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AMLO y la reconstrucción del nacionalismo mexicano

por | Política

 

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no de los elementos característicos de la modernidad, en materia política, social y cultural, es la Nación, ente que legitima y fundamenta a esas dos grandes instituciones: el Estado y la Constitución.

Hablar de Constitución o de Estado implica siempre una referencia, aunque sea tangencial, a la Nación, pues sin ésta, ambos fenómenos pierden su legitimación.

Por un lado, la Constitución se funda en un supuesto “sentimiento o voluntad nacional” que une a los ciudadanos y los impulsa a dotarse de una ley fundamental que los rige de acuerdo a sus características identitarias comunes.

Por otro lado, el Estado, desde que se desembarazó de la molesta figura del monarca con sus arcaicas limitaciones, tuvo que encontrar un sujeto adecuado en el que verter la misma soberanía que en un segundo momento le sería nuevamente encomendada para su ejercicio; el sujeto más adecuado para cumplir esta función fue la Nación.[1]

Desde la Revolución Francesa de 1789, la Nación se ha colocado en un lugar privilegiado del discurso político[2] y ni siquiera la globalización ha logrado destronarlo, al contrario, nuevos movimientos hacen del nacionalismo su bandera ya sea para fortalecer a los estados consolidados contra organismos supranacionales o para justificar la rebelión y secesión de regiones dentro de esos mismos estados con el fin de constituir unos nuevos.

México no es ajeno a estos movimientos, la presidencia de Andrés Manuel López Obrador se ha abocado con singular brío y fuerza a retomar y, en algunos casos, reformular la historia oficial-nacionalista.

El cambio de nombre de calles, la remoción de monumentos, la construcción de gigantescas maquetas en espacios públicos, las ceremonias oficiales y los discursos presidenciales de los últimos 3 años son parte de una muy bien pensada y desarrollada agenda de reconstrucción de la historia nacionalista mexicana, no en vano el presidente ha denominado a su movimiento como la “Cuarta Transformación”, colocándolo de esta manera dentro de la narrativa histórica oficial junto a los otros tres grandes hitos históricos nacionales: La Guerra de Independencia, la Guerra de Reforma y la Revolución Mexicana.

Todos estos esfuerzos y actividades no son solamente anhelos de retornar a un pasado mítico donde “todo estaba mejor”, sino que son parte de una agenda más amplia de concentración y fortalecimiento del poder estatal, otra cara de su ya conocida estrategia de centralización de facultades y avasallamiento de órganos y autoridades.

Para entender este proyecto es necesario definir en primer lugar qué se entiende por Nación y qué por Nacionalismo.

Siguiendo a Benedict Anderson se puede definir a la “Nación” como “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana.”[3]; por su parte se puede definir el nacionalismo siguiendo a Ernst Gellner como “un principio político que sostiene que debe haber congruencia entre la unidad nacional y la política.”[4]

Una vez aclarados estos conceptos se vuelve necesario señalar que ambos fenómenos no son en modo alguno, como pretenden siempre sus partidarios, realidades antiquísimas cuya génesis se pierde en la oscuridad de la antigüedad, sino conceptos absolutamente modernos cuyo origen se puede rastrear al siglo XVII y XVIII y su formulación formal hasta el siglo XIX, con fortísimos movimientos nacionalistas desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, especialmente en los estados con poco  tiempo de “vida independiente”.[5]

México no es nuevo en el tema del nacionalismo, ya desde antes de su independencia lo que era la Nueva España comenzó a desarrollar una identidad propia distinta de la metrópoli, la cual, siguiendo las corrientes intelectuales, políticas y sociales de la época, no tardó en convertirse en un nacionalismo en toda forma.[6]

La idea de “Nación” ya se encuentra expresa en el pensamiento de José María Morelos desde 1813 en su documento “Sentimientos de la Nación” y posteriormente en el “Decreto Constitucional para la Libertad de América Mexicana” de 22 de octubre de 1814 (mejor conocido como “Constitución de Apatzingán”) y desde entonces no ha dejado de ser señalado como fundamento de todo documento constitucional o cuasi constitucional en el país.

