El Hombre Mexicano
José J. Castellanos
Conócete a ti mismo
Aforismo Griego
Una de las grandes interrogantes a que se enfrenta la persona humana es el conocimiento de sí mismo. ¿Quién puede afirmar honestamente que se conoce a sí mismo a profundidad? Se llega a firmar, incluso, que una de las cosas a las que más tememos es a ese conocimiento de todo lo que somos. Por eso es poco frecuente que se medite y se haga un examen profundo de conciencia, pues en la medida en que avanzamos en el autoconocimiento más nos sorprendemos y más temor tenemos de seguir adelante.
Si resulta difícil conocerse a sí mismo, ¿qué podemos decir acerca del conocimiento del hombre mexicano? Intentarlo es todo un riesgo y una aventura, pues las generalizaciones son injustas y aventuradas. Por eso son pocos los que lo han intentado y éste es un esfuerzo relativamente reciente, parcial e imperfecto.
Fue Samuel Ramos el primero en intentar tal aventura en 1934 y le llovieron muchas críticas y sobre sus planteamientos se hicieron algunas interpretaciones que, a su vez, quiso desmentir, aunque parece que con poco éxito. Se trataba de un ejercicio, según explicó, “de caracterología y de filosofía de la cultura”.[1]
El autor reconoció que una de las tesis fundamentales de su libro era que el mexicano padece “un sentimiento de inferioridad”, pero que ello no significaba que la raza mexicana tuviera “una inferioridad real, somática o psíquica”. Sin embargo, sostenía y explicaba las razones por la cuales existía un “mecanismo psicológico que determina aquel complejo”.[2]
De esta situación, sostenía que “algunas expresiones del carácter mexicano son maneras de compensar un sentimiento inconsciente de inferioridad”, pero que esta desvalorización es una injusticia que se hace a sí mismo. Por otra parte, advierte que este fenómeno no es aplicable a todos los mexicanos.[3] Esa caracterología, sostiene el autor, es consecuencia de que el mexicano es un pueblo joven y confiaba en que podría ser superada.
Posteriormente Octavio Paz escribió El Laberinto de la Soledad, obra que ha impactado y en la cual también ha pretendido explicar la identidad del mexicano. Como lo indica en el mismo título, el mexicano es un hombre que vive en soledad y desde ella se organiza socialmente. Sin embargo, durante un tiempo:
“Creía, como Samuel Ramos, que el sentimiento de inferioridad influye en nuestra predilección por el análisis y que la escasez de nuestras creaciones se explica no tanto por un crecimiento de las facultades críticas a expensas de las creadoras, como por una instintiva desconfianza acerca de nuestras capacidades.”[4]
Explica que no todos los mexicanos son motivo de su reflexión, sino sólo aquellos que tienen conciencia de su ser como mexicanos, los cuales considera que son muy pocos. Sin embargo, respecto de la supuesta inferioridad, la complementa con la soledad, aunque siente nostalgia por la común que tenía como consecuencia de la participación que le dotaba el catolicismo colonial.
“La existencia de un sentimiento de real o supuesta inferioridad frente al mundo podría explicar, parcialmente al menos, la reserva con que el mexicano se presenta ante los demás y la violencia inesperada con que las fuerzas reprimidas rompen esa máscara impasible. Pero más vasta y profunda que el sentimiento de inferioridad, yace la soledad. Es imposible identificar ambas actitudes: sentirse solo no es sentirse inferior, sino distinto. El sentimiento de soledad, por otra parte, no es una ilusión —como a veces lo es el de inferioridad— sino la expresión de un hecho real: somos, de verdad, distintos. Y, de verdad, estamos solos.”[5]
Pero incapaz de entender al cristianismo, por su formación intelectual, Paz reconoce que el mexicano entiende que el hombre “es un compuesto”, porque entiende que el mal y el bien están presentes en su alma, aunque el Premio Nobel dice que “se mezclan”, cuando en realidad, dicha convicción corresponde no sólo a la experiencia humana, sino a la afirmación central del cristianismo de que, hecho para el bien, como consecuencia del pecado original de Adán, el ser humano vive en conflicto entre las dos tendencias debido a la concupiscencia. Como no entiende la grandeza de la Redención ni la conversión del pueblo al cristianismo, pues lo considera una religión impuesta, hace afirmaciones que se me antojan gratuitas:
“El mexicano venera al Cristo sangrante y humillado, golpeado por los soldados, condenado por los jueces, porque ve en él la imagen transfigurada de su propio destino. Y esto mismo lo lleva a reconocerse en Cuauhtémoc, el joven Emperador azteca destronado, torturado y asesinado por Cortés.”
