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De las Casas y sus cosas. Parte de un todo.

por | Historia

Entre barrancos lóbregos y los picos rocosos de la Cordillera Negra, un eclesiástico camina descalzo tratando de cruzar el río Santa, aquel que divide dos de las tres ramas de los Andes peruanos. Quiere llegar a Taquilpón, pero el río “estaba en crecida impetuosa. Allí́ no servían ni balsas de enea, ni flotadores de calabazas, ni los demás trucos habituales. Allí́ hubo que tender un cable de lado a lado, bien tenso entre dos postes, y atado el cuerpo con unas cuerdas y suspendido así́ del cable, fueron tirando de él desde la orilla contraria, con el estruendo vertiginoso del potente río a sus pies. Y una vez cumplida y bien cumplida su misión pastoral, otra vez la misma operación a la inversa.”[1] En la tirolesa improvisada se encuentra el Excelentísimo y Reverendísimo señor Arzobispo de Perú, Santo Toribio Mogrovejo.

Letrado y Doctor a su paso por Salamanca, Valladolid y Coímbra, recibió primeras y segundas órdenes para ocupar el Arzobispado de Lima en l580. El prelado recorrió 40,000 kilómetros atendiendo personalmente a su rebaño; convocó 3 concilios, 13 sínodos, fundó un seminario, la Universidad de San Marcos, escribió catecismos, confesionarios, sermoneros; duplicó el número de parroquias, confirmó a más de 800,000 almas (entre ellas, a todos sus coetáneos santos peruanos) su ejemplo de amor y virtudes extraordinarias le llevaron a los altares en 1726; hoy es patrono del Episcopado Hispanoamericano.

La vida y obra de Santo Toribio es vastísima. Como muchos obispos de la era virreinal recibió el título de defensor de los indios y lo llevó a cabalidad, tanto en el trabajo de escritorio como en el de campo. José Antonio Benito, su mejor biógrafo, destaca su ‘modo santo y discreto para defenderles[2] y amarles.

El protectorado de indios no era un apelativo del buen hacer de quienes lo obtuvieron, era la institucionalización de tal defensa. Implicaba procedimientos, mecanismos legales para atender y resolver denuncias directa y eficazmente ante la corona.

Tampoco fue exclusivo para purpurados, muchos sacerdotes lo recibieron. Ni tampoco fue la única forma de lograr cambios y mejoras; como en el caso de Tochpan, cuando el rey atiende y resuelve las peticiones de los nobles indígenas que le han escrito; o el caso de Catalina Bustamante la primera maestra en estas tierras, que en 1514 implica a la emperatriz en la solución de conflictos y desatención de las niñas indígenas.

Legajos enteros en el Archivo de Indias en Sevilla documentan la recepción y solución de conflictos tanto locales como de críticas a la empresa hispana en América en su conjunto.

Si algo caracterizó a los monarcas españoles fue la continua revisión y corrección de lo emprendido para dar minucioso cumplimiento al camino marcado por la Sierva de Dios, Isabel I de Castilla, desde su primer encuentro con Cristóbal Colón:

“procure y haga el dicho Almirante que todos los que en ella van y más fueren de aquí adelante, traten muy bien y amorosamente a los dichos indios, sin que les hagan enojo alguno y procurando que tengan los unos con los otros mucha conversación y familiaridad, haciéndose las mejores obras que ser pueda; que se les honre mucho; y si caso fuere que alguna o algunas personas trataren mal a los dichos indios en cualquiera manera que sea el dicho Almirante, como Visorrey y Gobernador de Sus Altezas, lo castigue mucho por virtud de los poderes de Sus Altezas que para ello lleva[3]

Las leyes de Burgos (1512) resultan de un proceso de discernimiento a partir de las denuncias y sugerencias de los padres jerónimos (enviados a evaluar la situación durante el segundo viaje de Colón) y de los primeros indicios de ideas revolucionarias sobre los derechos humanos y buen trato a los indios. La obra de brillantes teólogos y juristas de la época, cuyo máximo exponente fue Fray Francisco de Vitoria[4], en la escuela de Salamanca, y a quien podemos ver ya en su zenit en las Leyes Nuevas (1542).

Las leyes de la Nueva España (1546) y otras ordenanzas de su tipo tuvieron siempre el mismo génesis: denuncia y reflexión. Estas constituyen el cuerpo legal de las llamadas leyes de indias, genial e innovador documento de obligada lectura.

En ese ciclo continuo de implementar-evaluar-corregir encontramos a Fray Bartolomé de las Casas, cuya presencia ante las cortes, el Consejo de Indias, en las juntas de Valladolid, en debates intelectuales, públicos y privados, escritos, cartas y otros medios, le granjeó el título de defensor universal de los indios. Sin restarle mérito, De las Casas no fue ni el primero, ni el único.

En las juntas que precedieron a las Leyes Nuevas, comparecieron los escritos y propuestas de otras 16 fuentes similares[5]. La historiografía nos ha presentado al dominico como en una especie de calvario en el que él es la única voz, que nadie quiere oír. Eso es falso. Primero, él hace lo que hace porque le ha sido asignada esa tarea por el entonces regente Cardenal Cisneros, luego por Carlos V y después por Felipe II. Segundo, nadie le censura, es libre de criticar y condenar a quien considere pertinente. Tercero, ninguno de sus dichos contradice los deseos expresos y modo de entender de la corona desde los tiempos de Isabel y Fernando.

Así, la teología y visión antropológica católica, fue iluminando el marco legal, su espíritu, y una “política de estado” que marcó la diferencia entre cristalizar un imperio español generador, como lo define Gustavo Bueno, y no uno depredador como el francés o el portugués.

El imperio inglés, más tarde el estadounidense, y el holandés, son “harina de otro costal”, fueron por antonomasia imperios depredadores; si, pero no podía ser de otra manera; en su lógica protestante, el indio es un salvaje sin posibilidad de redención. Durante la guerra kiowa en Estados Unidos se popularizó el dicho “el mejor indio es el indio muerto”. Por eso cuando se logró la última rendición chiricahua a finales del siglo XIX, los pocos nativos americanos sobrevivientes terminaron en guetos; y su ultimo jefe miliar, Gerónimo, exhibido en circos, ferias y desfiles.

350 años atrás, el indígena Conin, señor de Tula; derrotado, converso y bautizado con el nombre Fernando de Tapia, fundó la ciudad de Querétaro, recibía el nombramiento de cacique principal, capitán general y caballero de Santiago. Fundaría con su fortuna el bellísimo convento de Clarisas en esa ciudad, del cual su nieta Luisa de Tapia, sería su primera abadesa. Los virreinatos hispanos vieron nacer el reconocimiento de los derechos humanos. Motivo de orgullo que la historiografía negrolegendaria nos ha arrebatado.

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[1] IRABURU, José María (2003) Hechos de los apóstoles de América p. 141.

[2] BENITO, José Antonio (2023) Santo Toribio Mogrovejo II. Enciclopedia Católica Online. https://ec.aciprensa.com/wiki/Santo_Toribio_de_Mogrovejo_(II)

[3] Cf. R. Konetzke, (1953) Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones de América y Oceanía, I (CSIC, Madrid) 1s. Nota: el incumplimiento de esta ordenanza le costaría al almirante perder todos sus privilegios en el futuro.

[4] Declarado precursor de los derechos humanos por la UNESCO, la sala más importante de la sede de la ONU en Suiza está dedicada a él.

[5] IRABURU, José María (2003) Hechos de los apóstoles de América p. 15-16, 19-20.

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