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Libertad, educación y pedagogía en el siglo XXI

por | Educación

Debemos ante todo adentrarnos en el concepto de la naturaleza de la libertad, ya que dada la confusión reinante es necesario volver al origen. Por ello consideramos, a la libertad originaria como inicial apetición del bien, e, inmediatamente, libertad de elegir entre los bienes; ya que, “determinada la voluntad al bien, permanece indeterminada respecto de los bienes, y en ese sentido, no está determinada a uno solo de ellos, sino que su estado propio es permanecer en indeterminación activa respecto del posible último juicio práctico de la razón; en esto consiste propiamente ser libre”[1]. Por lo cual afirmamos que nuestra conciencia ni es la fuente de la realidad, ni lo es de la libertad.

Asimismo ya se ha demostrado cómo la libertad se funda en la verdad, conforme a lo que Cristo nos dice: “La verdad os hará libres”, quien es de la verdad obra en libertad, por ello se ha dicho que la mayor esclavitud a la que el hombre está sometido es la del pecado y el error; por ello también los obispos de América reunidos en el CELAM en 1992, afirmaron que la principal marginación del ser humano es carecer de la verdad; por eso cada vez que dejamos sin educación a los niños, adolescentes y jóvenes, los condenamos a la marginalidad y la exclusión.

Ya aquí podemos entonces comenzar a reflexionar acerca de, cómo acceder a la verdad, para crecer en libertad. Que ha de ser uno de los objetos de la educación; a la cual podemos definir como el desarrollo de todo lo que el hombre es, llevándolo hasta su máxima perfección posible.

 La educación es un proceso de mejora personal, intencional, referido a los dones esenciales del ser humano. Dones de cuya íntima relación nace la unidad del proceso educativo.

Sin libertad el hombre no podría creer ni amar; sin libertad no podríamos crecer en el amor ni crecer en la fe. Desde esta perspectiva de la libertad humana en desarrollo se puede hablar de la educación de la libertad.

La educación se entiende de modos muy diferentes, según se tenga fe o no, ya que ésta afecta esencialmente al proceso de la educación, como asimismo según se entienda el amor y la libertad.

 Leemos en el Concilio Vaticano II: “Hay que ayudar, a los niños y adolescentes, a desarrollar armónicamente sus condiciones físicas, morales e intelectuales, a fin de que adquieran gradualmente un sentido más perfecto de la responsabilidad en el recto y continuo desarrollo de la propia vida y en la consecución de la verdadera libertad, superando los obstáculos con grandeza y constancia de alma.”[2] Esto implica afirmar que toda educación para ser tal ha de ser integral, es decir dirigida a todo el hombre.

 

Educación – Persona – Libertad

 Hablamos de formación integral del hombre integral, y queremos expresar la progresiva educación –supuesta aquella ‘materia’ que es el mismo hombre– de nuevas formas perfectivas, como tales formas suponen la unidad sustancial alma-cuerpo, no se trata solamente de un perfeccionamiento del espíritu en cuanto tal, sino de aquellas cualidades accidentales pero constitutivas de todo el hombre, tanto en el orden sensible cuanto espiritual. Es decir, el perfeccionamiento de las potencias del hombre mediante los hábitos, motores, intelectuales y morales. Y ya sabemos que los hábitos constituyen como una segunda naturaleza, un enriquecimiento progresivo. Y como tales hábitos deben ser ordenados al bien, trátase siempre de hábitos operativos buenos, que son las virtudes.

De ahí que sea inconcebible una educación que no sea moral ya que, sin el crecimiento por las virtudes (lo cual demanda un esfuerzo permanente y a veces hasta heroico) no es pensable un perfeccionamiento del hombre que sea real.

Imaginar que es posible un perfeccionamiento de la persona solamente en el plano físico-sensible y psicológico sin asumir el valor del hombre en sus supuestos metafísicos y en su desarrollo moral, significa colocar la educación en el orden de los irracionales. Es la negación misma de la educación.

