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La Ciudad del Amor y el Orden Social Cristiano

por | Filosofía

La Ciudad del Amor es el universo de elementos ordenados de tal manera que favorezcan a que el hombre busque y logre la perfección en su vida terrenal de acuerdo con su dignidad infinita, y pueda alcanzar su fin último de acuerdo con su vocación trascendente y eterna. [1]

La interacción humana es muy compleja y va acompañada por un mosaico conformado por acciones positivas de colaboración y solidaridad que conviven con luchas y desavenencias.

¿Cómo lidiar con el factor humano en ambientes tan diversos como multiculturales?

Para construir la Ciudad del Amor es indispensable contar con un Orden Social basado en valores y principios universales y atemporales que opere para todos los hombres de todos los tiempos de todos los lugares y de todas las culturas.

El Orden Social a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia

La Ciudad del Amor se construye junto con un Orden Social que opera como sustrato que le da estabilidad y eficacia. Se formaliza en un entorno personal, cívico, social, económico, laboral, legal, y político que envuelve al ser humano, protege los derechos y los deberes de las personas y de las comunidades e instituciones que conforman el tejido social, y asegura la convivencia de acuerdo con los valores y los principios que lo caracterizan, para asegurar el bien común, el desarrollo con equidad y justicia, y la paz social.

El Orden Social edificado por la Ciudad del Amor tiene cuatro valores fundamentales: verdad, libertad, justicia y caridad.  

“La convivencia humana resulta ordenada, fecunda en el bien y apropiada a la dignidad del hombre cuando se funda en la verdad. Cuando se realiza según la justicia en el efectivo respeto de los derechos y en el leal cumplimento de los respectivos deberes. Cuando es realizada en la libertad que corresponde a la dignidad de los hombres impulsados por la misma naturaleza racional a asumir la responsabilidad de sus propias acciones. Cuando es vivificada por el amor, que hace sentir como propias las necesidades y exigencias de los demás e intensifica la comunión en los valores espirituales y la solicitud por las necesidades materiales.” [2]

Verdad

Los hombres tienen una especial obligación de tender continuamente hacia la verdad, respetarla y atestiguarla responsablemente. La convivencia de los seres humanos dentro de una comunidad es ordenada, fecunda y conforme a la dignidad de personas cuando se funda en la verdad. Resolver los problemas en apego a la verdad implica un alejamiento de la arbitrariedad y facilita adecuar las exigencias objetivas a la moralidad.

Es necesario una actividad educativa para impulsar la búsqueda de la verdad, que no puede reducirse a opiniones. De particular importancia es la verdad en la comunicación pública y en la economía, ya que el uso del dinero sin escrúpulos tiene serias implicaciones de injusticia e inequidad social en detrimento del desarrollo de los pobres y débiles. [3]

Libertad

La libertad en el hombre es un signo eminente de ser imagen divina al haber sido creado a semejanza de Dios y de la cual se desprende su dignidad. Toda persona humana tiene el derecho natural de ser reconocido como libre y responsable.

No se debe restringir el significado de la libertad a una perspectiva puramente individualista y reducirla a un ejercicio arbitrario e incontrolado de la propia autonomía personal. La libertad existe verdaderamente cuando los lazos recíprocos, regulados por la verdad y la justicia, unen a las personas.

La libertad busca que cada miembro de la sociedad pueda realizar su propia vocación personal: buscar la verdad, profesar las propias ideas religiosas, culturales y políticas; expresar sus propias opiniones, definir su estado de vida, su propio trabajo, asumir iniciativas de carácter económico, social y político, todo ello en el marco de un sólido contexto jurídico, dentro de los límites del bien común, del orden público y siempre bajo el signo de la responsabilidad.

La libertad debe ejercerse también como la capacidad de rechazar lo que es moralmente negativo y como desapego efectivo de todo lo que puede obstaculizar su crecimiento personal, familiar y social. [4]

Justicia

La Justicia es la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. Se traduce en la actitud de en reconocer al otro como persona, y es el criterio determinante de la moralidad en el ámbito social. 

