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México: entre la polarización desde el gobierno y la sublevación de la clase media

por | Política

El pasado 6 de junio se llevaron a cabo las elecciones más grandes de la historia política de México. Ese día se renovó la totalidad de la Cámara de Diputados y el gobierno de quince estados; además, treinta estados eligieron su congreso local y sus ayuntamientos. En total, se votó en todo el país por 21,368 cargos públicos.

Estas elecciones ocurrieron en medio de un clima político marcado por la crispación y la polarización, inducida, en buena medida, por el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien en sus primeros dos años y medio de gobierno ha dado pasos acelerados en su propósito por instaurar un nuevo régimen político caracterizado por una fuerte carga ideológica de izquierda radical y la concentración de poder en torno a su persona, semejante a otros regímenes de la región.

Desde el 1 de diciembre de 2018, México ha vivido un proceso sistemático de debilitamiento de los órganos constitucionales autónomos, de los poderes legislativo y judicial, y de permanente persecución desde el gobierno contra opositores políticos y medios de comunicación críticos.

A lo anterior hay que añadir los efectos devastadores de la pandemia de Covid-19, que ha causado la muerte de alrededor de medio millón de personas; la violencia desatada por parte del crimen organizado y los cárteles del narcotráfico; y la mayor caída de la economía desde hace noventa años.

Frente a esta situación, la oposición partidista y empresarial conformó una gran coalición electoral denominada Va por México, la cual unió a adversarios políticos históricos, como es el caso del Partido Acción Nacional –de centro-derecha—, el Partido Revolucionario Institucional –hegemónico durante siete décadas— y el Partido de la Revolución Democrática –de centro-izquierda—.

Quizás el dato más destacable de la elección es que Morena y sus partidos aliados –el Partido Verde y el Partido del Trabajo— perdieron en la Cámara de Diputados la mayoría calificada con la que contaban, indispensable para poder llevar a cabo reformas constitucionales.

De tener un total de 332 diputados han pasado ahora a tener 281. Por su parte, la oposición pasó de tener 168 diputados a tener ahora 219. Morena en solitario perdió también la mayoría absoluta, y dependerá del Partido Verde –aliado morenista pero proclive a cambiar de coalición legislativa según sus intereses— para poder sacar adelante sus presupuestos y leyes secundarias.

Esta nueva conformación legislativa sin duda limitará mucho al presidente López Obrador, el cual había anunciado semanas antes de la elección una iniciativa de reforma constitucional para eliminar los diferentes órganos constitucionales autónomos y subsumirlos en las dependencias del gobierno federal; ahora eso ya no será posible. Además, conforme se acerque el final del sexenio, el incentivo de los partidos aliados de Morena para seguir haciendo mayoría con ellos será cada vez menor.

Por otro lado, la coalición opositora obtuvo triunfos muy importantes en la Ciudad de México, en donde ganó en 9 de las 16 alcaldías. Esto es de enorme relevancia, ya que la Ciudad de México ha sido desde 1997 el principal bastión de la izquierda lopezobradorista. El propio López Obrador gobernó la capital del país entre 2000 y 2005 y la actual Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, se perfila como la preferida del presidente para sucederlo dentro de tres años.

En la Ciudad de México se presentó un fenómeno sociodemográfico muy interesante. En aquellas zonas de ingreso medio y alto la población salió masivamente a votar por la oposición, lo cual generó la ira del presidente en contra del “aspiracionismo de la clase media”.

Pero hay que subrayar que esa misma clase media votó mayoritariamente por Andrés Manuel López Obrador en 2018, y ahora se ha sentido abandonada y castigada por un gobierno que ha hecho de la ineptitud, la corrupción y la polarización social sus principales señas de identidad.

