La Inundación de al-Aqsa de Hamás y las Espadas de Hierro de Israel

Disparar 5.000 cohetes en un lapso de 20 minutos, iniciar una operación por tierra, mar y aire, cruzar una línea fronteriza, atacar bases militares, masacrar a 1.300 civiles en las comunidades vecinas, dejar miles de heridos y regresar con más de 200 secuestrados plantea un antes y un después en el conflicto entre Israel y Palestina.
Hamás ha movido pieza en el tablero de juego al grito de «¡Inundación de al-Aqsa!». Al-Aqsa es la mezquita más grande de Jerusalén. Como respuesta, Israel ha declarado el estado de guerra, ha movilizado 300.000 reservistas y dirige sus fuerzas armadas hacia la frontera de Gaza, en una operación militar denominada “Espadas de Hierro”. Su mensaje, en palabras del ministro de Defensa, es que «las reglas de la guerra han cambiado y vamos a incapacitar a Gaza para que lo recuerde durante los próximos 50 años».
La fecha ha de entenderse como parte de la dimensión propagandística del ataque: cincuenta años de la Guerra de Yom Kippur (1973). Lo dramático es que, como entonces, las defensas de Israel han sido tomadas desprevenidas.
Todo ataque debe ser calculado porque trae consigo una respuesta. Y mucho más cuando, como en este caso, ha superado toda previsión. Ha podido ser un fallo tremendo de inteligencia, pero habrá que ver hasta qué punto lo que no funcionaba realmente era la dirección y el uso de dicha capacidad. Si para los altos mandos operativos, el aspecto más relevante en el terreno de las amenazas es el cambio climático, imaginemos la ventana de oportunidad que se abre para quienes buscan aniquilar al Estado de Israel y al pueblo judío.
Hamás ha planteado un cambio drástico que altera el equilibrio de poder de la región, desencadenando un “efecto dominó” con consecuencias más allá de Oriente Medio. Por la fuerza de los hechos, ha desplazado a su rival político, la Autoridad Palestina, y se ha convertido en el actor de referencia. Ante el desarrollo de sus capacidades, ha dado un triple salto estratégico, operacional y táctico. La brecha tecnológica se ha reducido y el estudio de las debilidades y oportunidades le ha producido una ventaja sin precedentes. Hamás, desde este punto de vista, es un adversario formidable. Israel necesitará calcular bien el impacto y el alcance de su respuesta, pero deberá ir más allá, no únicamente detener los ataques con cohetes, debilitar la capacidad militar o sus infraestructuras.
Son ya más de siete décadas de conflicto continuado, con discrepancias sobre fronteras, territorios, la soberanía de la ciudad de Jerusalén, los asentamientos y los refugiados. Históricamente, la ONU ha tenido tendencia a cerrar los ojos ante los ataques árabes y a vigilar estrechamente las represalias israelíes. Aunque estos no son tan inocentes y razonables como a veces tratan de parecer, sus temores fundamentales resultan comprensibles con este ataque. Está por ver qué ocurre en la frontera del Líbano con Hezbolá, y con las comunidades palestinas de Cisjordania.
Tanto la Guerra de los Seis Días (1967), que fue un ataque israelí preventivo, como la Guerra de Yom Kippur (1973), que fue una ofensiva sorpresiva, han dejado muy claras las lecciones aprendidas para todas las partes implicadas de cara a la resolución de conflictos y la mesa de negociaciones. Ya no se plantea la pérdida de prestigio, la necesidad de aprender el empleo de las armas modernas, o cualquiera de las fantasías, decepciones y confusiones que inundaron el mundo árabe, incluyendo el declarar impíos los productos occidentales.
Israel, por el desastre sufrido, debe ser capaz de hacer comprender a sus adversarios que la lucha armada no es rentable. Si ya ha obligado a sus vecinos a aceptar el Estado judío, cualesquiera que fuesen las dimensiones, ahora el mensaje es que su seguridad implica difuminar cualquier mínima opción de posibilidades para las guerrillas. Inevitablemente, habrá muestras de severidad y ocupación militar de territorios.
Con Irán como financiador e impulsor, los palestinos van a comprender, como nunca lo hicieron antes, la amarga realidad de que la lucha es «por Palestina, pero sin palestinos», y que sólo están siendo un factor secundario en el conflicto. Ya no está la Unión Soviética, como en las otras guerras mencionadas, pero como China forma parte de la dinámica de las Grandes Potencias, habrá que ver qué postura toma, que por supuesto será pragmática, no ideológica.
Con todo esto, resulta fundamental que siga vigente el gran avance diplomático que significó los Acuerdos de Abraham (2020) firmado entre Israel, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Estados Unidos de América, y que se logre formalizar las relaciones con Arabia Saudí, previsto para próximas fechas. Es Irán quien sale perdiendo con todo esto, por lo que su agenda de guerras proxy, es decir, su participación subsidiaria o por delegación en conflictos de la región, le permite lograr sus objetivos políticos y mantener su influencia.
Otro de los “efectos dominó” será movilizar al conjunto de comunidades islámicas, pero es complicado ya que de fondo aparece la rivalidad entre chiíes y suníes, y las monarquías y regímenes de la región han aprendido, por agotamiento o convicción, a obtener beneficios con una actitud más pragmática. Este ataque servirá no sólo a los fines de la organización islamista que domina Gaza, sino a otras iniciativas del yihadismo global (al-Qaeda o Estado Islámico) que tienen también en la “liberación” de Palestina y la “destrucción” de Israel uno de sus objetivos fundamentales. La causa palestina será aprovechada especialmente en ciudades de Europa, donde el panorama por la inmigración es cada vez más complicado.
Por último, Israel sabe que sólo podrá recurrir a la autodefensa. Su soberanía está limitada por la geografía, la historia, el tamaño y la población, de ahí que sea una sociedad militarizada, a excepción de la creciente comunidad ultraortodoxa. La Start-up Nation buscará todos los medios posibles a su alcance, especialmente el diplomático, pues no podrá tener fronteras seguras y viables sin garantías externas.
Lo que parece claro es que la creación de un Estado Palestino va a tener que esperar, si no es que Hamás, con su “Inundación de al-Aqsa”, lo acaba de convertir para siempre en un imposible.
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