La aparición (o creación según algunos autores)[7] del fenómeno nacionalista va acompañado del establecimiento del Estado como forma de organización política.

Como señalan Will Kymlicka y Christine Straehle, los Estados- Nación surgen de “deliberadas políticas de construcción nacional, adoptadas por los estados para difundir y fortalecer un sentido de la pertenencia nacional.”[8]

De esta manera el principal motor y beneficiario de la consolidación del concepto de “nación” y “nacionalismo” no es otro que el Estado, máxima personificación del poder político y forma suprema de acumulación de recursos, que se apoya en estos conceptos para crear un sistema de legitimación que persuade a la obediencia.[9]

Esto se puede comprobar observando atentamente la historia de México y demuestra que no es una mera coincidencia que la aparición del nacionalismo haya acompañado el surgimiento de movimientos independentistas con ideales de constitución estatal; ni que cada reaparición del movimiento nacionalista a lo largo de la vida independiente del país haya sucedido en el marco de procesos de centralización y consolidación del poder del Estado, principalmente del Ejecutivo.

Al respecto de este último punto no se puede olvidar el papel de Porfirio Díaz en la construcción de monumentos con una narrativa nacionalista como los ubicados en el Paseo de la Reforma o el denominado “Nacionalismo Revolucionario” de mediados del siglo XX, con sus expresiones en todos los ámbitos culturales, que permitió a los caudillos revolucionarios y a sus descendientes legitimar su proyecto de gobierno como continuación de la antiquísima nación mexicana, la cual se alzaba nuevamente de la opresión de sus enemigos históricos.[10]

Así pues los actuales esfuerzos del presidente López Obrador por reavivar el nacionalismo mexicano, con claras referencias el “nacionalismo revolucionario” del siglo pasado, no deben de tenerse por “disparates” o meros “distractores”, sino como parte de su constante esfuerzo por reafirmar el decrecido poder del Ejecutivo para elevarlo, al menos, a los niveles que tenía durante el gobierno posrevolucionario; proyecto que solo puede tener éxito si se logra que la población crea en la narrativa nacionalista que justifica el crecimiento del poder como una necesidad de la “nación” para enfrentarse a esos “enemigos” que cada determinado tiempo aparecen de las tinieblas para asediarla.

 

BIBLIOGRAFÍA

Anderson, Benedict, Comunidades Imaginadas Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Fondo de Cultura Económica, 1993.

Cabrera, Daniel Enrique Padilla, “‘¡Mexicanos al grito de guerra!’: construcción del Nacionalismo Defensivo* mexicano ante Estados Unidos (1821-1917)”. Antrópica. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, 3, 2, pp. 80–91, México. 1821-1917 [En línea]: https://antropica.com.mx/ojs2/index.php/AntropicaRCSH/article/view/19 [Consulta: 27 de septiembre, 2021].

Cosío, Lorenzo F. Meyer, “Estados Unidos y la evolución del nacionalismo defensivo mexicano”. Foro Internacional (julio, 2006), pp. 421–464 [En línea]: https://forointernacional.colmex.mx/index.php/fi/article/view/1830 [Consulta: 27 de septiembre, 2021].

Gellner, Ernest, Naciones y Nacionalismo. Alianza Editorial, 2001.

Hobsbawm, E. J, Naciones y nacionalismo desde 1780. Crítica Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1998.

Jouvenel, Bertrand de, Sobre el Poder: historia natural de su crecimiento. Unión, Madrid, 1998.

Kymlicka, Will y Straehle, Christine, Cosmopolitismo, Estado-nación y nacionalismo de las minorías; Un análisis crítico de la literatura reciente. UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2003.

