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TODO EL MUNDO ES ESCENARIO[1]

CRIPTOCATOLICIDAD EN LA VIDA Y OBRA DE WILLIAM SHAKESPEARE[2]

Cuando se considera en su conjunto la grandiosidad de la obra de Shakespeare, su profunda humanidad, (él como nadie entendió y plasmó la infinita gama de virtudes y pasiones humanas), su visión universal –y universalista- de la condición humana, para todos los tiempos, para toda la gente, surge la interrogante de dónde procedían todas esas maravillas, de qué sustrato de pensamiento, de qué oculto universo abrevaba. Y es que en su monumental obra (monumental por su grandiosidad y excelencia, no por su simple extensión, ya que 37 obras teatrales seguras y 3 más que le son adjudicadas constituyen una obra de bueno tamaño, pero no demasiado amplia), Shakespeare recorrió toda la gama de las emociones humanas.

Es por eso que T. S. Eliot consideraba que William Shakespeare nos da la mayor amplitud posible de la experiencia humana. De todo habló un poco en ellas. Esta realidad ha llevado a que los estudiosos, a lo largo de 4 siglos, se hayan asombrado de la relativa simplicidad del Shakespeare histórico, es decir, del personaje de carne y hueso nacido, muerto y enterrado en Stratford Upon Avon (que es algo así como decir en México: Tequisquiapan o Atotonilco, lugares atractivos, pero no eminentes), criado en un ámbito rural, que nunca asistió a la Universidad, que estuvo lejos, por lo menos en su etapa formativa, de los círculos académicos y cortesanos de su tiempo y que abominaba de la vida bohemia. Además, de él prácticamente no tenemos correspondencia privada ni documentos de negocios; apenas se conservan seis textos con su firma. En suma, casi un desconocido.

Esta asombrosa dicotomía, esta abismal asimetría entre su vida pública y privada, ha sido fuente continua de cierta perplejidad y de las más disímbolas teorías, hasta llegar incluso a exponer que Shakespeare no era Shakespeare, sino apenas un fantasmal pseudónimo tras el cual se escondía un auténtico autor literario, proponiéndose como tales a Christopher Marlowe, Edward de Vere e incluso a ¡Francis Bacon!, aunque era sabida la aversión de los tres a la vida de teatro.

En honor a la verdad, todas esas teorías que hablan de un Shakespeare ateo, escéptico, relativista, homosexual, rabiosamente feminista o de un Shakespeare que no era él mismo, tienen poco de qué sustentarse. Y en cambio, lo que se ha ido consolidando con el tiempo es la información que siempre ha estado presente para ser estudiada. La fe de bautismo, su matrimonio con Anne Hathaway, su éxito en Londres y las propiedades que compró ahí y en su villa natal, así como su muerte y entierro con monumento funerario incluido, construido hacia 1620 que lo muestra como literato y la recopilación e impresión de la casi totalidad de su obra en 1623 en el famoso First Folio financiado por sus amigos.

SHAKESPEARE CRIPTOCATÓLICO

Como es bien sabido, Shakespeare nació, creció, vivió y murió en un lugar y tiempo marcado por lo dramático. El violento cambio que el rey Enrique VIII dio en su concepción religiosa rompiendo con Roma, fundando la cismática Iglesia Anglicana con la famosa Acta de Supremacía en 1534, fue un trauma para muchos ingleses que habían vivido con firmeza su fidelidad a la Iglesia católica. Una fidelidad que no podía volatilizarse de la noche a la mañana. Aunque era un reino oficialmente protestante, un alto porcentaje de la población inglesa mantenía aún sus convicciones católicas.