Así, llega a una negación de su identidad:
“El mexicano no quiere ser ni indio, ni español. Tampoco quiere descender de ellos. Los niega. Y no se afirma en tanto que mestizo, sino como abstracción: es un hombre. Se vuelve hijo de la nada. Él empieza en sí mismo”[6] P.36
Otro autor, Luis Gilberto Orozco,[7] sostiene en pleno Bicentenario de la Independencia, que “el pueblo mexicano anuncia ya un claro preludio de maduración”. Pero encuentra en él:
“una división íntima que se manifiesta aún, tras la pubertad y adolescencia racial, en una conducta encendida, en una dualidad en su comportamiento, expresadas en el extremismo de sus reacciones”. [8]
Desde otro punto de vista, Tarsicio Herrera resalta las incongruencias que se han dado y se siguen dando entre nosotros:
“la falta de congruencia entre lo que decimos y lo que hacemos; entre lo que anhelamos y lo poco que hacemos para lograrlo; entre los buenos propósitos y las pocas realizaciones; entre lo que planeamos a coroto o mediano plazos, y de lo que a las primeras vicisitudes de la vida, claudicamos lastimosamente”[9].
En general, la mayoría de las visiones sobre el mexicano se detienen en el modo de ser, en las manifestaciones de algunos, extrapoladas a todos, pero pocos son los que entran en la esencia del mexicano, analizar el surgimiento del mismo y, como dice Isaac Guzmán Valdivia, en su ontología. Eso es, a fin de cuentas, lo que importa, no los modos de ser. La esencia humana es una, más allá de las cualidades y defectos. Por eso conviene trascender esas descripciones y entrar al fondo, pues, aunque éste se da en lo humano que ya es, también puede transformarse, del mismo modo como surgió, no sólo autónomamente, sino también por el influjo del entorno, familiar, social y cultural. De ahí que, si no se conoce lo esencial, a fuerza de ver, analizar y detenernos en los accidental, generalmente lo defectuoso, terminaremos por perder al mexicano en el contexto de una oleada avasalladora de imposiciones que como olas llegan del exterior en el contexto de la globalización.
LA ONTOLOGÍA DEL MEXICANO
La incomprensión de algunos sobre el mexicano, proviene de que no han penetrado en lo que Isaac Guzmán Valdivia calificó como la ontología de lo mexicano, es decir, una visión de filosofía social que mire desde sus causas lo que somos y nos lo explique, independientemente de su evolución, las resistencias y los choques entre quienes buscan ser fieles a la herencia de la hispanidad como cultura, no como dominio político, y los que se han sumado al liberalismo importado por las logias y que ha buscado, desde la Independencia, sustituir la visión del humanismo cristiano por el individualismo y el positivismo, impulsado por escoceses y yorkinos, así como por el Rito Nacional Mexicano. Esta confrontación ha generado, sin duda, un dualismo entre dos fidelidades.
México nació con un alma cristiana. Se dio en las tierras conquistadas por España una inculturación extraordinaria lograda por los frailes, los jesuitas y los buenos españoles durante el virreinato. Superado el encuentro bélico de la conquista, gracias al acontecimiento guadalupano, se logró superar poco a poco, en la Virgen de Guadalupe como madre de todos los mexicanos, la división interna. A ello contribuyó el mestizaje Al mismo tiempo, la creciente unificación del lenguaje, además del aprendizaje de las pérdida de parte de lo que fuera la Nueva Espala y la superación de la incomunicación, la soberanía sobre el territorio quedó consolidada.