Marina, José Antonio, La pasión del poder. Anagrama, Barcelona, 2010.

Soto, Rosalba Cruz, “Las publicaciones periódicas y la formación de una identidad nacional”. Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, 20, 20 (septiembre, 2000) [En línea]: https://moderna.historicas.unam.mx/index.php/ehm/article/view/3029 [Consulta: 27 de septiembre, 2021].

Taylor, Charles, “Nacionalismo y Modernidad”, en Naciones, Identidad y Conflicto. Gedisa Editorial, 2014, pp. 66–123.

Urías Horcasitas, Beatriz, “El nacionalismo revolucionario mexicano y sus críticos  (1920-1960)”. Documentos de Trabajo DT, 55, pp. 1–35.

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[1] Bertrand de Jouvenel explica estos dos fenómenos en su obra. Cfr. Bertrand de Jouvenel, Sobre el Poder: historia natural de su crecimiento. Unión, Madrid, 1998.

[2] Eric Hobsbwam detalla las distintas formas en las que se ha entendido la “nación” desde el siglo XVIII, y aunque señala que la concepción original revolucionaria francesa era diferente de la que posteriormente se denominará “nacionalista” no por ello deja de ser cierto que el término ya era utilizado de una u otra manera. Cfr. E. J Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1780. Crítica Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1998.

[3] Benedict Anderson, Comunidades Imaginadas Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 23.

[4] Ernest Gellner, Naciones y Nacionalismo. Alianza Editorial, 2001, p. 13.

[5] Aunque la palabra “nación” ha existido desde hace siglos, y no era desconocida en la Edad Media, su definición clásica es diferente de la que prima hoy en día, su sentido primordial era la pertenencia a un mismo grupo familiar o regional, sin las connotaciones políticas que la modernidad le dio. Cfr. B. Anderson, op. cit.; E. Gellner, op. cit.; E. J. Hobsbawm, op. cit.; Cfr. Charles Taylor, “Nacionalismo y Modernidad”, en Naciones, Identidad y Conflicto. Gedisa Editorial, 2014, pp. 66–123.

[6] Cfr. Rosalba Cruz Soto, “Las publicaciones periódicas y la formación de una identidad nacional”. Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, 20, 20 (septiembre, 2000) [En línea]: https://moderna.historicas.unam.mx/index.php/ehm/article/view/3029 [Consulta: 27 de septiembre, 2021]; B. Anderson, op. cit.

[7] Entre los que sostienen la idea de que el nacionalismo es siempre una construcción de las élites se encuentran los ya citados Gellner, Hobsbawm y Anderson.

[8] Will Kymlicka y Christine Straehle, Cosmopolitismo, Estado-nación y nacionalismo de las minorías; Un análisis crítico de la literatura reciente. UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2003, p. 62.

[9] Cfr. José Antonio Marina, La pasión del poder. Anagrama, Barcelona, 2010, p. 73.

[10] Al respecto del nacionalismo mexicano y del nacionalismo revolucionario. Cfr. Daniel Enrique Padilla Cabrera, “‘¡Mexicanos al grito de guerra!’: construcción del Nacionalismo Defensivo* mexicano ante Estados Unidos (1821-1917)”. Antrópica. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, 3, 2, pp. 80–91, México. 1821-1917 [En línea]: https://antropica.com.mx/ojs2/index.php/AntropicaRCSH/article/view/19 [Consulta: 27 de septiembre, 2021]; Lorenzo F. Meyer Cosío, “Estados Unidos y la evolución del nacionalismo defensivo mexicano”. Foro Internacional (julio, 2006), pp. 421–464 [En línea]: https://forointernacional.colmex.mx/index.php/fi/article/view/1830 [Consulta: 27 de septiembre, 2021]; Beatriz Urías Horcasitas, “El nacionalismo revolucionario mexicano y sus críticos  (1920-1960)”. Documentos de Trabajo DT, 55, pp. 1–35.

 

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