Ante ello y antes que nada surge la pregunta: De ser católico ¿por qué Shakespeare escondía su fe? Para ello es imprescindible atender al contexto, sumamente complejo. Como se ha visto, el protestantismo fue impuesto en la isla por el poder de los reyes. Un poder efectivo y brutal, que se las ingenió para romper con más de mil años de tradición cristiano-católica y mutar las mentalidades religiosas, con persuasión o a la fuerza. Muchos otros, como la familia de Shakespeare y él mismo, permanecieron fieles a su creencia y a su conciencia. Eran años duros para ellos, en que la corona inglesa (primero Enrique VIII y después su hija Elizabeth I) buscaron erradicar el catolicismo de su reino. Fueron miles los seglares, sacerdotes y dignatarios que fueron arrestados, torturados y ajusticiados como traidores, sin que la eminencia intelectual sirviera de parapeto, como es el célebre caso de Santo Tomás Moro. Ante tal situación de persecución, Shakespeare, como miles de ingleses fue obligado a silenciar o disimular su fe. Tuvo que vivir de forma “enmascarada, como su Edgar en el Rey Lear”. No apostató de ella, pero tuvo que pasar desapercibido para no ser descubierto. Como afirma El jesuíta Peter Milward respecto de la difícil situación de los católicos en Inglaterra, Es el tipo de cosas que mueven a mantener la fe con discreción”. A los católicos ingleses les iba la vida en ello.

Se sabe que numerosas comunidades y personas en Inglaterra resistieron heroicamente por su fe, hasta el siglo XX, con diferentes estrategias. Todas ellas han sido denominadas con un tecnicismo: criptocatolicismo, término que significa etimológicamente “católico oculto”.

Si bien ya en 1808 el primer romántico francés François-René, vizconde de Chateaubriand, había especulado sobre el asunto, el primer estudioso en sostener formalmente la criptocatolicidad de Shakespeare fue Richard Simpson, un importante erudito británico del siglo XIX, en sus obras “La filosofía de los sonetos de Shakespeare”, de 1868 y “La escuela de Shakespeare”, en 1870. Y a él le han sucedido varios más, entre otros, gente de la estatura intelectual del historiador británico Thomas Carlyle, el cardenal Henry Newman, el escritor francés Hillaire Belloc y por supuesto, G. K. Chesterton, quien contrapone al insigne John Milton como poeta protestante, ante William Shakespeare como poeta y dramaturgo católico. Todos ellos coinciden, partiendo de la lectura de su obra, en percibir una visión claramente católica de la realidad en Shakespeare. Es una cuestión de lo que expresan desde la naturalidad de un mismo bagaje intelectual, de una afinidad profunda en el ámbito de las tradiciones y las ideas, de la adecuada valoración del texto y el contexto.

Asi, por ejemplo, en La idea de la universidad, Newman dice (antes de su conversión, que conste) que «Shakespeare tiene tan poco de protestante que los católicos pueden sin extravagancia reclamarlo como propio«. Asimismo, en “Europa y la fe”, Belloc establece que: «Las obras de Shakespeare fueron escritas por un hombre claramente católico, en sus hábitos de pensamiento«. Y por su parte, el genial e incisivo Gilbert K. Chesterton, en su ensayo «Chaucer» publicado en 1932, escribió: «Que Shakespeare fue católico es algo que cualquier católico siente por un sentido común convergente y se da cuenta de que eso es verdad”.