Concebir la educación como crecimiento interior por su progresivo perfeccionamiento de las potencias, supone, una condición que el mundo hedonista de hoy no parece muy dispuesto a aceptar: Orden y disciplina, orientación firme hacia el fin, resistencia a las incitaciones contrarias, lucha permanente contra los obstáculos interiores y exteriores, en orden a la adquisición de las virtudes morales.

Este proceso como toda actividad, se orienta hacia un fin. Y el fin no es otro que el hombre mismo, pero no sólo en cuanto a lo que él ya es, sino en orden a su mayor perfección posible. El fin último natural de la educación no es otro que Dios, porque solamente en Él puede el hombre alcanzar su plena perfección que la educación persigue para él.

La educación es proceso temporal en el cual, los hábitos intelectuales y morales se van creando en el tiempo, es decir, en cada opción de cada presente; van creando su tiempo en cada presente hacia el fin último de todo hombre. La voluntad, ejerciendo su libertad derivada en cada una de sus opciones, si es sometida a una verdadera educación, va creando también su propia perfección en el tiempo. Es como si fuera esculpiendo al hombre desde dentro, es decir, cada opción libre se comporta como un golpe de cincel que va formando la imagen del hombre que se quiere edificar; el cincel que maneja la libertad del educando y la libertad coadyuvante del maestro, graba, marca, señala, es decir, esculpe el carácter del hombre. De ahí que un hombre educado sea un hombre de carácter. Educar, significa enseñar a ser hombre.

Cuando a partir de la libertad originaria se logra, en el tiempo, un hombre formado, esta libertad es plena en su orden. El hombre educado, por eso, logra cierta plenitud en el tiempo, pese a todas las imperfecciones y obstáculos del tiempo de la finitud. Cuando el hombre educado, en cada opción, elige siempre el bien infinito, Dios, logra cierta libertad total.

Nadie más libre que el hombre bien formado; nadie más esclavo que quien creyéndose educado está sometido a los vicios y pasiones. Hacer lo que venga en ganas es ser esclavo. Hacer lo que se debe en cada momento del tiempo, es ser libre y es ser, por eso, hombre.

Por consiguiente, el proceso de la educación en el tiempo es proceso de la libertad originaria en la libertad plena y en la libertad total como tensión permanente hacia el fin último natural del hombre.

La libertad, lo mismo que el amor y la fe, es a la vez para el hombre un don gratuito y una tarea encomendada; algo que le ha sido dado, y también algo que puede y debe crecer y desarrollarse.

La libertad humana es capacidad de autodominio, de servicio, de elección, de aceptación, de decisión, de iniciativa, de autotrascenderse… El autodominio, o señorío de sí, consiste en ser capaz de mandar sobre uno mismo. No sólo implica un ejercicio eficaz de la voluntad, sino también la actualización de potencialidades y, por tanto, una mayor cultura, una mayor preparación profesional.

El autodominio es la superación de limitaciones tales como la pasividad, la ignorancia, el egoísmo. El autodominio se manifiesta en el uso inteligente de la inteligencia y la voluntad. Y en las virtudes de la sobriedad y la fortaleza. En general todas las virtudes humanas y sobrenaturales implican autodominio.

Es autodominio la capacidad de decisión, que se opone a la indecisión, a la vacilación y que es el final de un proceso de elección o de aceptación. Se puede llegar a la toma de decisiones eligiendo o aceptando, según exista o no más de una opción; según se pueda optar, en función de un objetivo a conseguir, entre dos o más alternativas o, por el contrario, se acepte una alternativa, también en función de un objetivo, sea porque no hay más, sea por aceptación de una decisión ajena. Esto se refiere al ejercicio de la obediencia en seres libres.

El servicio da sentido a la vida del hombre, pero desde su libertad. Para que el servicio humano cumpla esta condición basta con que exista autonomía interna, determinación de servir; no es necesaria, aunque sí deseable, la autonomía externa. En realidad, hay determinación o decisión de servir cuando hay amor. Se sirve libremente por amor. Y, además, sólo el amor a Dios es suficientemente motivador para servir libremente.