La identidad es personal y nacional. Tiene que ver con el origen, con su historia, con sus relaciones y con su proyección al futuro. Las naciones no tienen, propiamente dicha, conciencia de su identidad, pues son seres accidentales de relación. Pero los hombres que son seres sustanciales tienen conciencia de su identidad y la expresan en su vida diaria, en lo personal y social, y esta vinculación genera sujetos sociales como la familia y la Nación, que se nutren de la vivencia de las identidades personales. Pero, así como la propia identidad se conoce, se asume, se afirma y se expresa, también puede rechazarse, extraviarse y perderse.
En la historia encontramos ejemplos de hombres que han perdido su identidad de manera definitiva, como Benito Juárez o Francisco J. Mújica, que educados cristianamente, se volvieron contra la Iglesia. También otros que, extraviados en un principio, luego se reencontraron, como San Agustín, San Felipe de Jesús o Chesterton. Otro tanto ha ocurrido con algunas naciones.
La incomprensión de algunos sobre el mexicano, proviene de que no han penetrado en lo que Isaac Guzmán Valdivia calificó como la ontología de lo mexicano[10], es decir, una visión de filosofía social que mire desde sus causas lo que somos y nos lo explique, independientemente de su evolución, las resistencias y los choques entre quienes buscan ser fieles a la herencia de la hispanidad como cultura, no como dominio político, y los que se han sumado al liberalismo importado por las logias y que ha buscado, desde la Independencia, sustituir la visión del humanismo cristiano por el individualismo y el positivismo, impulsado por escoceses y yorkinos, así como por el Rito Nacional Mexicano. Esta confrontación ha generado, sin duda, un dualismo entre dos fidelidades.
EL CRISTIANISMO
México nació con un alma cristiana. Se dio en las tierras conquistadas por España una inculturación extraordinaria lograda por los frailes, los jesuitas y los buenos españoles durante el virreinato. Superado el encuentro bélico de la conquista, gracias al hecho guadalupano, se logró superar poco a poco, en la Virgen de Guadalupe como madre de todos los mexicanos, la división interna. A ello contribuyó el mestizaje Al mismo tiempo, la creciente unificación del lenguaje, además del aprendizaje de las pérdida de parte de lo que fuera la Nueva Espala y la superación de la incomunicación, la soberanía sobre el territorio quedó consolidada.
Más allá de las creencias, historiadores y sociólogos serios han constatado que la aparición de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac transformó y mantiene una marca entre los mexicanos, al grado de que se llega a afirmar que todos los mexicanos somos guadalupanos, aunque no seamos católicos. Sin bien esto resulta exagerado, basta observar las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe para ver como hay un ethos guadalupano en el mexicano.
En la conformación de una identidad, afirma Bernardo García Martínez, “el culto a la Virgen de Guadalupe, cada vez más popular, fue un excelente catalizador ideológico”.[11] La Imagen venerada en el Tepeyac fue enarbolada por Hidalgo en Atotonilco y es reconocida como la primera bandera mexicana y la independencia tuvo a la Religión, como una de las Tres Garantías del Plan de Iguala que sirvió de base a Agustín de Iturbide para lograr la independencia.
Pero el guadalupanismo no es una ideología, es una experiencia religiosa dentro del cristianismo. Y se ha asumido de tal forma, que como dice el Himno Guadalupano, “para el mexicano ser guadalupano es algo esencial”.
Hay, entonces, elementos o notas que configuran la ontología de lo mexicano: la religión católica, el mestizaje, su cultura, su lengua, su historia y su patria. Elementos todos entrelazados.
Se podría objetar que, como su nombre lo indica, el catolicismo es universal y no exclusivo de un país. Sin embargo, existe un modo característico, propio, de vivirlo y mantenerse fieles a él en unas circunstancias concretas y en momentos históricos particulares. De la conciencia del propio origen y sentido de vida surge la identidad. Cada persona lo asume libremente y es responsable de su realización. Lo mismo ocurre con las naciones: de la conciencia colectiva de un origen y un destino común se manifiesta el sentido de lo nacional.
