta al indio como Ipalnemohuani, es decir la madre del verdaderísimo Dios por quien se vive, In Teyocoyani, el creador de las personas, In Tloque in Nahuaque, el dueño del cielo, el dueño de la tierra, términos todos conocidos por la tradición religiosa náhuatl que hacían referencia a los atributos de Ometeotl.
A partir de ese momento comienza un proceso de conversión de pueblos enteros a la fe cristiana, de respeto e identificación con el mensaje evangélico, así como de entrega confiada de los amerindios ante el mensaje salvífico que los misioneros hispanos denodadamente se esforzaban por difundir.
A quinientos años de aquel acontecimiento que marcó profundamente el alma de la nación iberoamericana, la permanente presencia de la Guadalupana es muestra fehaciente del amor y predilección por todos cuantos habitan el Continente de la Esperanza, en medio de los sufrimientos y las tragedias que a diario les amenazan: el flagelo del crimen organizado, el narcotráfico y las adicciones, el secuestro y todas las expresiones de violencia, incluso contra los no nacidos, que atentan contra la familia y la dignidad de la persona humana, los populismos y pobreza, la migración y el ecocidio, entre otras, hay una luz de esperanza que ilumina nuestro camino hacia una vida verdaderamente humana, digna, plena y cristiana, es Ella quien ha de guiar nuestros pasos hacia el encuentro con Su hijo, con Cristo.
Por ello, hoy, al aproximarse el quingentésimo aniversario de las apariciones, resulta más oportuno que nunca el desplegar una gran cruzada de conversión y adhesión a los auténticos valores que dan sentido a nuestras naciones.
Campaña que estará enmarcada en la Novena Intercontinental Guadalupana, mediante la cual la Conferencia del Episcopado Mexicano y la iglesia en México procura una preparación profunda, consciente, del acontecimiento centenario en el cerro del Tepeyac. Novena que ha de distinguirse por la implementación de una pastoral que atienda las necesidades espirituales y corporales de los más pobres y necesitados, de los enfermos y menesterosos, de los migrantes y los desplazados, de los descartados y de aquellos que han abandonado la fe.
Una gran campaña presidida por la presencia de la Guadalupana en su carácter de virgen peregrina por todas las parroquias, decanatos, capillas y comunidades religiosas; por los pueblos, rancherías y comunidades; fábricas, oficinas y mercados; una virgen peregrina que visite los hospitales, prisiones, escuelas y universidades, generando un futuro de esperanza para todos cuantos sufren o están en búsqueda de alimento para su alma.
San Juan Pablo II desde Santo Domingo, República Dominicana, el 11 y 12 de octubre de 1984, al proclamar la Novena de años para la preparación al quinto centenario del descubrimiento de América e inicio de la evangelización, nos convocó “…a un nuevo impulso evangelizador”, a dar mayor vigor al “esfuerzo catequético, que deberá constituir la mejor preparación al quinto centenario…” así como la “proclamación de una sana moral familiar y pública”.
Concluye San Juan Pablo II aquel memorable discurso, tan vigente hoy como hace casi cuatro décadas, convocándonos a una “nueva evangelización de América Latina, que despliegue con más vigor, como la de los orígenes, un potencial de santidad, un gran impulso misionero, una vasta creatividad catequética, una manifestación fecunda de colegialidad y comunión, un combate evangélico de dignificación del hombre, para generar desde el seno de América Latina, un gran futuro de esperanza. Este tiene un nombre: la CIVILIZACIÓN DEL AMOR, síntesis nueva y genial de lo espiritual y lo temporal, lo antiguo y lo moderno, lo que otros te han dado y tu propia originalidad, en síntesis, un testimonio de una “novísima civilización cristiana.
Ese es el reto, desafío para los católicos y hombres y mujeres de buena voluntad, que el anuncio y la proclamación del inicio de la Novena Intercontinental Guadalupana, que el Emmo. Sr, Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de México, sucesor de Zumárraga hizo en compañía del pueblo de Dios el pasado 12 de diciembre, desde la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe. Y que, por un acto de amor apostólico y colegialidad, el Papa Francisco lo hizo extensivo a todo el mundo, mediante la solemne celebración eucarística en la Basílica de San Pedro de Roma.
María de Guadalupe guíe nuestro caminar y bendiga a todas las naciones de América.