Negarse a servir conduce a zonas de egoísmo, de egocentrismo, y de egolatría. Negarse a servir es negarse a amar. El amor presupone la libertad, pero aspira a un servicio desinteresado. El que ama toma inmediatamente una decidida actitud de servicio y es precisamente este servicio de amor lo que desvela la más alta y satisfactoria libertad, que lleva a San Agustín a afirmar “ama y haz lo que quieras”.

La educación de la libertad, como desarrollo de capacidades humanas, puede resumirse en un proceso de mejora de estas dos dimensiones del hombre: autodominio y servicio. Un mayor autodominio para un mejor servicio.

Una precaria autonomía interna hará que un hombre se limite a reaccionar en lugar de decidir; aprender y enseñar a tomar buenas decisiones constituye un aspecto central de la educación de la libertad.

Una libertad sin compromiso, sin riesgo,  sin responsabilidad, ya no es libertad.

 

Errores pedagógicos

Transitando el Tercer Milenio de la Era Cristiana, nos encontramos con escenarios sociales que vuelven a propugnar en la educación los errores del pasado, ya sea postulando un naturalismo educativo donde la expresión espontánea del educando es signo de su saber y asimilación de las experiencias concretas de la realidad, hoy especialmente de aquello que recibe a través de la televisión y de la red de internet; por lo cual no cabe el rol del Maestro, ya que éste sería un obstáculo en el crecimiento ‘libre’ y desde luego carece de sentido diferenciar la verdad del error, pues la razón del ‘alumno’ se erige en norma de verdad, independientemente de la objetiva realidad.

Otros, inspirados en “el hombre bueno” de Juan Jacobo Rousseau y en “el hombre, mero proyecto de su libertad” de Jean Paul Sartre, sostienen nuevamente la necedad de aquellos que pretendemos la existencia de una verdad objetiva y buscamos la corrección del error, como un acto de amor realizado al prójimo, buscando su bien. Ellos, por el contrario, sumergidos en un relativismo gnoseológico, y sosteniendo una libertad total y absoluta, impugnan toda norma que oriente al alumno y descreen de la disciplina como instrumento en la educación de la persona. Asimismo, propugnan un relativismo moral, en el cual, al no aceptarse una ley objetiva y universal, carece de sentido la corrección y la sanción del error, fomentando un clima de anarquía, que es la antítesis de toda auténtica educación.

Se ha dicho con razón, que hoy estamos sumergidos en una crisis de valores, y particularmente padecemos una ausencia de autoridad. En los padres de familia que ya no se atreven a decir que NO, a los desvíos de sus hijos, ni siquiera son capaces de corregirlos, porque la tele-adicción los ha llevado a cargar con un complejo de culpabilidad frente al ejercicio del arte de mandar. La corrección es un acto de amor, por el cual se busca que el hijo ejerza su voluntad libre siempre orientada hacia el bien.

Asimismo, el maestro va permeándose de este nuevo espíritu, ya que no sólo la sociedad mediática influye sobre el ejercicio de la autoridad, sino que además debe resistir el embate de algunos padres que, habiendo abdicado de mandar en sus hogares, tampoco aceptan que la escuela propugne el orden y la disciplina, indispensables en todo proceso educativo.

Y cuando esta situación de ausencia de autoridad excede el marco de la familia y la escuela y se instala en la dirigencia que debe procurar el bien común, éste se vuelve inalcanzable, pues toda sociedad ordenada según la recta razón supone una autoridad, cuya legitimidad se renueva día a día siempre y cuando se oriente a la consecución del bien común, y no del bien particular o de partido.

Contemporáneamente Paulo Freire, impulsará lo que denomina una ‘educación liberadora’ inspirada en los modelos de Hegel, Marx y el ‘Che’; y con sustento en la praxis, en una relación dialogal horizontal, donde no existe la autoridad. Sostiene Paulo Freire, que “el único camino a seguir es la concientización de la situación; dicha concientización prepara a los hombres, en el plano de la acción, para la lucha contra los obstáculos a su humanización”[3]. El paso siguiente es promover una revolución cultural, para llegar a la revolución total donde el mismo homicidio queda justificado, según sus mismas palabras: “La revolución es biófila, es creadora de vida, aunque para crearla sea necesario detener las vidas que prohíben la vida”. [4]

Cabe señalar también en esta anti-educación las tesis sostenidas por Antonio Gramsci y Jaques Derridá, que apuntan a la subversión cultural y al desconstructivismo del “logos” occidental, respectivamente.