EL MESTIZAJE
El mestizaje no debe entenderse puramente como una mezclara de razas, como efectivamente ocurrió y sigue sucediendo. Se trata de un hecho cultural. “Estamos frente a un mestizaje de naturaleza cultural que corresponde al espíritu de la nación. Nosotros somos un pueblo mestizo que cobra conciencia de ser una comunidad que tiene una existencia histórica concreta cuya identidad se revela en los valores que dan sentido a las obras de una civilización propia. Y el mestizaje habrá de ser la clave para después de más de cuatro siglos entendamos mejor el valor de su origen, el sentido de su vida y la responsabilidad de su destino”, escribe López Valdivia.[12] Y es el mestizaje fundando en el orden religioso el “verdadero cimiento de nuestra nacionalidad”[13].
Esto es algo de lo que tiene plena conciencia la Iglesia en México.
“El pueblo mexicano conserva tradiciones culturales muy vivas que ha heredado y conforman el modo en que miramos el mundo, lo interpretamos y nos enfrentamos a él. Nuestra riqueza cultural, con la multitud de etnias, lenguas, tradiciones y costumbres que la integran, es sostenida por un sustrato que la cohesiona mediante su historia, sus valores y sus aspiraciones comunes. Dentro de esta pluralidad cultural, hay elementos valiosos de unidad e identidad nacional, la mayoría nacidos, justamente, de la fe cristiana.”
“Junto con otras raíces culturales y presencias sociales significativas que también han contribuido a delinear el perfil de nuestro pueblo, el cristianismo ‘ha configurado y continúa configurando una parte sustancial de la vida personal y comunitaria de los mexicanos’”.[14]
Sin embargo, a través de nuestra historia han existido mexicanos que no han asumido esta expresión del mestizaje.
“Es un sector disidente del que resulta doloroso hablar. Lo integra una minoría cuya mentalidad deformada por erróneas ideologías ha falsificado nuestra historia y ha negado los auténticos valores de nuestra nacionalidad. Es una minoría mestiza que desconoce su verdadero origen empeñándose en revivir un indigenismo que definitivamente desapareció, y en propagar una envenenada aversión a la obra de España, principalmente su labor evangelizadora en el Nuevo Mundo. Es el grupo anticatólico en nuestro país.”[15]
Como no existe una uniformidad, pero sí la identificación y agrupamiento de quienes comparten su visión de la vida y de la nación, a través de la historia de México se ha vivido esa tensión entre quienes se asumen plenamente como católicos y quieren vivir la congruencia de su fe no sólo en lo personal, familiar y eclesial, sino animando con ello la vida social, y quienes rechazan tal posibilidad y han adoptado un laicismo que en ocasiones ha asumido acciones persecutorias y en otras ha pretendido, desde el poder, imponer una visión contraria al cristianismo, particularmente en el ámbito educativo. Esta pretensión se plasmó en el Artículo 3º. de la Constitución de 1917, modificado después para establecer la educación socialista, y vuelto a modificar con un sentido más equilibrado, sin que por ello dejen de manifestarse tendencias negadoras del derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus convicciones, insertando en los libros de texto de la SEP y en los planes de estudio dichas tendencias.
Dicho propósito quedó plasmado por el ex presidente Plutarco Elías Calles en su famoso “grito de Guadalajara”:
“…los eternos enemigos de la Revolución la acechan y tratan de hacer nugatorios sus triunfos… es necesario que entremos al nuevo periodo de la revolución, que yo le llamaría el periodo de la revolución psicológica; debemos entrar, apoderarnos de las conciencias, de la conciencia de la niñez, de la conciencia de la juventud, porque la niñez y la juventud deben pertenecer a la Revolución… no podemos entregar el porvenir de la Revolución a manos enemigas. Con toda la maña los reaccionarios dicen que el niño pertenece al hogar, que el joven le pertenece a la familia; doctrina egoísta, el niño y el joven pertenecen a la colectividad…”
LA CULTURA
La cultura se explica en la comprensión que los hombres tienen sobre la verdad de sí mismo y del mundo, así como en la historia para su personal realización y de la creación, en un momento dado de la historia y en una sociedad concreta.
