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¿Vacunarse es una obligación o no?

por | Salud

 

La Pandemia de Covid-19 ha afectado no sólo a la salud de las personas, sino a las relaciones sociales y políticas, a la confianza y la incredibilidad. En un mundo de escépticos, las noticias falsas y los comportamientos erráticos de las personas han aflorado de muchos modos. Entre las muchas situaciones que se han presentado, está la discusión en torno a la vacunación contra el virus.

Un primer aspecto se refiere a la amplia discusión en las redes sociales acerca de la naturaleza de la pandemia, su realidad, su gravedad y los métodos para combatirla.

Algunas de las informaciones que proliferaron en la red se referían a la falsedad de la pandemia, se comparaba el número de enfermos y muertos con otras enfermedades de distinta naturaleza, minimizando que el problema fuera tan grave como se decía.

Por otra parte, surgieron numerosos “expertos” proponiendo unos remedios y descalificando otros. Resultaba difícil conocer los títulos y autoridad científica de quienes desacreditaban las vacunas. En fin, surgió una babel científica que provocaba inquietud, desorientación y desconfianza en las autoridades médicas reconocidas a nivel mundial.

Entre los argumentos contra las vacunas se ha manejado que la enfermedad es producto de una conspiración de magnates que tratan de eliminar a parte de la humanidad y que además de crear la enfermedad artificialmente, la vacuna contiene un micro chip que provocaría intencionalmente daños a las personas directamente o indirectamente. Se habló de una transmutación genética o de esterilización.

En cuanto a la vacuna, además de lo anterior, se lanzaron diversas acusaciones para crear desconfianza. En el mundo católico se levantaron voces rechazando las vacunas por haber sido generadas a partir de células de fetos y que aceptarlas sería una complicidad con el asesinato de niños en el vientre materno.

A pesar de que las vacunas no procedían directamente de los fetos abortados y que la generada contra Covid-19 no era la única que tenía raíces remotas con tal hecho, lo cual no era generalmente conocido, no faltan quienes rechazan esta protección por esa razón.

Al mismo tiempo se duda de la seriedad de las vacunas, por la rapidez con que fueron generadas y la insuficiencia de pruebas que garantizaran tanto su eficacia como la inexistencia de efectos secundarios. Al efecto se han lanzado videos en los que se muestra a individuos que dicen haber experimentado efectos graves de la aplicación de la vacuna.

En paralelo, sin embargo, también existen enfermos de diversos males después de haber padecido la infección por Covid-19. De acuerdo con las informaciones existentes éstos son mucho más que los primeros. Al respecto se recuerda que toda medicina o vacuna puede tener efectos secundarios que según las personas pueden variar, desde leves hasta graves. Pero en el balance se insiste que los beneficios son mayores con la vacuna que sin ella.

Por otra parte, ha surgido el tema económico. Los enemigos de las farmacéuticas han difundido testimonios de investigadores que aseguran que éstas no buscan el verdadero bien de las personas, sino hacer negocio, al grado de ocultar medicinas que sí alivian, promoviendo la venta de productos que son meros paliativos, o que carecen de solidaridad humana y solo buscan hacer negocio, de esta forma se califica la “competencia” de las farmacéuticas por producir vacunas y medicinas, para ser los primeros en llegar al mercado, se condena el egoísmo de dichas empresas por no liberar las patentes para lograr una mayor producción de las vacunas, proteger a más personas y alcanzar, finalmente, el control de la pandemia por inmunidad de rebaño.

Finalmente, se ha desatado una polémica en torno a la obligatoriedad de vacunarse, más cuando ésta es promovida por los estados, lo cual es calificado como un atentado a la libertad, igual que el confinamiento obligatorio. Imponer la obligación de vacunarse, aseguran, es un acto totalitario que hay que rechazar. Manifestaciones multitudinarias se han opuesto a las autoridades que buscan obligar a la vacunación. La polémica está al rojo vivo.

La vacunación y el bien común

Son muchos los cristianos que en lo personal dudan o rechazan, por un motivo o por otro vacunarse. Al mismo tiempo dudan acerca de la legitimidad de establecer la vacuna obligatoria, pues es un acto autoritario, contrario a la dignidad humana. ¿Qué decir al respecto?

