Volver a la razón de ser del Estado

En todo el mundo se registran crisis en los Estados. Muchos consideran que lo que está en crisis es la democracia como consecuencia del surgimiento del populismo, sea de izquierda o de derecha. Es decir, el recurso a la mercadotecnia política, a una propaganda superficial, a promesas incumplibles y a la mentira para obtener votos que lleven al poder. La consecuencia es que hoy la ciudadanía está decepcionada de los gobiernos y de la política en cuanto tal.
Frente a esta situación, se habla de rescatar la política o de hacer buena política. Se propone para ello ver la política como una oportunidad de servicio y como la más alta forma de la caridad, es decir, del amor. Se trata del amor social que busca el bien de los semejantes agrupados socialmente y que aspiran a un pleno desarrollo.
Pero esto es algo que se ha perdido, no hay una brújula que oriente correctamente y una concepción compartida acerca del Estado que satisfaga a todos, gobernantes y gobernados. Esto es consecuencia del llamado maquiavelismo político que convirtió la búsqueda del poder por el poder mismo, en el eje en torno al que gira la vida política. Muchos de los autores de la ciencia política tuvieron como punto de partida romper con el pasado, particularmente con la filosofía política, rebajando esta noble tarea a un pragmatismo burdo que se olvidó de la ética y abrió el paso a la ambición desmedida y a la corrupción.
Ante esta realidad, conviene volver los ojos a la filosofía política, particularmente a la breve incursión que Santo Tomás de Aquino hiciera sobre la materia en su obra De Regno. Dicho trabajo, escrito a solicitud de San Luis Rey de Francia y la duquesa Adelaida de Brabante. Y aunque la obra no la concluyó, contiene los principios fundamentales que nos permiten dar fundamento a la vida del Estado. Repasemos sus ideas brevemente, aclarando que al Doctor Angélico no le interesaba la política práctica y se reconocía incompetente en ella.
Como es propio de Santo Tomás, su perspectiva es teológica y filosófica, y al acceder a la petición que se le hiciera, lo que buscaba era iniciar una ciencia política cristiana y propia para pueblos con esos principios. Habrá, entonces, una relación con la ética y el derecho natural, ahora tan menospreciado.
Santo Tomás aborda la política desde los principios, buscando el fin de la sociedad política, que deberá compaginar con los fines de quienes la integran a fin de que sea posible armonizarlos y sumar voluntades. Por ello su perspectiva son los primeros principios, la ontología que habrá de sostener a la teleología. Entonces el análisis se hace a la luz de las causas: eficiente, final, material y formal.
Se parte de la idea de que la sociedad política es una sociedad humana perfecta al servicio del hombre. Por ello se enfoca, en primer lugar, a definir qué es el hombre, señalando que es un ser corpóreo, semejante a los animales, pero con la característica de ser racional. Es un ser poseedor de un alma que se manifiesta en su razón y en su inteligencia, capaz de trascender lo singular y particular, lo corpóreo y espacial, que conoce por los sentidos, para fijar su mirada en lo universal y trascendente, en lo incorpóreo y espiritual, en lo celeste y lo divino. Esto, que es deducible filosóficamente, se eleva con la visión teológica del hombre, tanto como imagen y semejanza de Dios, como hijo de Dios, de donde proviene su dignidad. Este es el ser que compone la sociedad política.
Ahora bien, se sabe que el hombre es un ser incompleto y potencial; como ser vivo está sujeto a las necesidades materiales de la vida, a la salud y enfermedad; como racional es un ser discursivo, progresivo y perfectible en sus pensamientos y en sus afectos, no se sujeta a una educación mecánica, de condicionamientos, sino libre e ilimitada. Está compuesto de acto y potencia, orientado a su continuo perfeccionamiento en su dimensión natural y espiritual.
De acuerdo con la visión cristiana, ese perfeccionamiento está dirigido hacia Dios, en quien el hombre encuentra su felicidad y bienaventuranza, al conocerlo y amarlo. Ese es su último fin. Sin embargo, el camino hacia él es arduo y prolongado, encuentra obstáculos y enemigos, pero esa es la razón última de la vida presente, individual o social, de tal modo que todo debe ser ordenado a su consecución y como un medio para alcanzarlo.