Modernamente, entre quienes sostienen esta tesis destaca en primer lugar el antecitado profesor Peter Milward, jesuita inglés, catedrático de Literatura Inglesa en la Universidad Sofía de Tokio, y quien es considerado como una autoridad en literatura isabelina y el máximo experto sobre religión y religiosidad del cisne de Avon, quien ya desde 1973 la fundamentaba con su obra “El trasfondo religioso de Shakespeare”. Cuatro décadas después, está cada vez más convencido de ello al profundizar en el tema, por ejemplo, en su libro “Influencias bíblicas en las grandes tragedias de Shakespeare” se da tiempo de analizar acto por acto, línea por línea, las cuatro grandes tragedias shakesperianas: Hamlet, Otelo, Macbeth y el Rey Lear, encontrando ciertamente numerosas referencias bíblicas, sobre todo en las últimas tres, escritas ya al comienzo del reinado de Jacobo I, a las que llama las “obras de la pasión de Shakespeare” porque nos hacen volver de manera continua al misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo en los evangelios. Pero es sobre todo en su más reciente libro “Shakespeare el Papista” en la que demuestra cómo todas las obras señaladas admiten una interpretación católica y bíblica y concluye que “Si no se admite este sustrato, este fondo católico, muchas obras permanecerían enigmáticas.” La postura de Milward ha sido tan convincente que incluso el anterior primado de la Comunión Anglicana, Rowan Williams, llegó a admitir en público el catolicismo de Shakespeare después de leer los libros de Milward en 2011, expresando que “hay cosas en sus obras que no se pueden entender sin comprender los conceptos de perdón y de gracia”, propias del catolicismo y no del protestantismo.

A lo anterior se suman dos obras indispensables de Joseph Pearce, escritor británico y profesor de Literatura en el Thomas More College of Liberal Arts en Merrimarck, biógrafo de Tolkien, Lewis, Oscar Wilde, Chesterton y Alexander Solyenitzin (¿alguien se acuerda de él?, por desgracia parece que no), con títulos que dejan en claro su postura: “La búsqueda de Shakespeare: el Bardo de Avon y la Iglesia de Roma”, y “Con los ojos de Shakespeare: la presencia católica en sus obras”, ambas publicadas en inglés por Ignatius Press en 2008 y 2010, respectivamente, siendo de lamentar que estén pendientes de editarse en castellano; pero es tal el cúmulo de evidencias que presenta, que ha llevado a un autor inicialmente escéptico como Peter Ackroyd a variar su postura y admitir el pensamiento de fondo católico de Shakespeare en su más reciente libro “Shakespeare: Una biografía”, publicada por Neri Pozza en 2011.

Asimismo podemos citar a dos importantes autoras: En primer lugar a la principal biógrafa alemana de Shakespeare, Hildegard Hammerschmidt-Hummel, quien se dice convencida de que el dramaturgo inglés era sin duda católico y que su religión ayuda a entender realmente su vida y su obra. En segundo lugar, tenemos a Elisabetta Sala, prestigiada literata italo inglesa, con su libro “El enigma de Shakespeare; ¿cortesano o disidente?”, publicado en 2011, en el que afirma que en realidad quedan “pocas dudas de la convencida adhesión a la fe católica” del genio. La contundencia de la obra y la claridad de su exposición culminó con la publicación el 17 de noviembre de 2011, en L’Osservatore Romano, órgano oficioso de la Santa Sede, de un artículo homónimo de la pluma de la autora, exponiendo una síntesis sobre la criptocatolicidad de Shakespeare.

Todos ellos han buscado esclarecer la verdad en contra de un secular prejuicio académico de parte de un grupo de estudiosos y fundamentan la catolicidad de Shakespeare en un imponente cúmulo de indicios y pruebas que en su conjunto son abrumadoras. Podemos resumirlas en las que derivan de su entorno familiar, su educación y formación, algunos hitos y documentos y por encima de todo, del análisis general y específico de su obra.

