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Una vieja sentencia del periodismo es: “bad news are good news”, las malas noticias son buenas noticias. Esa fue la definición que dio el periodismo amarillo a la tarea informativa a través de los medios de comunicación y la receta ha funcionado hasta la actualidad, independientemente del medio que se trate. Por eso pululan las malas noticias que se nos proporcionan día a día y que, sin duda, los proyectan una visión catastrófica de la realidad que provoca desánimo y depresión en muchos, así como desesperanza y visión catastrófica de la realidad.

Mucho se ha insistido en que los medios no proporcionan, al menos en suficiencia, buenas noticias. Pero se argumenta que las buenas noticias no venden y por eso se les margina. Se carece, por tanto, de una visión trascendente de la información.

Ciertamente en nuestro tiempo circulan, y con rapidez, informaciones que nos muestran una pérdida de valores y principios en muchos ámbitos de la sociedad: la promoción del aborto y la eutanasia, el avance del populismo socialista, el pragmatismo de los gobernantes, la ausencia de responsabilidad de muchos ciudadanos que optan por propuestas políticas, económicas y sociales contrarias al bien común, etc.

Pero, al mismo tiempo, se oculta el buen y bien obrar de muchos políticos, de muchas empresas, de organizaciones sociales y de personas que trabajan por el bien de sus hermanos y de la sociedad.

El problema es quién y por qué hace más ruido. A quiénes y por qué, los medios les hacen espacios y publicitan sus acciones. Suele ocurrir que a quienes minan los valores morales, culturales y sociales de occidente, provenientes del cristianismo, les dan más espacio en sus acciones, por mínimas que sean, en contraste con el silencio a las de quienes buscan en las raíces de nuestra cultura y en la entidad cristiana, el impulso para la transformación social y humana que se requiere a la luz del humanismo integral y solidario.

Pese a ello, no se puede caer en el pesimismo o el desaliento. No una, sino muchas veces, las naciones han caído en simas de las cuales parecía que no podrían emerger. Sin embargo, las fuerzas del espíritu han sido más poderosas y una y otra vez se han reconstruido los grupos humanos, si bien limitadamente de acuerdo con la naturaleza humana, pero alcanzando cimas reconocidas por la historia.

En sus orígenes, el cristianismo no ofrecía una mayor perspectiva a la luz de las fuerzas y posibilidades humanas. ¿Qué podían hacer doce seguidores de Nuestro Señor y aquellos que los seguían? Como señaló Gamaliel a Sanedrín. Si lo que ellos predicaban y promovían era cosas de hombres, pronto declinaría y desaparecería.

Pero como era cosa de Dios, no sólo superó la persecución de los judíos del momento y la posterior de los romanos, transformando al mundo en medio de la decadencia del Imperio. Así ha ocurrido y, sin duda volverá a ocurrir.

La esperanza en una autora de la Iglesia y el surgimiento de una civilización del amor, no es un optimismo utópico de los papas del Siglo XX. Es una esperanza fundada en que el mal puede ser ahogado en el bien. No se trata de una simple esperanza humana fundada en ciclos de la historia que registrarían altas y bajas. Se trata de una esperanza teológica que se renueva año con año en la Navidad y que se inicia con el año litúrgico y que precede al año nuevo civil.

Si antes no se dice ¡Feliz Navidad!, tampoco tendría sentido desear un buen año nuevo. De ahí el absurdo de los “tolerantes” intolerantes, que pretendía que en Europa no se pudiera decir Feliz Navidad, para no ofender a los no cristianos. Es el sinsentido de los desesperanzados, o de quienes piensan que con sus solas fuerzas pueden llevar al mundo por un mejor camino.

En cambio, los cristianos tenemos esperanza fundada, a pesar de los pesares, porque tenemos la certeza de que Dios es el Señor de la Historia que camina hacia su culminación en Él, y todo lo que ocurre está en beneficio de los elegidos que habrán de gozar del premio ofrecido y garantizado con la Nueva Alianza, pactada en una cruz que para unos significó una derrota, pero que, en realizad es un signo de victoria.

En eso fundamos nuestra esperanza y en razón de ellas confiamos en que el 2022 estará lleno de dones para quienes confían en el Señor.