La deshumanización de la sociedad (Parte III)

A lo largo del tiempo multitud de filósofos, antropólogos, teólogos y demás humanistas y científicos han reflexionado al respecto de la esencia del hombre –el hombre como ser, como ente– aquello que realmente lo fundamenta, lo genera y lo informa.
Muchos pensadores han esbozado su propia noción al respecto de la naturaleza más profunda del ser humano y lo han tratado de definir de muy distintas maneras, entre otras, se ha circunscrito la esencia del hombre, aquello que lo hace ser lo que es y no otra cosa a un «zoon politikon» (ζῷον πoλιτικόν)[1] o, desde una perspectiva más compleja se ha dicho también que el hombre es «sustancia individual de naturaleza racional»[2] e incluso se ha querido afirmar que el hombre en sí es «centro de imputación de normas».[3] Ahora, si algo podemos encontrar en común, por lo menos de manera indirecta en estas –y cualesquiera otra definiciones– que se citan es algo natural a la persona: su alteridad.
Desde tiempos remotos, se ha aceptado la alteridad ínsita en el hombre como cualidad fundamental, desde sus orígenes más antiguos y hasta los postulados más modernos, se entiende que la persona para serlo no puede ser alejado de un «otro» de la vida en comunidad, pues en ella se genera el verdadero desenvolvimiento y desarrollo del mismo.
Cabe aclarar que el hecho de que el hombre viva en comunidad no quiere decir que se confunda con ella, sino que se perfecciona en ella y, debería idealmente tender al mejoramiento de sus virtudes[4] y la indagación por ese sentido ulterior de la efímera existencia terrenal lo motiva inherentemente a lo que ya esbozaba en la entrega anterior de esta serie de opúsculos: la búsqueda de la «eternización de la momentaneidad».[5]
Esa intrínseca necesidad de la existencia de «el otro» (hablando de un tercero generalizado), ha obligado al hombre de todo tiempo a ir regulando de diversas formas esas relaciones que surgen de la vida en comunidad. Empezando en las comunidades primitivas de seres nómadas cohabitando diferentes territorios en un período determinado, hasta las más avanzadas civilizaciones han mantenido un determinado statu quo en virtud de la normativa (y no debe entenderse por ello ley positiva) que las han regido.
Es claro que las primeras conjunciones de seres humanos se han manejado de acuerdo a la costumbre que se arraigó en su momento, volviéndose ésta jurídicamente obligatoria o, como dice el jurista mexicano Eduardo García Máynes, el «ius moribus constitutum».[6]
Toda esta evolución –sucintamente resumida de la manera que antecede– nos lleva al postulado que ahora sostengo, a saber: que desde el comienzo de la humanidad ha existido una forma de política y, más aún que la política es y debe ser considerada una verdadera arte.
La política tiene un sinnúmero de definiciones y nociones técnicas en las que no es mi intención detenerme, sino más bien me es relevante mantenernos en el plano del conocimiento común; sin embargo, es claro que –por lo menos– tiene algo que ver con la organización de la sociedad.
Ahora bien, indudablemente se puede afirmar que tanto la Política teóricamente analizada, como el ejercicio práctico de la misma constituyen un arte humano verdadero y profundo, sobre todo desde la perspectiva que he explicado al lector en esta serie de breves artículos.
Para recordar un poco cabe decir que hemos definido anteriormente al arte como una forma de expresión de la persona cuyo ejercicio se realiza de una manera que le permita lograr la finalidad última a la que está ordenado: la sublimación del alma humana mediante la observación y reflexión.
¿Qué hay en el mundo que necesite más observación y reflexión que el arte de la organización social? En definitiva, salvo respuestas sobrenaturales, piadosas y místicas, como podrían ser la oración, la meditación, la búsqueda del conocimiento de Dios (y, por tanto, de la verdad), difícilmente encontraremos una actividad del hombre que requiera en mayor medida de las potencias antes referidas y, en ese sentido, que sublimen más al alma humana como lo necesita la Política.
Volviendo sobre la idea de la alteridad intrínseca en la esencia humana, para el lector debe tornarse claro, tras una breve reflexión que no hay un escenario en el que se desenvuelva de una manera más profunda esa característica, esta relación ineluctable con el otro o con «la sociedad» que, en la Política y, en esa línea, la Política misma es la manifestación más clara de esta realidad interior del hombre.
Ahora bien, he de ser más audaz, con la intención de dejar esta idea irremediablemente clara: La Política es un arte y es el arte humano más comúnmente ejercido. Es frecuente y sabido que La Política es el arte del poder[7] y la forma de manejarlo; el arte de la organización social y del gobierno; ha habido también quien afirma que es «el arte de lo posible»[8], e incluso ha llegado gente que se atreve a definirlo como el arte de lo imposible. Sin lugar a dudas es una manera de expresión humana que lleva a la sublimación del alma de quien lo ejerce y de quien atenta y reflexivamente lo observa.
Además de lo anterior, la política como arte es fuente de la que brotan efluvios de inspiración aprovechados por otras artes para su propio desarrollo. Nadie podría tener la menor duda de que la literatura política –de uno u otro corte– es prolija; o que la música se ha inspirado en incontables ocasiones en los sucesos y circunstancias históricas, sociales y políticas para su composición (ya sea de apoyo, de simple identificación o de protesta), caben como ejemplo los himnos nacionales de la gran mayoría de los países –si no es que de todos–, que, por supuesto son verdaderas piezas políticas; y no se hable de la pintura que también en ocasiones encuentra su fundamento en trascendentales sucesos políticos.[9]
Mas, ¿qué pasa cuando toda la clase política de un país e incluso del mundo entero se empieza a desviar en el ejercicio de esta noble arte, dejando de lado la primordial finalidad? ¿qué pasa cuando, en lugar de buscar la perfección individual de la persona y la perfección colectiva de la sociedad se pervierte la política y se corrompe con la búsqueda de objetivos mundanos, egoístas y perjudiciales? ¿qué pasa cuando el arte de la política se deshumaniza llevándose consigo a la perfidia a todos aquellos que la ejercen? Habiendo dejado en claro que la Política es un arte humano verdadero, estas cuestiones serán objeto de reflexión en un momento y un opúsculo posterior.
[1] Aristóteles.
[2] Boecio.
[3] Kelsen.
[4] Cfr. Ortega y Gasset, José. La rebelión de las masas, Porrúa, México, 1929, P. 248
[5] Cfr. De Unamuno, Miguel. Del sentimiento trágico de la vida, Sarpe, Madrid, 1913. P.330
[6] Cfr. García, Eduardo, Introducción al estudio del Derecho, Porrúa, México, 2002. pp. 61-64.
[7] Es por ello que Nicolás Maquiavelo obtuvo su gran fama: por sus tratados al respecto del poder y la manera de manejarlos (vid. p. ej. “Discursos sobre la primera década de Tito Livio” o “El Príncipe”).
[8] Se atribuye esa afirmación a grandes pensadores, desde Aristóteles, pasando por el mismo Maquiavelo y hasta el propio Sir Winston Churchill.
[9] Véase por ejemplo la pintura de Eugène Delacroix: “La libertad guiando al pueblo”.