La visión cristiana de la cultura fue expresada magistralmente por San Juan Pablo II durante su viaje la UNESCO en 1980:
<<El hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura […]. La cultura es un modo específico del existir y del ser del hombre […]. La cultura es aquello a través de lo cual el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, “es” más […]. La nación es, en efecto, la gran comunidad de los hombres que están unidos por diversos vínculos pero, sobre todo, precisamente por la cultura. La nación existe “por” y “para” la cultura. Y así es ella la gran educadora de los hombres para que puedan “ser más” en la comunidad. La nación es esta comunidad que posee una historia que supera la historia del individuo y de la familia […]… Existe una soberanía fundamental de la sociedad que se manifiesta en la cultura de la nación. Se trata de la soberanía por la que, al mismo tiempo, el hombre es supremamente soberano>>.[16]
La cultura, por tanto, no es ilustración o erudición. Hay quienes saben mucho, pero carecen de un recto sentido de la vida y usan sus conocimientos contra los demás o, incluso, contra ellos mismos. Sin embargo, el acceso a la verdad como la adecuación del intelecto a la cosa conocida, es un requisito para ser culto, y entre más profundo y amplio sea ese conocimiento, a través del estudio y de la ciencia, dota a la persona de los medos para su autorrealización y para el servicio a los demás, trabajando por el bien común.
LA HISTORIA
El otro elemento que nos da identidad personal y social, es la historia. Cada persona tiene una historia que inicia con su nacimiento y se va desarrollando a lo largo de la vida. Cuando se entiende el sentido de la vida personal, que no sólo es terrenal, sino también trasciende más allá, hacia el encuentro con Dios, y lo asume con congruencia, no sólo se sirve a la Nación, sino al creador. Pero quien conociendo su principio y fin, se aparta de él, vive un drama interior que lo lleva al sin sentido de la vida. A consecuencia de las confrontaciones entre el Estado y la Iglesia, el mexicano “ha vivido una visión dualista y contrapuesta de la identidad nacional. La expresión más dramática de esta situación la ha vivido el pueblo en general, pero también muchos de los ciudadanos católicos que participan en la administración pública y en el ejército, pues se han visto obligados a acallar o negar una convicción para poder ser fieles a otra.”[17]
Se dice que el mexicano está escindido interiormente, y así es. Todos los hombres vivimos la doble tendencia hacia el bien y el mal. Así lo explicó con claridad el Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral Gaudium et spes:
“Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno. Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió además el orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, con todos los hombres y con toras las cosas creadas. De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, que cada uno se siente como atado con cadenas. Pero el mismo Señor vino para liberar y fortalecer al hombre, renovándolo interiormente y arrojando fuera al príncipe de este mundo (cf. Jn 12, 31), que lo retenía en la esclavitud del pecado. Pues el pecado disminuye al hombre mismo impidiéndole la consecución de su propia plenitud. A la luz de esta Revelación, tanto la sublime vocación como la profunda miseria que los hombres experimentan encuentran su razón última” (n. 13).
Cada hombre vive ese drama y lo proyecta en su entorno. Se produce, entonces, una interacción que va moldeando un estilo individual que lo influye, sin determinarlo, y se convierte en ocasión de ejercicio de la libertad. Así es como hacemos nuestra historia y la de los pueblos. Los cristianos sabemos en esta lucha estaríamos en desventaja, sino fuera por la gracia que Dios nos trasmite desde el bautismo y en los sacramentos. Una gracia que proviene de la redención alcanzada por Cristo y nos justifica ante Dos, pero que no suprime la naturaleza humana, sino la perfecciona y es ayuda al ejercicio de nuestra libertad. Llamados al encuentro con el Creador y a gozarlo por la eternidad, se trata de un premio inconmensurable que tenemos que alcanzar aportando nuestro esfuerzo mediante una vida de coherencia con la fe recibida.