Sin embargo, en las entidades federativas en donde se elegía gobernador, Morena fue el gran triunfador, al vencer en 11 de las 15, por lo que pasará de gobernar en seis estados a hacerlo en dieciséis, la mitad del país. De esta forma, Morena ampliará muchísimo su poder territorial nacional y desarticulará algunas de las estrategias opositoras en las que participaban sus gobernadores, como fue el caso de la “Alianza Federalista”, la cual había servido como un efectivo contrapeso contra el poder central.

Diversos analistas han señalado que el triunfo de Morena a nivel estatal se debió a una peligrosa alianza con el crimen organizado, sobre todo en las zonas de influencia del Cártel del Golfo, fundado por Joaquín “El Chapo” Guzmán.

Hay que mencionar que este gobierno ha tenido diversos gestos hacia ese narcotraficante, como fue la liberación de su hijo Ovidio tras un operativo del ejército en el otoño de 2019 o la visita que López Obrador hizo a su madre a inicios del año pasado. La política de este gobierno frente al crimen organizado, sintetizada en la frase presidencial de “abrazos, no balazos”, ha sido de una mucho mayor tolerancia que los gobiernos anteriores, por lo que no sería raro que los principales capos del país se sintieran cómodos con Morena y hayan operado a su favor en los territorios en donde tienen presencia e influencia.

Ante estos resultados, cabe la pregunta acerca de lo que podría ocurrir en las elecciones presidenciales de 2024.

Por un lado, parece claro que la oposición repetirá la fórmula de una gran coalición. Esto debido a que cada partido por separado parece tener muy pocas posibilidades de derrotar a quien vaya a ser el candidato presidencial de Morena.

En México no existe la segunda vuelta, por lo que las alianzas entre partidos deben darse antes de la elección. No será fácil, sin embargo, establecer quién pueda ser el candidato presidencial de esa gran coalición, ya que tanto el PAN como el PRI buscarán que sea alguno de sus militantes, mientras que los organismos empresariales intentarán promover a alguien apartidista pero que pueda sumar a los sectores descontentos con el gobierno.

Esta misma fórmula seguramente se repetirá en el caso de la Ciudad de México, que también renovará a su gobierno dentro de tres años. Además, partidos tan dispares deberán acordar un proyecto común de gobierno, lo cual sin duda significará otro gran reto.

Por otro lado, Andrés Manuel López Obrador buscará mantener su influencia una vez que deje la Presidencia mediante un sucesor incondicional. No es creíble su reiterada promesa de que una vez que deje el cargo se retirará a su rancho y no intervendrá más en la política mexicana.

Todo parece indicar que la elegida al día de hoy es la ya mencionada Claudia Sheinbaum. Sin embargo, la actual Jefa de Gobierno no está pasando por un buen momento. Semanas antes de la elección se desplomó un viaducto elevado en el Metro, ocasionando la muerte de 26 personas, sin que de momento nadie haya asumido la responsabilidad ni existan consecuencias penales o administrativas.

Además, es percibida cada vez más como un títere de López Obrador sin personalidad política propia. Y representa un ala ideológica radical dentro de Morena, precisamente contra la que se sublevó la clase media del país en las recientes elecciones.

Días después de las elecciones estuvo en México el Secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin, quien llamó a dejar atrás la cultura de la división y la violencia y optar por una verdadera cultura de la solidaridad y la fraternidad.

En su homilía en la Basílica de Guadalupe, Parolin aseguró que “México tiene necesidad de reconciliarse consigo mismo, de reencontrarse como hermanos, de perdonarse mutuamente, de unirse como sociedad superando la polarización”.

Sin embargo, es de suponer que la polarización se acrecentará en los próximos meses, toda vez que la elección presidencial estará cada vez más cercana. Mientras tanto, no se ve salida a los principales problemas del país en materia de seguridad, economía y salud, con una nueva ola de la pandemia de Covid-19 a la vista.

Todo ello podría mitigarse si desde el gobierno federal se entendiera que la situación del país exige conciliación y diálogo, pero de momento no parece existir la voluntad política para dar ese paso.

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