EL ENTORNO FAMILIAR DE WILLIAM SHAKESPEARE

A primera vista, asombra constatar los antecedentes y el entorno familiar de nuestro dramaturgo. Resulta que Shakespeare procedía, tanto por vía paterna como materna, de familias católicas de larga raigambre, contándose incluso sacerdotes. Hoy en día ya nadie puede negar que el padre de Shakespeare, John, además de artesano y comerciante de lana era católico: un «recusante«, alguien que se negaba a asistir a las ceremonias del culto oficial anglicano y por ello pagaba las sanciones y multas correspondientes. Existe documentación que prueba que pagó una de estas multas en 1592. Y que en su lecho de muerte recibió la extremaunción de un cura católico oculto. Por su parte, la madre de William, Mary Arden, procedía de una de las más notorias familias católicas de condado de Warwickshire. Hacia 1584, a causa de su fe y como secuela de la llamada “Conjura de Sommerville”, ambos progenitores, junto con varios familiares de ambas ramas fueron sometidos a un proceso no concluyente bajo la acusación de alta traición lanzada por Sir Thomas Lucy, de Charlecote Park. Destaca el hecho de que un tío materno, Edward Arden, fue ejecutado por traición tras ser acusado de pertenecer a la resistencia católica y de ocultar a un sacerdote en 1580.

Por si fuera poco, la mujer con la que William Shakespeare casó en 1583, Anne Hathaway, era católica y su familia lo había sido por los cuatro costados. Varios de sus primos serían procesados como recusantes católicos. Se sabe que la boda fue oficiada por el padre John Frith en la villa de Temple Grafton a algunas millas de Stratford, quien figura en un listado acusatório de 1586 como sacerdote católico romano. Aunque no fue un matrimonio perfecto, ciertamente duró por toda su vida.[3]

También sabemos que su padre, John Shakespeare, recopiló de su puño y letra un testamento espiritual del mártir jesuita San Edmund Campion que se encontró escondido entre las vigas del techo de su casa de la calle Henley en Strafford. El revelador documento, reconocido como auténtico, fue probablemente escondido allí en tiempos de la Conjura de Somerville de 1583, en lo que eran años de cacería indiscriminada de disidentes católicos como consecuencia de un severo bando promulgado en nombre de la reina Elizabeth en 1591, y otro al día siguiente de la famosa Conjuración de la Pólvora de 1605, ya con Jacobo I en el trono. Este documento es valioso y contundente. Después de minuciosos estudios, desde principios del siglo XX se estableció que se trataba de la “última voluntad de un alma”, un “testamento espiritual” que había sido originalmente redactado por san Carlos Borromeo, para uso de los milaneses que morían por la peste sin asistencia espiritual. Los misioneros ingleses que pasaron por Italia consideraron que el documento se adaptaba perfectamente a la situación de los católicos de Inglaterra que, perseguidos por la corona, con frecuencia morían sin recibir los últimos sacramentos.

Y la tradición católica en la familia continuó, porque es un hecho que Susan, la hija favorita de Shakespeare fue acusada de pertenecer a la resistencia católica. Y tanto ella como su abuelo figuran en las listas de católicos que se negaban a acudir a las funciones obligatorias religiosas del Estado anglicano. Sabemos que Shakespeare dejó la mayoría de su fortuna a su hija Susana, la católica, y le dejó muy poco a la otra hija que se casó con un protestante. Asimismo, la mayoría de los beneficiarios de su testamento eran católicos militantes de la zona de Stratford Upon Avon.

LA EDUCACIÓN Y FORMACIÓN DEL JOVEN WILLIAM

Pero además de los lazos familiares, está la educación que recibió en el prestigiado King’s New College de Stratford, una escuela local de gramática, que era en aquel entonces una de las artes liberales, y allí tuvo excelentes profesores, muchos de ellos católicos perseguidos. Probablemente dos tercios de los maestros eran católicos. Uno de ellos, Simon Hunt, profesó después en la Compañía de Jesús. Thomas Jenkins que sucedió a Hunt como profesor había sido discípulo em Oxford del ya citado Edmund Campion, hoy canonizado. El sucesor de Jenkins en la escuela en 1579, John Cottam, era el hermano del padre jesuíta Thomas Cottam, quien fue después ejecutado en Inglaterra, junto con un condiscípulo de Shakespeare, Robert Debdale. Y está además su relación con sacerdotes católicos, como el ya famoso San Edmund Campion, y Robert Southwell, éste último un gran poeta y místico; ambos eran jesuitas y fueron perseguidos y murieron como mártires. En unos de los sonetos de Southwell hay una dedicatoria «a mi digno y buen primo William Shakespeare«, quien siempre se encuentra inmerso en este mundo subterráneo de grupos católicos.