Sentados estos principios, Santo Tomás considera que entre los medios necesarios y eficaces que tiene el hombre para alcanzar su dicha y felicidad, es vivir en sociedad perfecta, con los bienes suficientes para alcanzar el pleno desarrollo de su personalidad natural y de hijo de Dios. Sin embargo, considera que, dada su doble dimensión, son dos las sociedades que lo ayudan en ese propósito: el Estado, respecto de su perfeccionamiento natural, y la Iglesia para su desarrollo sobrenatural. Y como la gracia no suprime la naturaleza, considera que la sociedad perfecta eclesial supone la sociedad perfecta civil.
El hombre, ser social por naturaleza
Esto se demuestra, dice Santo Tomás, en que el hombre está naturalmente orientado a la sociedad política, pues la necesita para el pleno desarrollo de su personalidad y lograr su felicidad en cuerpo y alma, como adulto sano, bueno, sabio y virtuoso, lo cual solo es posible viviendo en la sociedad política, ya que como ser comunicador, desarrolla su sabiduría en diálogo con otros sabios, y su bondad a través de la caridad que realiza. Este ser comunicativo no solo comparte lo que es, lo que siente o lo que sabe con sus semejantes, sino también la comida y los bienes, que compartidos generan felicidad.
Además, a lo largo de la historia se demuestra que los hombres en todos los tiempos y lugares han formado núcleos compactos y suficientemente desarrollados para constituir la sociedad civil perfecta, con leyes, costumbres y autoridades; en multiplicidad de formas y grados. Esto hubiera ocurrido, dice el Santo, aunque el hombre no hubiera caído en el pecado original, y esa unión trasciende a lo temporal. Por tanto, toda criatura racional –incluidos los ángeles- se reúnen en sociedad, según su género y estado. Unos están unidos por el amor y el bien común, y otros hacinados, cosidos, ensartados, por el odio, por el mal o la desdicha común.
Otras razones para explicar la sociabilidad, son las consecuencias de nuestra naturaleza caída: las debilidades y la dependencia de los hijos, de los enfermos y ancianos, los achaques, las enfermedades y sufrimientos a lo largo de la vida, que hacen necesaria la ayuda de los semejantes. Además de los requerimientos económicos, los servicios públicos y la educación. Frente a los posibles desórdenes, se hace necesaria la presencia de la autoridad para que reduzca al orden a quienes delinquen, para que no haya impunidad y sean llevados a prisión, y para la protección del grupo de amenazas externas.
También en materia religiosa y el cultivo de las virtudes morales, se requiere el auxilio de quienes son capaces de dar acceso a las verdades divinas, y a conocimientos que no son fácilmente asequibles para todos los hombres, para orientar y educar, e incluso, para reconciliar con el Creador.
La sociabilidad del ser humano es, entonces, la causa eficiente de la sociedad política.
El bien común
La sociedad perfecta a la que hace referencia Santo Tomás, es aquella que no forma parte de otra sociedad y posee en sí misma los recursos necesarios para una vida humana completa en la virtud. Y, como queda señalado, son dos las sociedades que lo hacen posible: la Iglesia y la sociedad política. La primera para alcanzar el fin sobrenatural, y la segunda para su fin natural.
El fin natural, señala el Santo, debe estar subordinado al fin sobrenatural. Por lo que la sociedad política, a pesar de tener perfecta autonomía dentro de su esfera, debe ser una disposición, una ayuda y un estímulo de orden natural para que el hombre se abra hacia lo sobrenatural y avance hacia la santidad.
En tanto que los hombres se reúnen para alcanzar el bien acorde con su fin, el bien propio de esa sociedad es el bien común de todos y cada uno de quienes la integran, de ahí que el fin de la propia sociedad es el bien humano social o bien común.
Así queda asentado que el hombre necesita de la sociedad para su perfección, pero no la de uno solo, sino la de todos quienes la integran. Habrá un bien común perfecto, si la sociedad es perfecta, o imperfecto, si la sociedad es imperfecta. Hay, también, un bien común natural en la sociedad natural, y sobrenatural en la sociedad sobrenatural.
Explica entonces Santo Tomás, que bien común es un término análogo con dos significaciones, el bien común inmanente y el bien común trascendente, el primero está dentro de la misma sociedad, y el segundo fuera de ella.
EL bien común trascendente es el último fin de las personas que integran la sociedad y el de ella misma: Dios. Esto en tanto que la última perfección de un ser causado no puede estar más que allí en donde está su primer principio. Él es el fin de todo lo creado.
Es un bien por esencia, increado, inparticipado, infinito, indestructible. Solo se merece con las acciones, no se produce; es común o universal in essendo, es decir, en sentido formal lógico o metafísico.
