Ante el Posthumanismo parte III

El Posthumanismo se ha planteado como una superación a las limitaciones humanas, ideal siempre buscado por una humanidad que ha encontrado respuestas en el pensamiento filosófico, generalmente acompañado de un saber religioso. Al llegar la plenitud de los tiempos Dios habló por sí mismo a través de su Hijo Jesucristo, revelando a la humanidad la superación total y definitiva de todas las limitaciones a través de él: Camino, Verdad y Vida; pero para quienes -por cualquier razón- no han conocido o aceptado este anuncio buscan en un área del saber humano en particular, el de la ciencias cuantitativas, la respuesta a estas características propias de la condición humana, que tiene su más grandes paradigmas en el sufrimiento y la muerte.
A diferencia de las generaciones que han encontrado las respuestas a estas interrogantes en el propio ser humano, el posthumanismo lo encuentra en la técnica, o por decirlo con mayor propiedad, en la tecnología. Numerosos autores han señalado cómo se llega a dar un desplazamiento de la teología a la tecnología como foco central del pensamiento humano; que resulta ser un saber empírico muy extendido entre la comunidad científica. Una idolatría de cierta ciencia por la ciencia, cerrada a toda referencia que la cuestione fuera de su propio ámbito.
La presencia del dolor, la fragilidad y la muerte ha sido enfocado por el Budismo con la renuncia a toda escapatoria: la vida es sufrimiento y la respuesta es la quietud que lleva al Nirvana. Epicuro responde con el abrazo a todos los placeres posibles como antídoto a esas realidades negativas; Séneca con la actitud cuyo nombre lleva su escuela -el estoicismo-: aguantar firme los embates y morir de pie. En estas filosofías la respuesta se encuentra en el hombre mismo, en su interioridad y su conciencia; lo mismo que en la filosofía ilustrada de Kant, actuar ‘como si’ existiera una ley moral superior, la del deber; y hay que esperar hasta Nietzche y su vitalismo del superhombre para ver renovado un optimismo desbordado sobre las potencialidades del hombre nuevo, pero también la respuesta se encuentra en el hombre mismo.
En el posthumanismo la respuesta está ya fuera de la persona, en los avances tecnológicos que permitirán, una vez instalados, superar esas limitaciones. Así nos encontramos con fundaciones que destinan fondos ingentes para erradicar la muerte, para bucear en las profundidades del cerebro y aprender a controlarlo, siempre con el eslogan del bien de la humanidad.
Este pensamiento posthumano se va instalando de forma imperceptible en las conciencias de la contemporánea sociedad de masas, saltando desde algunos avances notables para prevenir o curar enfermedades, a la aceptación de microprocesadores inteligentes que en un principio pueden ayudar a las personas, pero que dan la entrada a posibilidades de manipulación y anulación de la autonomía y libertad humanas.
En estos días se ha conocido la creación artificial de un primer embrión humano que, aunque está aún muy lejano de ser la creación de un ser vivo, conduce a la manipulación del ser humano en aras de una utopía científica de consecuencias no contempladas.
A nivel de la calle, estas tendencias se expresan en la ideología de género, creyendo que es posible escoger el género sexual, llevando a la irresponsable y criminal manipulación de niños y adolescentes; creando en ellos un problema mucho mayor que los potenciales y teóricos beneficios proclamados. Los países nórdicos, pioneros en la experimentación de las mal llamadas libertades sexuales, han debido rendirse a la dura evidencia médica y dar marcha atrás a los pretendidos derechos de los adolescentes a realizar libremente los cambios de género.
A pesar de estos hechos, la estridencia y los enormes recursos económicos de los grupos de presión de la revolución sexual posthumanista, logran mantener en los medios de comunicación -y en la agenda pública- su ideología destructiva y pervertidora. Invariablemente estos grupos chocan frontalmente con el cristianismo.
La fuerza de estos grupos en los Estados Unidos ha llevado al cristiano ortodoxo Rod Dreher a volver la mirada hacia lo que en los tiempos caóticos de la baja edad media hizo San Benito de Nursia -patrón de Europa-, con la regla de los monasterios benedictinos; propone a las familias cristianas que se agrupen en comunidades recuperando la rica tradición del ‘Ora et labora’; con la creación de redes de familias que viviendo la Fe profundamente se apoyen entre ellas, tanto para educar a sus hijos como para crear economías solidarias y autónomas que puedan resistir la persecución y los embates anticristianos.
Las soluciones políticas como los movimientos conservadores republicanos, dice, no han sido capaces de contener la marea. Es precisa una acción mucho más a fondo, que mantenga viva y actuante la Fe: preparando al pueblo cristiano a ser minoritario y más pobre en medio de los tiempos en que se viven. Con numerosos ejemplos ilustra las posibilidades reales de esta acción, en los que resulta indispensable el liderazgo de hombres con convicciones a toda prueba y fe en Dios. Mucho qué pensar.
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