Este señalamiento no resulta ocioso, pues el pueblo mexicano está bautizado desde su surgimiento como nueva nación, y a pesar de los pesares, al menos el 89.3 por ciento de los mexicanos se declara católico, de acuerdo con el INEGI, y el 8% como protestantes o evangélicos, a fin de cuentas, cristianos. Ciertamente que eso no resulta suficiente. Como ya queda señalado, la pregunta es: ¿qué tan coherente se es con tal definición? ¿Cuál es el uso que hacemos de esa libertad?
El cristianismo plantea un estilo orientado al bien, y el mundo secular también dice buscarlo, aunque desde la ética. Sin embargo, al momento de ejercer la libertad, surgen equívocos y conflictos entre el bien honesto y el bien útil. Este es un tema vigente desde siempre y documentado claramente por los filósofos griegos, particularmente Aristóteles en su Ética a Nicómaco y su Política, concepción enriquecida por los filósofos cristianos, particularmente Santo Tomás de Aquino.
Este pensamiento, tanto religioso como filosóficos, nos fue legado por España durante los primeros trescientos años de vida virreinal y colonial. Ésas son nuestras raíces, nuestro principio como nación. Así fue educado el hombre mexicano. Cierto que también desde entonces se manifestaron luces y sombras, tanto en laicos como en religiosos. Hubo hombres ejemplares y otros perversos, pero los contrastes se vuelven luminosos. Ejemplo cabal de ello son Nuño de Guzmán y Vasco de Quiroga, oidores laicos, jueces y gobernantes. El primero hacedor de injusticias y el segundo impartidor de justicia. En ellos vemos un mismo origen, una misma función y un abismo de diferencia en su comportamiento.
En el caso mexicano ha ocurrido otro tanto. La intromisión norteamericana y de las logias provocaran mudanzas y cambios de lealtades, abandono a los orígenes y confrontaciones sucesivas desde la independencia hasta la dictadura de Porfirio Díaz. Un repaso a esa época de nuestra historia, nos muestra como ideas provenientes de fuera se enfrentaron a la continuidad de lo que ya era la Nación, pues otros intereses buscaban que fuera de otro modo. Así desde entonces han existido dos bandos, y por tanto dos tipos de mexicanos: los leales y fieles al México que ya es, y quienes pretenden un “proyecto de Nación” alejado del mismo. Nuevamente, mismo origen, mismas raíces y otro comportamiento.
Esto no es exclusivo de México. Hay naciones con historias semejantes, aunque no iguales, pero con un trasfondo común: la descristianización de la sociedad. Polonia e Irlanda sufren semejantes agresiones y durante años lograron que más allá de las formas políticas del Estado, la Nación sobreviviera en sus hombres. Esta confrontación está vinculada al destino de las naciones. Así como España ante la Reforma de Lutero cumplió la misión de aportar un continente a la catolicidad, en América, ésta tiene una misión que está pendiente por realizar, vinculada a su origen, y México tiene un papel eminente en esta vocación, que sin duda, como señaló San Juan Pablo II, “la historia de todas las naciones está llamada a entrar en la historia de la salvación”[18].
“La historia de cada hombre y, a través de él, la de todos los pueblos, tiene una peculiar connotación escatológica. El Concilio Vaticano II trató mucho este tema en todo su magisterio, particularmente en las Constituciones Lumen Gentium y Gaudium et spes. Es una lectura de la historia a la luz del Evangelio que sin duda tiene un significado relevante. En efecto, la referencia escatológica indica que la vida humana tiene sentido, como lo tiene también la historia de las naciones. Naturalmente serán los hombres y no las naciones quienes se presentarán ante el juicio de Dios, pero en el juicio sobre los hombres de alguna manera serán juzgadas también las naciones.”[19]
Se afirma que origen es destino. México nace de un “sentido evangélico y una finalidad teológica” de España, “por lo tanto nuestro mestizaje cultural y el valor primario de nuestra nacionalidad, fueron, en su esencia, un fruto histórico de la Religión católica”[20]. Ése es, también, el origen del mexicano. ¿Cuál es, entonces, su fin, en congruencia y consecuencia con él? Isaac Guzmán Valdivia señala que el futuro es incierto, pero el destino está trazado por el “deber ser”, de acuerdo con la naturaleza humana. “El deber ser tiene el signo cristiano en el seno de la Iglesia Católica. Es el destino de una vida de fe cuyo cumplimiento pleno está en el Reino de Dios; pero que habrá de realizarse con las condiciones de ‘nuestra’ naturaleza humana.”[21] Pero nada es fatal, ni se puede imponer. A cada cual toca realizarse en consecuencia.
