1492: de la Europa cristiana a las Indias de América

Ya desde hace unos años, pero ahora intensificado, asistimos a la remoción o destrucción de íconos emblemáticos de nuestra América. Tal es el caso de las estatuas de Cristóbal Colón o de los Santos Evangelizadores de estas tierras; este fenómeno se da desde Argentina hasta los países de América del Norte; sin dejar de mencionar también ‘el sentimiento de culpabilidad’ que le han hecho sentir a España menospreciando su admirable tarea de civilizar y evangelizar.
Hoy este accionar de las ideologías gobernantes, abrevando del ‘socialismo del siglo XXI’, tiene sus antecedentes en un supuesto ‘revisionismo histórico’, que no es otra cosa que el resurgimiento del ‘mito del buen salvaje’ de Rousseau, acentuado por corrientes indigenistas que no representan el sentir auténtico de los descendientes de los primeros habitantes del Continente.
Como dijo oportunamente San Juan Pablo II, el Descubrimiento y la evangelización de América fue una epopeya que como toda obra humana tuvo luces y sombras.
Para un correcto análisis de la cuestión, es necesario evitar el habitual anacronismo y tratar de olvidar siglos de ideologización histórica (racionalista, iluminista, idealista, positivista, marxista), que fueron empolvando la realidad para poder volver a rastrear las fuentes e interrogarlas, recordando que ellos actuaron “desde sus ideas y vivencias, no desde las nuestras”.
En virtud de esto, me propongo comentar algunos rasgos, que hemos de considerar siempre, al acercarnos a contemplar esta Obra:
El hecho del ‘Descubrimiento’ no fue sólo reconocer la existencia de un Nuevo Continente para España y Europa, sino que marcó también a los pueblos originarios descubrir América, pues hasta entonces no la conocían, por ejemplo los Otomíes eran tan ignorados para los Guaraníes como para los Andaluces. Y entre los imperios de los Incas y los Aztecas, había un abismo de mutua ignorancia.
En 1492 se inició un Encuentro entre dos mundos sumamente diferentes, en América el hombre europeo encontró dos culturas superiores: la mayo-azteca en México y América Central y la incaica en Perú (en un estado de desarrollo como el de Egipto en la Primera Dinastía, y aún más primitivas). La distancia cultural era entonces entre el hombre hispánico y los indios de cultura superior, de más de 5000 años.
Sin embargo, esta distancia cultural no impidió que la Europa cristiana y las Indias se encontraran; encuentro profundo y estable, iniciando un inmenso proceso de mestizaje biológico y cultural que dio lugar a un Mundo Nuevo.
En el Norte los anglosajones se limitaron a poblar las tierras que habían vaciado previamente por la expulsión o la eliminación de los indios, pero en la América hispana, se realizó algo infinitamente más complejo y difícil: la fusión de dos mundos; posible gracias a la enorme tarea evangelizadora de la Iglesia donde miles de misioneros no sólo transmitieron la Buena Nueva, sino que fueron artífices de una verdadera Civilización.
En este mundo precristiano los europeos hallaron: opresión de los ricos, poligamia, religiones demoníacas, sacrificios humanos, antropofagia, crueldades indecibles, guerras continuas, esclavitud, tiranía de un pueblo sobre otros; sin embargo, los misioneros con una ingente labor, encontraron asimismo grandes tesoros de humanidad y religiosidad, enterrados en la idolatría, la crueldad y la ignorancia, pero que una vez excavados por la evangelización cristiana, salieron a la luz en toda su belleza sorprendente; es así que se forja una nueva identidad en Cristo, asumiendo la inculturación del Evangelio con todos los sanos elementos de las culturas indígenas, dando como fruto en el tiempo una pléyade de Santos, verdaderos Testigos de la Buena Nueva.
Una mención aparte merece la presencia sobrenatural de la Virgen María que, desde su manifestación en Guadalupe, atraviesa nuestro Continente con diversas advocaciones y devoción singular de los pueblos originarios y de los que surgieron de este admirable encuentro de razas, por ello se convierte, al decir de nuestros Pontífices, en ‘el Continente de la Esperanza’
Nuestro desafío de hoy es proclamar siempre la Verdad, oportuna e inoportunamente, al decir de San Pablo. El callar ante el mundo que la relativiza, será siempre un acto de cobardía; levantemos en alto la bandera de la verdad histórica frente a las ideologías de turno, sólo así, recuperando nuestras auténticas raíces, podremos construir la Civilización del Amor.