A lo anterior se agrega el descubrimiento, poco después del año 2000, de un libro de registro del Colegio Inglés en Roma. Coincidiendo con los famosos “años perdidos” de la vida de Shakespeare, de los que prácticamente no se sabe nada,- abandonó su Stratford natal en 1585 y reapareció en 1592 en Londres, donde comenzó su carrera de dramaturgo-, aparece la firma en 1585 de un tal «Arthurus Stradfordus Wigomniensis» y se menciona además en él que un maese «Gulielmus Clerkue Strafordiensis» llegó a ese seminario en 1589. Según el vicerrector actual del Colegio, Andrew Heaton, el primer nombre puede descifrarse así: «(El compatriota) del (rey) Arturo de Stratford (en la diócesis) de Worcester» y el segundo es simplemente «Guillermo el Amanuense de Stratford«. En el año 2009, el Colegio organizó la exposición titulada «Non Angli sed Angeli«, montada en la cripta del colegio, con documentación de los viajes secretos que hicieron a Roma muchos católicos ingleses y los que hicieron de Roma a Inglaterra los jesuitas «para defender su fe, no obstante la amenaza de captura, torturas y martirio«. Como ya se ha dicho, los padres, parientes, amigos y maestros de Shakespeare eran todos católicos, como lo eran también muchos de sus protectores, destacando entre ellos el conde de Southampton, de quien está comprobado que ocultó a sacerdotes tanto en su residencia campestre de Titichfield Abbey como en la que tenía en Londres. Al mismo Shakespeare los puritanos lo atacan por católico. Y cuando arrecia la persecución y aumentan las apostasías -por ejemplo, la de John Donne, uno de los grandes poetas metafísicos ingleses- Shakespeare nunca cede. Su última actividad en Londres, antes de volver a Stratford en 1613, es comprar una casa en la ribera sur del Támesis, la famosa Blackfriars Gatehouse, (portal de los frailes negros), un notorio centro de actividad católica, que estaba en venta. Era un conocido refugio de sacerdotes y lugar de celebración de misas, que él compra y mantiene activo. Tal vez es por todo ello que hacia 1690 el archidiácono anglicano, Richard Davis, más de 70 años después de su muerte, señala con dureza que: «Shakespeare murió como un papista«, lo que constituye un testimonio incontrovertible.

LA CATOLICIDAD EN LA OBRA DE SHAKESPEARE

Ahora bien, el argumento que más fuertemente habla de su condición católica es el conjunto de su obra, la cosmovisión plasmada en sus grandes libretos. Es necesario comprender que para exponer sus ideas Shakespeare tuvo que recurrir a diversos símbolos para eludir la censura, recurriendo a ellos para mostrar su catolicismo. Tenemos como ejemplo un tema como las peregrinaciones, una costumbre típicamente católica y medieval, pero que fue prohibida por los protestantes en tiempos de Enrique VIII, quien cerró a la fuerza todos los santuarios en Inglaterra. Encontramos referencias a peregrinaciones en muchas de sus obras: “Ricardo II”, “El Mercader de Venecia”, “Como gustéis” y “el Rey Lear”. Otra referencia recurrente de los católicos perseguidos en Inglaterra ha sido la condición del destierro y de la marginación que con frecuencia aparecen en sus obras, sobre todo en el ciclo histórico. Otro indicio de catolicidad lo encontramos en el gran respeto con que el dramaturgo y sus personajes tratan a los frailes y religiosas en obras como “Romeo y Julieta”, “Mucho ruido y pocas nueces” y “Medida por medida”, en ésta última la protagonista es incluso una monja. En contraste, los dramaturgos protestantes como Chistopher Marlowe y Robert Greene los tratan con gran escarnio como personajes malévolos y ridículos.