Al mismo tiempo, el destino nacional está condicionado a cómo los mexicanos, socialmente organizados, proyectamos a la nación. Así como en lo personal, el destino nacional está en juego y siempre en riesgo. “La nación tiene una dimensión histórica. Solamente la vocación del hombre es escatológica. Ésta, sin embargo, repercute de alguna manera en la historia de las naciones”.[22]
Por desgracia, a pesar de que el cristianismo ha configurado nuestro modo de ser personal y social, “tenemos que aceptar que esta preciosa tradición comienza a erosionarse”, reconoce la Conferencia del Episcopado Mexicano[23].
REAFIRMAR NUESTRA IDENTIDAD
Tanto individual como socialmente los mexicanos tenemos el desafío de reafirmar nuestra identidad. En ello nos va nuestra realización personal y nacional. Lo uno va ligado a lo otro. En lo personal, se nos plantea el reto de abrazar nuestro pasado; reconciliarnos con nuestras raíces indígenas y europeas en el mestizaje; asumir un compromiso con los demás con sentido creativo y constructivo, sin injusticias y discriminaciones, superando los riesgos de un colonialismo cultural, y rechazando los aspectos jurídicos, políticos e ideológicos adversos a nuestra identidad cristiana que nos han replegado a lo privado y han impedido el influjo social de la dimensión religiosa de los mexicanos.[24]
El destino nacional, como le ocurrió a España, también está ligado a su ser católico, y no sólo es ad intra, sino también ad extra, misional. Así lo entiende el Episcopado Mexicano, abrevando de las enseñanzas del Papa San Juan Pablo II:
“Como Iglesia misionera estamos llamados a comprender los desafíos que la crisis de la modernidad y la propuesta cultural de la postmodernidad, con su re-despertar religioso, presentan a la nueva evangelización de América en un complejo proceso de globalización. El trabajo realizado por el CELAM acerca de las mega tendencias que se presentan actualmente en nuestros pueblos es un auténtico aporte para nuestra reflexión y compromiso.
“Este contexto de globalización, con los desafíos que implica para la Nación y para la Iglesia, nos ha abierto posibilidades nuevas en la comprensión del significado del acontecimiento guadalupano y de la beatificación de Juan Diego. Sentimos más imperiosa la necesidad de anunciar el Evangelio, salvaguardando la dignidad de las personas, la riqueza de las culturas y colaborando en la construcción de una cultura globalizada de la 23 solidaridad. El Papa Juan Pablo II nos ha hecho ver cómo Santa María de Guadalupe y el testimonio martirial de la Iglesia en México deben empeñarse con mayor ánimo en la evangelización de todo el Continente.”[25]
Las expectativas respecto de México y por tanto de los mexicanos, tienen sentido en razón de sus raíces católicas. Así lo expresó el Papa San Juan Pablo Segundo en Veracruz, durante su visita en 1990:
“Vuestra identidad concreta está marcada por muchos elementos raciales, culturales, religiosos, que se han ido fundiendo y configurando en la nación mexicana. Y esta realidad vuestra ha sido escogida por el Señor, para hacer de vosotros “linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de su propiedad” (1P 2, 9), en una palabra, os ha escogido para ser un pueblo cristiano. En efecto por el bautismo habéis sido incorporados a la Iglesia católica, que ha venido a ser parte constitutiva de vuestra identidad. De esta identidad brota precisamente la siguiente pregunta: ¿cuál es vuestra misión hoy como pueblo cristiano?