En cambio, el bien común inmanente es un bien humano, conforme con su naturaleza, un bien que lo perfecciona. Santo Tomás divide en tres los bienes integrales que nos son propios: los bienes externos, muebles e inmuebles; los bienes del cuerpo, como la salud, la integridad y una buena constitución física, y los bienes del alma, como la ciencia y la virtud. Además, habla de unos bienes análogos o de perfección, que también serían tres: los bienes honestos que son fines, al igual que los bienes deleitables, y los bienes útiles, que son medios. Los bienes honestos son fines en sí mismos, en tanto que los deleitables lo son en cuanto los efectos saciativos de quien los alcanza o posee. Estos bienes tienen jerarquía en el orden que los he señalado.
El bien común inmanente es un bien creado, participado, finito, corruptible; lo producen los hombres asociados con sus actos, es común o universal in causando, es decir, en sentido causal y dinámico. Es un bien común no propio; universal, no particular; social, no personal; público, no privado. No es un bien meramente colectivo como una suma de bienes propios, particulares y personales, en tanto que la sociedad política perfecta no es una suma de individuos, no es una masa amorfa, inorgánica. Tampoco es una suma de bienes particulares.
La perfección de la sociedad política dependerá de la suficiencia de esos bienes y de su correcta jerarquía. También de acuerdo con su aspecto cualitativo en la perfección de los hombres y en el cuantitativo del número a los que alcanza.
Los frutos morales y culturales del buen ordenamiento social, fomentan el amor entre quienes lo integran, generan concordia, orden y la paz, generando en cada uno conformidad y contento en su puesto y en su oficio, colaborando en la medida de sus fuerzas, al bien común, y participando proporcionalmente del mismo.
- Estas ideas se expresan del siguiente modo en De Regno:
Tres cosas se requieren para el bien común de la sociedad política:
Primera, la unión de todos los miembros de la sociedad en verdadera y sincera amistad, cuyo fruto propio es la paz social, la paz pública.
Segunda, la unión de fuerzas de todos y cada uno de dichos miembros para colaborar al bien común, porque así como un hombre particular no puede trabajar a pleno rendimiento si no unifica todas sus emergías, no dispersando ninguna, ni mucho menos impidiéndose unas a otros, como ocurre con un enfermo, en un haragán o en un vicioso; así tampoco en la sociedad política se obtiene el bien común si no están unidos y concordes todos sus miembros, sin impedirse ni contradecirse entre sí, sino más bien, concentrando todas sus energías para lograrlo. Ya es cosa sabida que la unión hace la fuerza: vis unita, fortior.
Tercera, la suficiencia y plenitud de bienes humanos, corporales y espirituales, exteriores e interiores, físicos, intelectuales y morales, que se siguen naturalmente de las dos primeras condiciones. Este bien común se debe procurar, no de un modo cualquiera, sino con la mayor energía y de la mejor manera posible.
El bien común inmanente es un bien comunicable y comunicativo a todos y cada uno de los miembros, por el hecho de ser común y de ser inmanente. No está, ni puede estar fuera de la persona humana, sino en ella. Es un bien que es de todos y de cada uno de los miembros de la sociedad, según la totalidad de su esencia, pero no según la totalidad de la virtud y de su valor, que se miden según la capacidad y la aptitud funcional del tipo social de los mismos. Se comunica gradualmente, en proporción a la condición de cada uno en el cuerpo social. Es un implícito, no meramente potencial, es un todo global confuso e indistinto que se explica y se distingue según los modos de participación actual en sus miembros.
El bien común inmanente no es un bien encerrado en sí mismo, sino esencialmente abierto hacia el bien común trascendente y esencialmente difundido y participado en los miembros de la sociedad, pero es de orden esencialmente superior a todos y cada uno de los bienes particulares de sus miembros.
Queda claro, entonces, que la causa final de la sociedad política, es el bien común.
La causa material de la sociedad política
La causa material de la comunidad política o Estado, es decir, sus componentes, podría pensarse que son los hombres y es válido pensar así si nos referimos en la causa remota, pero esto llevaría a una visión individualista. Para Santo Tomás, la causa inmediata de la sociedad política, son las distintas formas asociativas que se dan de manera natural en la sociedad: la conyugal, la paterna y la heril, como sociedades básicas o elementales que, a su vez, se agrupan en aldeas, municipios, estados y naciones; vienen luego otras agrupaciones como los gremios, las escuelas, los sindicatos, los colegios profesionales, los centros de cultura, los grupos deportivos, etc., que se componen de los mismos individuos de las tres sociedades básicas, pero por razones y fines diferentes. Así pues, la materia de la sociedad política son lo que se conoce como las sociedades intermedias, que se ubican entre el individuo aislado, y el todo del Estado.
