Tendencias en Sudamérica

Mientras estemos insatisfechos de nuestras situaciones, lo cual considero bueno ya que viene de una consciencia capaz de reconocer la realidad, el tema del desarrollo de Iberoamérica será un tema recurrente.
El mes de marzo dos revistas mexicanas dedicaron trabajos a reflexionar acerca del rumbo que sigue esta región del Continente -y el que seguirá-, ya que hay una tendencia hacia la “izquierda”; aunque una de las revistas sugiere que no hay la tal “ola rosa”.
Lo evidente es que no hay tanto en común entre los gobiernos con más o menos tintes socialistas: están gobernados por dirigentes con rasgos socialistas, populistas o con estilo autocrático. Entre ellos están Brasil, Argentina, México, Bolivia, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, El Salvador, Nicaragua y Venezuela. Todos llegaron a este régimen por diferentes rutas.
El caso de Perú es especial. Desde el siglo pasado (XX), el país venía dando traspiés, cuando un hombre ajeno a los círculos políticos –Alberto Fujimori-, ganó la presidencia.
Estando en Lima, un amigo peruano me dijo:
“El presidente es de origen japonés, pero aquí coloquialmente le llamamos ´el chino´. Precisamente el considerarlo ´chino´ fue uno de sus atractivos. Los chinos aquí son las personas que tienen la tienda de la esquina, son serviciales y eficaces. Por eso gustó.
Ya en el poder, Fujimori abusó: prestó poca atención a desarrollar la tan necesitada cultura democrática, y algunos de sus logros se hicieron de manera impositiva, generando un fuerte disgusto social por sus excesos.
El disgusto social en Perú se mantiene contra los excesos de sus autoridades, de suerte que la exvicepresidenta, hoy presidenta Dina Boluarte -después de defenestrar y encelar a Pedro Castillo- es la sexta persona en ocupar la presidencia, desde 2016 (un presidente por año).
El gobierno de Dina Boluarte no ha estado exento del descontento y caos: manifestaciones, violencia, muertos, intromisión de líderes extranjeros con agendas destructivas… El caos, derivado de condiciones preexistentes y de no fácil resolución en el mediano plazo, se caracteriza por: marginación de sectores sociales; intereses ilegítimos afectados, corrupción y provocaciones ideológicas nacionales y extranjeras.
En el caso de Brasil, éste pasó -por décimas de votos- de un régimen calificado de “derecha” populista al populismo de izquierda.
México, después de setenta años de gobierno de la pragmática y corrupta camarilla priísta conocida como “familia revolucionaria”, vivió tres alternancias: a la derecha liberal, el retorno al corrupto PRI y la autocracia de izquierda.
Argentina continúa gobernada por populistas, que han hundido su economía de forma dramática después de haber gozado -“años ha”- de un nivel económico semejante al de países desarrollados.
Chile y Colombia cambiaron de ruta recientemente, después de años de gobiernos estables con economías sanas de corte liberal. En Cuba y Nicaragua cambiaron de régimen por la vía revoluciones armadas. Venezuela por la vía democrática llegó a la tiranía de líderes populistas.
¿Por qué se ha llegado a este estado de cosas viniendo de tan diferentes situaciones? Inclusive de diferentes niveles culturales y composiciones étnicas.
Quizá el denominador común ha sido la insatisfacción con lo establecido: una democracia liberal que ofrecía resultados dispares, según cada nación.
Cada país ha tenido su particular detonante, pero, en general, hay una cultura materialista en común detrás del deterioro moral: la falta de respeto a la persona humana; considerarla “pieza de cambio” con valor sólo para producción…
Puede decirse que esto mismo sucede no solo en Iberoamérica, sino también en otros continentes, con resultados semejantes.
León Tolstoi dice al inicio de su novela Anna Karenina: “Todas las familias dichosas se parecen; y las desgraciadas, lo son cada una a su manera”. Es decir, hay muchas formas de destruir un matrimonio, pero solo hay una de conservarlo unido: respetando los votos, respetando lo acordado.
Esto vale igual para gobernar exitosamente a un pueblo o una nación. De las formas clásicas en que los pueblos han sido gobernados -monarquía, aristocracia y democracia-, los que han sido exitosos son aquellos cuyos gobernantes y gobernados han respetado en mayor medida la voluntad ciudadana expresada en el voto, su dignidad humana, sus derechos humanos.
Este éxito ha permanecido en la medida en que se cumplen estas condiciones; y se ha degrado conforme se relaja la cultura, se incumple la obligación aceptada, hasta llegar a los excesos arriba descritos.
Las dictaduras establecidas y los gobiernos populistas con tendencias de permanecer no solamente han tratado a los ciudadanos como cosas o como estorbos, hace tantos años que Fidel Castro se hizo del control de Cuba, que sus asesinatos a oponentes y a sus mismos compañeros de revolución, Camilo Cienfuegos, por ejemplo, ya no se mencionan, igualmente, el negocio de la droga que manejaba con Del Ángel, uno de sus hombres de “inteligencia”, también ha pasado a la discreción o al olvido.
Hoy el nuevo presidente de Colombia, Petro no hace mucho electo ha declarado en más de un foro, palabras más palabras menos: que lo que mata a las personas es el uso del petróleo y del carbón, que la cocaína debería legalizarse y producirse con normas estandarizadas para un consumo “sano”. Es tan dinámico que al cerrar estos RENGLONES me entero que ha renunciado a todo su gabinete.
Ya con anterioridad se ha usado la propuesta: lo que detuvo en Estados Unidos la producción, distribución y venta clandestina de bebidas alcohólicas no fueron los intocables de Eliot Ness, sino legalizar el consumo. Sofisma de entrada convincente, es más en Holanda y otros países se han legalizado drogas más fuertes que la mariguana que se ha legalizado en algunos estados de la Unión Americana, con malos resultados, los problemas no disminuyen, siguen y crecen.
La solución a este estado de cosas es en verdad dolorosa y exigente, los ciudadanos no pueden exigir recibir lo que no se construido y los gobernantes tienen que consagrarse a la creación del Bien Común renunciando a comodidades y por supuesto a corrupciones.
Hace muchos años cuando las devaluaciones arrojaban a los pueblos a la miseria provocada por la irresponsabilidad de los gobernantes, se aplicaron “planes de choque” dolorosos. Era la manera de expiar culpas, culpas ajenas, pero que no hay más remedio que expiarlas.
Ese es problema: nadie quiere sufrir y menos un político quiere hacer sufrir a sus votantes. Hay que afrontar la realidad para poder superarla cuando no es grata.