Cincuenta aniversario de La Cristiada, de Jean Meyer

Hay un episodio de la historia de México que, hasta hace relativamente poco tiempo, era completamente desconocido por la gran mayoría de las personas.
Un acontecimiento que no aparecía en los libros de texto ni tampoco en las crónicas promovidas desde el gobierno. Nos referimos a la guerra cristera, que ensangrentó al país entre 1926 y 1929.
Uno de los responsables de que este negro capítulo de la historia de México no haya quedado en el olvido es el historiador Jean Meyer, quien en 1973 publicó una obra que se ha convertido en un hito en la historiografía mexicana: “La Cristiada”.
Jean Meyer es originario de Niza, en la costa azul francesa. Ahí nació hace 81 años. Llegó a México en los años sesenta, con el propósito de hacer su tesis doctoral sobre el conflicto religioso de los años veinte. Se quedó a vivir aquí y años después obtuvo la nacionalidad mexicana. Es profesor emérito del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), así como director de la revista Istor y autor de innumerables libros, ensayos y artículos.
“La Cristiada” es una exhaustiva e imparcial investigación sobre la guerra cristera, la cual inició como consecuencia de la persecución desencadenada por el gobierno de Plutarco Elías Calles contra la Iglesia católica.
Cientos de miles de campesinos se levantaron en armas para defender su derecho a la libertad religiosa. En las principales ciudades del país, grupos de profesionistas también se organizaron para defender su fe.
En esta obra, Jean Meyer examina las tensiones entre el gobierno posrevolucionario y la Iglesia católica, pero enfocándose –y ahí está quizá una de sus contribuciones más destacadas— en la perspectiva de los cristeros, nombre que se le dio a los combatientes católicos, ya que su grito de guerra era “¡Viva Cristo Rey!”. Hay que recordar que un año antes de que estallara la guerra, el Papa Pío XI había instituido la fiesta de Cristo Rey con su encíclica Quas Primas, como respuesta al creciente laicismo y anticlericalismo de muchos gobiernos en Europa y América.
Meyer se esforzó por dar voz a estos hombres y mujeres que lucharon por su fe, explorando sus motivaciones, organización y acciones. Esto ayudó a comprender mejor este cruento episodio de nuestro pasado, calificado por Luis González y González como “el mayor sacrificio humano colectivo de la historia de México”. Se calcula que en la guerra cristera murieron alrededor de 250 mil personas, más que en cualquier otra guerra de nuestro pasado.
Jean Meyer demuestra que el movimiento cristero en ningún caso fue un movimiento oligárquico ni de las élites religiosas, sino uno extraordinariamente popular y espontáneo.
Ahí estuvo su virtud y quizá también su debilidad. Agrupado políticamente en la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa, este movimiento no buscaba el poder político, mucho menos establecer un Estado confesional, sino simplemente que se permitiera a cada mexicano practicar libremente su religión. Esto queda claramente establecido en el “Manifiesto a la Nación” del general Enrique Gorostieta de 1928, en el que se acredita que el movimiento cristero fue uno de los primeros en México en pedir el voto para la mujer, así como la utilización de instrumentos de democracia participativa, como el plebiscito o el referéndum.
Era tal la fuerza del movimiento cristero que el gobierno mexicano se vio obligado a pedirle ayuda al de Estados Unidos. El conflicto terminó tras los Arreglos de 1929, mediante los cuales el gobierno mexicano se comprometía con la jerarquía católica a no cumplir los preceptos más antirreligiosos de la Constitución y de las leyes. Estos Arreglos generaron decepción en muchos cristeros, pero prefirieron aceptarlos para mantener así su lealtad a la Iglesia y se desmovilizaron, situación que aprovechó el gobierno para asesinar traicioneramente a muchos de sus líderes.
Se inició entonces una etapa de gran simulación, con preceptos legales que no se cumplían a cabalidad pero que, cual espada de Damocles, suponían una permanente amenaza para la Iglesia. Esta simulación no concluyó sino hasta 1992, cuando se reformó la Constitución para eliminar las restricciones a la práctica religiosa y se restablecieron relaciones diplomáticas con la Santa Sede.
Además de su enfoque y profundidad, «La Cristiada» se destaca por su estilo narrativo. Su prosa fluida y su habilidad para tejer un relato coherente a partir de una variedad de fuentes primarias y secundarias hacen que el libro sea atractivo tanto para los académicos como para el público en general.
Desde 1973, “La Cristiada” de Jean Meyer ha ayudado a la comprensión de un conflicto complejo. Sin duda, seguirá siendo un referente fundamental para cualquier persona interesada en conocer y comprender la guerra cristera y sus implicaciones más allá de sus fronteras temporales y espaciales. Y su aniversario es un buen momento para recordar la importancia del derecho humano a la libertad religiosa, cuya plena garantía no ha sido una realidad en México durante gran parte de su historia y que, incluso en nuestros días, se encuentra permanentemente en riesgo.
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