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Se plantea una reflexión en torno a varios cuestionamientos: ¿Cómo vincular la experiencia de Dios en el ejercicio de la política? si Dios es Amor, ¿Cómo sería una experiencia completa del Amor en el ámbito de la política? y ¿de qué manera podría identificarse?

El amor humano surge de la relación de dos seres cuyo drama está en la libertad para la selección de la actitud con la cual asumen ése encuentro. Éste es su contenido, donde la actitud adoptada evidencia su sentido en dos direcciones: En una, cada participante se dirige hacia su beneficio mientras que, en la otra, cada uno se orienta a la búsqueda del bien del otro. En el primer caso se valorará el resultado en función de su utilidad mientras que, en el segundo se hará en cuanto a la capacidad de entrega. En este punto es importante señalar que entendemos a la política como el arte de vivir en comunidad lo cual implicaría, desde nuestra postura, ver en la política el incremento potencial de esos vínculos interpersonales en todos sentidos.

De la forma como se da la relación y cómo se asume el vínculo surgen los contenidos de dos conceptos: el del deseo y el del amor. El primero presenta, a partir de una carencia, la posibilidad de satisfacerla mientras que, el segundo, sugiere un ámbito, es decir, un lugar y un tiempo donde se ubica el otro. En ese ámbito se complementan ambos o, se satisfacen las necesidades de cada uno.

Es común identificar al deseo y al amor como antitéticos, pero, ¿podrían ser complementarios? Presentamos una historia: en una consulta por un problema de hipertensión el paciente preguntó el tipo de alimentos que podía ingerir y el médico contestó inmediatamente: “come lo que se te antojé”, ¿perdón? Insistió el paciente ¿puedo comer de todo? “si, come lo que desees”, “con razón tienes tanto éxito como médico” dijo el paciente y el médico aclaro: “si estás sentado viendo la televisión y aparece un comercial de hamburguesas e inmediatamente quieres una, no estas siguiendo tu deseo, ni tu antojo y por lo tanto tampoco tu necesidad” y agregó, “tu cuerpo se encuentra diseñado para indicarte que elementos necesitas y lo hace con el antojo que evidencia una necesidad concreta de algo dulce, o salado, o agrío, o graso, etc. Pon atención a tu cuerpo y come lo que desees”.

El deseo, a partir de una carencia o de una necesidad evidencia algo y nos orienta a buscarlo. Es ahí donde nace la atracción por algo.

El primer paso hacía el amor puede darse si somos capaces de identificar y buscar el verdadero bien que nos satisface. De lo contrario, podríamos perdernos en la misma necesidad o incluso en la carencia y en la búsqueda constante del interés.

¿Cómo pretendemos vivir en comunidad si no podemos identificar nuestras necesidades y deseos? Por otro lado, el poder detectar el bien capaz de satisfacer nuestra verdadera necesidad nos invita a salir de nosotros mismos para buscar al otro. Si buscamos lo que verdaderamente queremos y lo encontramos, tenderíamos a valorarlo, a conservarlo, a cuidarlo y podríamos entonces, aprender a amarlo buscando primero el bien de aquello que amamos. Entonces, como decía San Agustín en In Epistolam Ioannis ad Parthos:

“Ama y haz lo que quieras (dilige, et quod vis fac), Si guardas silencio, hazlo por amor; si gritas, hazlo por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor; si la raíz es el amor profundo, de tal raíz no se pueden conseguir sino cosas buenas” (VII,8)

De ésta forma, la experiencia completa de Amor y por lo tanto de la presencia de Dios entre nosotros sería aquella que es capaz de abarcarlo todo, que no deja ningún elemento de nuestra humanidad incompleto o afuera. La experiencia completa del Amor debería ser, por tanto, material o física, emocional o afectiva, lógica o racional y por supuesto: trascendente. ¿Cómo identificarla? Proponemos, como hipótesis de trabajo, dos vías: por sus resultados y por la respuesta que da a nuestras necesidades, deseos y anhelos.

La primera plantea: ¿Cuál es el mayor resultado del amor humano? Los hijos. Es el sentido de dos profecías de Isaías al anunciar el futuro de Israel. Decía: “Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel” (Is.7:14) y añadía: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre: «Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz»” (Is. 9:5). Posteriormente, San Mateo, retomó el punto para explicar el significado del nombre: «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros»» (Mt. 1:23). ¿Podría existir una mayor experiencia del Amor de Dios que su presencia?

La segunda vía está relacionada con la respuesta a las necesidades del interior del ser humano. Es decir, cuando se descubren y se siguen los anhelos más profundos del corazón: la Belleza, la Justicia, la Verdad y la Bondad

El ser humano requiere de la belleza para identificar aquello con lo cual se posibilita la satisfacción de su necesidad. La belleza es una ‘probada de miel’. Es encontrarse con el agrado del anuncio de una satisfacción plena.

Requiere de la justicia para identificar la relación entre su necesidad y la parte de la realidad capaz de aliviarla. Es una función relacional: la plena correspondencia entre la naturaleza y el ser de las cosas. Cuando algo no corresponde con su naturaleza es injusto.

Requiere de la verdad para verificar, valorar y evidenciar dicha correspondencia. Descubrir la verdad es ser conscientes de la convergencia entre las características de lo que se ve, se escucha y se encuentra con la realidad.

Finalmente requiere del gran indicador de la bondad. Del elemento capaz de iluminar sus observaciones y juicios. La Bondad da luz a la realidad. Lo bueno fue empleado -seis veces-  para evaluar la creación: “Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno”. (Gs. 1:31)

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