También aparecen en sus obras, de manera particular en “Enrique V”, “Romeo y Julieta” y en “Medida por medida” diversas ceremonias y liturgias católicas, referencias a los sacramentos y la invocación de los santos así como alabanzas a la Santísima Virgen María y el rezo del rosario. Aparecen también prácticas como el ayuno, lectura de los himnos de las horas, la Eucaristía y la confesión.

Otros dos temas propios del catolicismo son la censura a la usura, presente en “El mercader de Venecia”, que las iglesias protestantes autorizaban sin más y la existencia del purgatorio; el padre de “Hamlet” se lamenta amargamente de haber muerto sin la extremaunción, por lo que ahora anda penando, la obra se extiende ampliamente en una visión metafísica sobre el bien y el mal, el pecado, la gracia y el perdón, todos estos temas marcadamente católicos. Como dice Chesterton, Shakespeare no marca el comienzo de una nueva civilización sino el final de otra, tradicional, la cristiandad medieval, que él recoge y sublima. En ése sentido, sus biógrafos han apuntado que es más cercano a Santo Tomás de Aquino y Dante que a Freud y Jüng.

Mención aparte merece el famoso Soneto XXIII, en el que se las ingenia para nombrar al mártir Tomás Moro, impronunciable en la Inglaterra protestante;[4] también hace lo que Pearce considera una referencia críptica a la misa católica.[5] El soneto concluye con el reconocimiento de no tener el valor de Tomás Moro pero expresa el deseo de que sus obras den testimonio de su fe y de su posición católica. Hay que decir que este significado aparece más claro en el idioma inglés original y se diluye en las traducciones al español.

LA OBRA PERDIDA DE SHAKESPEARE SOBRE TOMÁS MORO

Enrique VIII fue la última de las obras escritas y montadas por Shakespeare. Sin duda, la estela de rectitud de la reina Catalina, la esposa repudiada del rey Enrique permanecía en la memoria de muchos ingleses no conformes con el cisma anglicano. Todavía existían en Inglaterra muchos católicos que, en la clandestinidad, mantenían su fe, siendo para ellos Catalina un ejemplo de firmeza. Lo mismo que Sir Tomás Moro, amigo y consejero de la trágica reina. Por ello es claro que en el Londres de 1613, tras ver en escena el aire de “dama virtuosa” de la reina Catalina, mientras que Ana Bolena y su hija la reina Elizabeth eran puestas en entredicho, se destaparían viejos rencores. El estudioso Ignacio Amestoy escribe que “Lo más probable es que por esta razón, en la segunda representación de la obra se produjera un fuego que destruyó el viejo Globo, que sería reconstruido al año siguiente, para desaparecer definitivamente por otro incendio en 1644. Y es que el teatro de Shakespeare, muy explícitamente en esta obra  Enrique VIII, era un teatro comprometido.”

Por ello, es notable que en 1844 se publicara el manuscrito de un libreto escrito a siete manos, entre las que se ha identificado la autoría de William Shakespeare, centrado en la vida de Sir Tomás Moro. Escrita a fines del reinado de Elizabeth I o inicios del reinado de Jacobo I, fue probablemente una pieza concebida para montarse de manera privada en ámbitos católicos, pero no se descarta que a la muerte de la reina se desempolvara para ver si pasaba la férrea censura inglesa. Es una obra conmovedora, porque muestra, al decir de Joseph Pearce en el prólogo de la edición hecha en 2012 por la editorial Rialp, “la poderosa influencia de Tomás Moro en la conciencia cultural, religiosa y política de Inglaterra pasados más de cien años de su martirio”.[6] Aunque carece de la grandiosidad de la mayoría de la obra shakesperiana, es una obra militantemente católica, audazmente directa, que despierta fuertes emociones. No en balde, sirvió de inspiración al dramaturgo inglés Robert Bolt para la composición del libreto de “Un hombre para la eternidad”, tanto en teatro como en cine, en la inmortal película ganadora de 6 óscares protagonizada por Paul Scofield.[7]