“La respuesta viene dada por la condición misma de bautizados: haber sido llamados por el Señor para vivir y proclamar su Evangelio en el mundo, a partir de vuestra historia como mexicanos, con sus luces y sombras, pero convencidos de que vuestra misión es la de dar testimonio de vuestra fe ante el mundo.”
Pero aún en el mundo no católico, a México y a Latinoamérica se nos observa. La OCDE se ha preguntado qué apuesta puede hacer por América Latina y la ha definido así:
Una que afirme la propia identidad común, sustentada en una historia, lenguaje y destino común.
No les toca a ellos definir cada uno de esos elementos, pero entienden que ellos son los que nos hacen ser lo que somos y en la medida de que seamos fieles a los mismos, tendremos un lugar en el concierto de las Naciones para cumplir nuestra misión-vocación.
La pregunta queda en el aire: ¿el mexicano de hoy está dispuesto a ceder su identidad, hoy debilitada, o la asumirá para realizar el destino al que estamos llamados?
BIBLIOGRAFIA
Conferencia del Episcopado Mexicano, Del Encuentro con Jesucristo a la Solidaridad con Todos, México, 2000.
Conferencia del Episcopado Mexicano, Educar para una nueva sociedad, CEM, México, 2012.
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Guzmán Valdivia, Isaac, México y los Caminos de la Libertad, Ediciones Promesa, S. A., México, 1986.
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Juan Pablo II, Discurso en el Puerto de Veracruz en 1990.
Orozco, Luis Gilberto, El Dualismo del Mexicano, edición del autor, Guadalajara, Jal, 2010.
Paz, Octavio, El Laberinto de la Soledad, Fondo de Cultura Económica España,Segunda reimpresión en España, Madrid, 1998,
Ramos, Samuel, EL perfil del hombre y la cultura en México, Lecturas Mexicanas 92, segunda serie, UNAM SEP, México, 1987.
[1] Ramos, Samuel, EL perfil del hombre y la cultura en México, Lecturas Mexicanas 92, segunda serie, UNAM SEP, México, 1987, p. 9.
[2] Ibídem, p. 10.
[3] Cfr. Ibíd. p. 13.
[4] Paz, Octavio, El Laberinto de la Soledad, Fondo de Cultura Económica España, Segunda reimpresión en España, Madrid, 1998, p. 1.
[5] Ibíd. p. 5.
[6] Cfr. P. 36.
[7] Orozco, Luis Gilberto, El Dualismo del Mexicano, edición del autor, Guadalajara, Jal, 2010.
[8] Op. cit. p. 5.
[9] Herrera Vega, Tarsicio, México, País de Incongruencias, Alianza de Maestros, A. C., México, D. F. p.10.
[10] Cfr. Guzmán Valdivia, Isaac, México y los Caminos de la Libertad, Ediciones Promesa, S. A., México, 1986, p. 84.
[11] Escalante Gonzalo, Pablo, et al. Nueva historia mínima de México, El Colegio de México, México D. F, 2005, p. 109.
[12] Cfr. op. cit. p. 85.
[13] Ibíd. P. 86.
[14] Conferencia del Episcopado Mexicano, Educar para una nueva sociedad, CEM, México, 2012, p. 24-25.
[15] Guzmán Valdivia, op. cit. p. 88.
[16] Juan Pablo II, Memoria e Identidad, Editorial Planeta Mexicana, S. A. de C. V., México, 2005, p. 108-109.
[17] Conferencia del Episcopado Mexicano, Del Encuentro con Jesucristo a la Solidaridad con Todos, México, 2000, No. 34.
[18] Juan Pablo II, Memoria e identidad, p. 94.
[19] Ibíd. p. 98.
[20] Guzmán Valdivia, op. cit. p. 86.
[21] Ibíd. p.90.
[22] Juan Pablo II, op. cit. p. 98.
[23] Cfr. op. cit. p. 25.
[24] Cfr. Ibíd. p. 26 y 27.
[25] Del Encuentro con Jesucristo a la Solidaridad con Todos, Nos. 89 y 90.