A las tres formas clásicas de justicia: conmutativa, distributiva y legal, se agrega la justicia social, que es una exigencia vinculada con la cuestión social, y concierne a los aspectos sociales, políticos y económicos, al planteamiento de sus problemas y sus soluciones.

Actualmente el valor de la persona, su dignidad y sus derechos están seriamente amenazados por la tendencia mundial de reducirlo a la utilidad y al tener. La justicia social adquiere un significado más pleno y autentico a la luz de la antropología cristiana, ya que lo justo no está determinado por la ley, sino por la identidad profunda del ser humano.

Es necesario abrir la justicia al horizonte de la solidaridad y del amor. Por sí sola la justicia no basta. Puede llegar a negarse a sí misma si no se abre a la fuerza más profunda que es el amor.

Cuando el actuar humano respeta el orden objetivo de la realidad temporal y está iluminado por la verdad y la caridad, se convierte en un instrumento para la justicia y la paz. [5]

La Caridad

La caridad, originalmente concebida como la actuación en favor de otro, debe ser reconsiderada en su auténtico valor de criterio supremo y universal de toda la ética social. Los valores de la verdad, justicia y libertad nacen de la fuente interior de la caridad.

La justicia es apta para servir de árbitro entre los hombres; sin embargo, solamente el amor es capaz de restituir al hombre a sí mismo. No se pueden regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia. La experiencia histórica ha llevado a formular: summum ius, summum iniuria.  La justicia debe experimentar una notable corrección por parte del amor, que es paciente y benigno, o sea, debe llevar los caracteres del amor misericordioso, esenciales al Evangelio.

Ningún argumento podrá superar el apelo de la caridad. Ninguna legislación, ningún sistema de reglas logrará persuadir a los hombres a vivir en unidad y fraternidad y en la paz. La caridad es la única que puede renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales, y ordenamientos jurídicos.

La caridad social y política nos hace amar el bien común. Nos lleva a buscar el bien de todas las personas no solo individualmente sino también en la dimensión social que las une. [6]  

El Orden Social a la luz de los Absolutos: Bien, Verdad y Belleza

El Orden Social se asienta sobre la roca del orden natural, el orden humano y el orden sobrenatural acorde con los Absolutos del Bien, la Verdad y la Belleza emanados de la Revelación Divina.

La Revelación de Dios, que es Amor, solo puede entenderse porque tiene el propósito de comunicar al hombre la Verdad, para que su inteligencia pueda conocerla, razonarla y amarla; y para comunicar el Bien, para que su libertad y su voluntad puedan conocerlo, practicarlo y amarlo. [7]

La Belleza, junto con la Verdad y el Bien, es una exigencia de la naturaleza humana [8]. Dios, al comunicar la existencia a sus creaturas, dejó el sello de su Bondad y de su Belleza Perfecta en cada pieza. Basta con observar un paisaje, una planta, un animal. El hombre y la mujer, lo más elevado de su obra, poseen la rúbrica de la belleza suprema de la creación, no solo en el cuerpo sino también en el alma.

La Belleza presupone la Verdad y el Bien. No puede haber Belleza en el “error” o en el “mal”. Un matrimonio que concibe un bebé por amor es un acto bellísimo; en cambio su asesinato en el aborto voluntario es un acto asqueroso, horrible, espeluznante, repugnante e inmundo: es la ausencia total de belleza.

El Orden Social que emana de los Absolutos: Bien, Verdad y Belleza, asegura el ambiente adecuado para el bien personal y el bien común del ser humano, como individuo y como colectividad.