Un hombre para la eternidad, para todas las épocas” es una frase que caracteriza a Santo Tomás Moro, pero que lo hermana con su admirador William Shakespeare, quien fue calificado de igual manera por uno de sus grandes contemporáneos, Ben Jonson, quien vaticinó: «Shakespeare no pertenece a una sola época sino a la eternidad«. En el cuarto Centenario de su deceso, es hora de conceptualizar de manera integral la vida y obra del gran dramaturgo en su grandeza y esencia, en su universalidad derivada de su profunda fe. O como lo expresó el historiador Thomas Carlyle: “¿No podríamos decir que Shakespeare fue el Sacerdote más melodioso aún de un verdadero Catolicismo, de la “Iglesia Universal” del futuro y de todos los tiempos? Ni estrecha superstición, ni áspero ascetismo, ni intolerancia, ni ardor supersticioso, ni perversión, ¡sino Revelación, hasta donde alcanza, de que tan innumerable belleza escondida y divinidad reside en toda la Naturaleza; que permite a todos los hombres adorarla del modo que puedan! Podemos decir sin ofensa: ¡También de nuestro Shakespeare brota una especie de Salmo universal; no impropio para dejarse oír junto a los Salmos que son más sagrados! ¡No en desarmonía con ellos, sino en armonía!”.

[1] SHAKESPEARE, William. “Como gustéis”. Acto II. Escena VII.

[2] Publicado en una versión abreviada bajo el título “Shakespeare: un hombre para la eternidad”, por el mismo autor en la revista ISTMO, No. 344, julio de 2016. México.

[3] Las cláusulas del testamento de Shakespeare que parecieran mostrar cierto rencor hacia ella, con base al contexto social han sido revaloradas como prueba de gran estima; así, el hecho de que le legara a su muerte “su segunda mejor cama” fue tomado como un desprecio y escarnio; pero la acumulación de estudios sobre las prácticas socioeconómicas de la época, que demuestran que todos los hogares burgueses guardaban “la mejor cama” para las visitas, dando pie a que el matrimonio de la casa durmiera “en la segunda mejor cama” ha revalorado la intención de la frase. Y uno de sus sonetos, dedicado a ella, emplea ingeniosos juegos de palabras afirmando que “Ana tiene el camino” (Anne hath the way) y “salvó mi vida” (And saved my life.), lo que literalmente se oye como: “Anna salvó mi vida

[4]More than that love which more hath More expressed”. “Más que el amor que más y mejor (Moro) ha expresado”.

[5]The perfect ceremony of Love’s right”. “La perfecta ceremonia, la que es rito del Amor”, mostrando una profunda comprensión teológica de la Misa como re-presentación del sacrificio de Cristo por supremo Amor.

[6] Tomás Moro. Prólogo de Joseph Pearce. Versión de Aurora Rice Derqui y Enrique García-Máiquez. SHAKESPEARE, William (A. MUNDAY/H. CHTTLE/ T. DEKKER / T. HEYWOOD). Editorial: Rialp, Madrid, 2012

[7]Un hombre para todas las estaciones”, estrenada como “Un hombre para la eternidad” en España y “El hombre de dos reinos” en Hispanoamérica” es una película británica dramática-histórica de 1966 dirigida por Fred Zinnemann y protagonizada por Paul Scofield, Wendy Hiller, Leo McKern, John Hurt y Robert Shaw. Ganadora de los Óscares a “Mejor película”, “Mejor Director”, “Mejor Actor”, “Mejor Guión adaptado”, “Mejor Fotografía” y “Mejor Vestuario”, además de 7 BAFTAS, incluyendo el de “Mejor película Británica”.