Para Antonio Gramsci Se debe conquistar el ‘mundo de las ideas’, para que lleguen a ser las ‘ideas del mundo’ (Quien no vive como piensa, termina pensando como vive).

De acuerdo con esta estrategia lo que corresponde es una ‘agresión molecular’ a la sociedad civil, un ámbito donde la batalla central se libra en el campo de las ideas religiosas, filosóficas, científicas y artísticas. Todas éstas son las fortalezas que es preciso ir conquistando poco a poco, las casamatas que hay que ocupar, se trata de una guerra de posiciones.

Así Gramsci apuntó a los medios de comunicación y educación, donde los ‘trabajadores de las ideas’ pueden llevar a cabo su mejor tarea, considerándolos como el objetivo básico para la conquista del poder. Para ello es vital el control de los centros de difusión de ideas, universidades, colegios, prensa, radio, etc. Es una marcha a través de las instituciones.

Habrá que desprestigiar a la Iglesia, al Ejército, a los intelectuales, a los profesores, a todo lo que revista autoridad, incluso a los mismos padres. Para hacerlo se deberá emplear su mismo lenguaje, enarbolando las mismas banderas de libertad y democracia, como brechas para penetrar la sociedad civil; pero no olvidando que se las considera tan sólo como un instrumento para la marxistización general del sentido común del pueblo, banderas que serán abandonas por innecesarias, una vez alcanzado el proceso de hegemonía del pensamiento.[5]

Para Jaques Derridâ, al igual que otros posmodernos “Todo discurso hablado o escrito es ilegible, indescifrable, incapaz de significar algo; si tiene algún significado se lo impone desde fuera la voluntad de poder del más fuerte.”

Según esta corriente la modernidad se hallaba dirigida por la idea de fin. La teleología o la finalidad de las cosas, guiaba todas las manifestaciones del ser humano. Hoy ya no se concibe así la realidad; la sociedad de los medios masivos de comunicación es la sociedad de lo caótico y lo múltiple; como consecuencia se hace necesaria una Destrucción de la razón, desconstrucción del logos que se reconoce como elemento central de la tradición judeo-cristiana. Todos los lenguajes occidentales son metafísicos, habrá que terminar con ellos. Hay que cambiar la denominación tradicional de las cosas, que se plasma en la llamada psicogénesis y lectoescritura, que propone que el educando nombre las cosas como se le ocurra, debiendo el maestro o guía abstenerse de inculcarle los conocimientos y manera de denominar las cosas según la tradición y el sentido común.

Asimismo, se desprende de esta actitud una crítica acerba del lenguaje y la palabra, desvinculándola de su principio metafísico del ser, todo el lenguaje pierde consistencia.        

 

Conclusión

Hoy como ayer vuelven a la palestra educativa, teorías pedagógicas que creíamos fenecidas, sin embargo, regresan con mayor virulencia a través de los actuales medios masivos de comunicación y las redes digitales.

La Educación del hombre de todos los tiempos y lugares supone contribuir eficazmente a su desarrollo, en orden a alcanzar su plenitud como persona; utilizando para ello los medios más adecuados, que respetando su dignidad, faciliten a quien enseña, lograr el fin propuesto.

Para lograrlo debemos volver a valorar la vocación de ser Maestro, reconocer socialmente su dignidad, y brindarle la formación adecuada para que lleve a sus alumnos al conocimiento de la Verdad y el ejercicio de las Virtudes.

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[1] Alberto Caturelli, ‘La Libertad’, ed. Centro de Estudios Filosóficos 1997

[2] Gravissimum Educationis, Concilio Vaticano II, nº 1.

[3] Paulo Freire, Pedagogía del oprimido pag. 150-151

[4] Paulo Freire, Pedagogía del oprimido pag 225                                                                                       

[5]Antonio Gramsci: “Los intelectuales y la organización de la Cultura”. Ed. Nueva Visión 1997

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