El simple agrupamiento de individuos sin vinculación entre ellos, da origen a la masa. En cambio, cuando existen vínculos sociales diversos, en torno a grupos que los aglutinan por fines concretos que son su bien común particular, se puede hablar de pueblo propiamente dicho. El individuo aislado se pierde y fácilmente puede ser presa del Estado para someterlo con facilidad. Al estar organizado adquiere voz y presencia, y en conjunto con quienes comparte derechos e intereses, hacerse oír y presentar resistencia frente a las arbitrariedades de sus iguales o de la autoridad.
Causa formal de la sociedad política o Estado
Ahora bien, la materia que son las agrupaciones sociales ya señaladas, se integran y actúan en torno a intereses que les son comunes. Para que la suma de ellos forme un estado, es necesaria una fuerza que los mantenga unidos.
Lo que unifica, organiza, estructura y ordena a esas fuerzas sociales agrupadas, sus aptitudes y tendencias, para la común perfección y prosperidad, es decir, para alcanzar el bien común, es la autoridad; es lo que da forma al Estado. Es su causa formal.
La autoridad o poder es quien, independiente de quien la ejerza o la forma como esté organizada, establece las leyes, con sus derechos y deberes, desde lo constitutivo y fundamental, hasta los transitorio y circunstancial. La consecuencia de ello no es una unidad puramente lógica, un ser de razón; sino algo real y objetivo, no sustancial o físico, sino moral y de orden. Es un ser de relación. Esta distinción es fundamental y necesaria reafirmarla en nuestros tiempos, donde ciertas doctrinas han pretendido ver al Estado como un todo que absorbe a los individuos y los anula, en tanto que se le concibe como una sustancia superior respecto de estos. Eso da pie al totalitarismo. Del mismo modo, los liberales que niegan la naturaleza social del hombre y justifican su asociación mediante pactos, por lo que conciben al Estado como una ficción jurídica. La sociedad política, insisto, es un ser accidental de relación.
Este entramado tiene en la ley el elemento para dar dirección y otorgar los medios conducentes al cumplimiento de las aspiraciones de los integrantes de la sociedad, en su calidad de ciudadanos, es claro que el ordenamiento tiene que ser justo para el logro del bien común.
En cuanto a las formas de gobierno, Santo Tomás, menciona las tres tradicionales: monarquía, aristocracia y democracia, con sus derivaciones corruptas. En su enseñanza, la forma debe ser adecuada al pueblo en que se aplica, de lo contrario será injusto y no logrará el fin para el cual está establecido: lograr la paz, unidad, justicia, prosperidad, competencia gubernativa, libertad política, continuidad y eficacia gubernativa. Se trata de un medio y, por lo tanto, hay que elegir el mejor para cada estado en un tiempo y lugar determinado. Ahora bien, de manera abstracta considera a la forma monárquica como la mejor por la unidad que logra. Pero las demás formas serán buenas, en tanto que logren esa unidad. En contraste, la tiranía es la peor forma de gobierno.
De la aristocracia reconoce como ventaja la presencia de varios hombres selectos, virtuosos e inteligentes, que ven más y mejor que uno solo. Pero también pueden corromperse y derivar en una oligarquía.
También en la democracia encuentra ventajas, ya que hace énfasis en la libertad de los ciudadanos y fomenta el interés por una mayor contribución y colaboración a la responsabilidad del estado, una mayor comunicación de todos entre sí y una mayor igualdad. Esto es para la elección de quienes hayan de gobernar, no para gobernar directamente, pues la masa es incapaz de dar unidad al mando de sí mismo y corre el riesgo de caer en la anarquía.
Finalmente propone combinar lo mejor de las tres formas: la unidad y eficacia del mando de la monarquía, de la aristocracia el asesoramiento de los mejores y competentes, aprovechando el capital humano, y de la democracia la contribución de todos con su voto para seleccionar a los mejores y fiscalizar sus funciones para un mejor desempeño. Pero los votantes deben estar preparados para realizar una elección responsable, y solo deben hacerlo quienes reúnan esas cualidades. Con lo cual Santo Tomás no consideraba el voto universal.
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