El Orden Social Cristiano es el lugar en donde:

  • Los seres humanos puedan encontrar las condiciones de convivencia e interacción humana con guías y límites morales capaces de facilitar una vida digna. [9]
  • Sea una prioridad la educación de la “Inteligencia” en la Verdad, y de la “Voluntad” en la virtud y el Bien para superar la ignorancia, madre de innumerables vicios y yerros. [10]
  • Puedan participar todas las personas en la construcción del Bien Común. [11]
  • Sea posible la distribución de los bienes de la tierra de acuerdo con la dignidad y las necesidades de cada persona y comunidad. [12]
  • Se vivan las reglas de la colaboración y cooperación, que son los ladrillos mágicos para la construcción del edificio social con equidad y justicia, superando el egoísmo con la caridad.
  • Sea posible restablecer el Orden Social con justicia, libertad, verdad y caridad.
  • Se pueda trabajar en la renovación de la sociedad por la sustitución del “error” por la Verdad en la inteligencia, y el reemplazo del “mal” por el Bien en la voluntad, ya que el “error” y el “mal” son las causas eficientes y eficaces de la descomposición social. [13]
  • Sea posible la reintegración social de las personas que hayan fallado a través del perdón y la rehabilitación basada en la educación, en el respeto a la dignidad humana, y en el amor. [14]

La esencia de la Ciudad del Amor

La Ciudad del Amor, cimentada en la verdad, la libertad, la justicia y la caridad, presupone que los Absolutos de la Verdad, el Bien y la Belleza emanados de la Revelación Divina, inunden el pensamiento y el quehacer humano para llenar de verdad y de bondad a todas las personas, comunidades, instituciones y a todos los aspectos del quehacer humano, obteniendo por resultado una sociedad fuerte, pujante, sana y viva, capaz de los mayores logros de desarrollo con equidad y justicia social, de bien común y de paz.

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[1] Benedicto XVI, (2009). Carta Encíclica Caritas in Veritate. Vatican.va. 5

[2] Pontificio Consejo Justicia y Paz, (2004). Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Librería Editrice Vaticana. 205

[3] Pontificio Consejo Justicia y Paz, (2004). Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Librería Editrice Vaticana. 198

[4] Pontificio Consejo Justicia y Paz, (2004). Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Librería Editrice Vaticana. 199 – 200

[5] Pontificio Consejo Justicia y Paz, (2004). Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Librería Editrice Vaticana. 201 – 203

[6] Pontificio Consejo Justicia y Paz, (2004).  Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Librería Editrice Vaticana. 204 – 208

[7] Juan XXIII. (1959). Carta Encíclica Ad Petri Cathedram, Vatican.va. Primera Parte La Verdad

[8] Pio XI. (1936). Carta Encíclica Vigilante Cura. Vatican.va. Constante preocupación pontificia

[9] Paulo VI. (1967). Carta Encíclica Populorum Progressio. Vatican.va. 14

[10] Paulo VI. (1967). Carta Encíclica Populorum Progressio. Vatican.va. 6 – 9

[11] Pontificio Consejo Justicia y Paz, (2004). Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Librería Editrice Vaticana. 354

[12] Paulo VI. (1967). Carta Encíclica Populorum Progressio. Vatican.va. 20 – 21

[13] Juan XXIII. (1959). Carta Encíclica Ad Petri Cathedram, Vatican.va. Primera Parte La Verdad

[14] Pontificio Consejo Justicia y Paz, (2004). Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Librería Editrice Vaticana. 196

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Autor

  • Alejandro Wiechers Rivero

    Maestro en Ciencias de Ingeniería Eléctrica por la Universidad de Austin, Tx, Ingeniero Mecánico Electricista por la UNAM, fundador de FUNDICE AC en Guadalajara, Jalisco, fundador del Instituto Feminatural AC en Guadalajara, Jalisco, autor de los libros “Desnudando el prodigio de la fertilidad humana” y “Todo sobre los métodos naturales y artificiales del siglo XXI”, 18 años en la empresa Hewlett Packard, 8 años en la empresa farmacéutica Probiomed. Inventor de 20 patentes, algunas de ellas en 6 países. Director y fundador de la empresa StepCleaner SA de CV.