Ciertamente la persona requiere un ámbito de libertad para su desarrollo, pero el pensamiento cristiano siempre ha señalado que esa libertad es para actuar el bien. Del mismo modo, la libertad va acompañada de la consecuente responsabilidad del uso de la misma. Esa responsabilidad tiene la doble dimensión de ejercerse para alcanzar el bien personal y el bien social. El humanismo integral y solidario busca, precisamente, el desarrollo integral de la persona: espíritu y materia, en sus distintas dimensiones. Lograrlo no es una tarea fácil.

Respecto de la salud, resulta claro que la persona tiene la obligación moral de velar por ella en la medida de lo posible. Eso implica el fortalecimiento físico mediante alimentación sana y equilibrada que le permita contar con un sistema inmunitario que le proteja lo más que se pueda de enfermedades que lo dañen, y si éstas aparecen, también es necesario emprender las acciones para recuperar la salud.

Esta obligación forma parte de la protección y desarrollo de la propia vida, por lo que, existiendo los medios para ello, es necesario acudir a los que estén a nuestro alcance. No hacerlo es una falta, un mal ejercicio de la libertad.

Respecto de las vacunas, en tanto que son medios de protección que han logrado disminuir o erradicar enfermedades que provocaron grandes estragos en el pasado o daños permanentes a las personas, nadie en su juicio niega esa protección para sí mismo o a sus hijos: sarampión, tosferina, tétanos, poliomielitis, y un largo etcétera. Son avances que la medicina ha logrado a través del tiempo. Ciertamente que en casos excepcionales o minoritarios las vacunas fallan o provocan daños colaterales. Pero el balance es favorable para ellas.

Ahora bien, pueden existir vacunas que inoculan no tienen mayor efecto que poner en riesgo a quien permanece sin esa protección. Pero cuando se trata de una enfermedad infecciosa en la que si uno enferma no sólo resulta afectado en lo individual, sino que pone en riesgo a otros o incluso los contagia, dicha omisión se agrava pues con su conducta está provocando un daño a otros, un mal social. Se trata de un acto irresponsable en el ejercicio de la libertad.

Ante situaciones de esta naturaleza, las autoridades, responsables de la promoción del bien común, tienen una obligación positiva de vacunar a sus ciudadanos, tanto por su bien individual como por el social común a todos.

Que el desabasto o la desatención al problema, no sea la causa de una epidemia, de muchos enfermos o muchos muertos. Esto es necesario para que todos, en la medida de lo posible, cuenten con la protección a la que tienen derecho. Se trata de la salud pública que la autoridad tiene que promover y que es parte del bien común.

Desde esa perspectiva, en tanto que todos los ciudadanos tenemos la obligación de contribuir al bien común, no hacerlo es, nuevamente, un mal ejercicio de la libertad. Al mismo tiempo es una falta a la solidaridad a la que estamos obligados los humanos. A eso se ha referido en múltiples ocasiones el Papa Francisco, desde su mensaje en la Plaza de San Pedro vacía al inicio de la pandemia del Covid-19, hasta en mensajes recientes como el que dirigió al Consorcio Internacional de Medios Católicos denominado “Catholic fact-checking”:

“La pandemia nos invita a abrir los ojos a lo esencial, a lo que realmente cuenta, a la necesidad de salvarnos juntos. Por lo tanto, tratemos de estar juntos a favor y nunca en contra. Juntos para. Y recordemos que el acceso a las vacunas y al tratamiento debe estar garantizado para todos, incluso para los más pobres: nos curaremos si nos curamos juntos. A este respecto, me gustaría subrayar algo que siempre he dicho: de las crisis no se sale solo; o se sale juntos, o nadie sale bien. No saldremos igual: saldremos mejor o peor. Porque la crisis nos pone en dificultades y tenemos que encontrar soluciones. Pero el problema -es una trampa psicológica- es cuando la crisis se convierte en conflicto y el conflicto no se puede resolver: sólo con «guerra», con distancias, con oposiciones, y esto siempre es ir hacia atrás y no avanzar en el diálogo, en la unión. Nunca dejes que una crisis se convierta en un conflicto. No, es una crisis. Estamos en una crisis, intentemos salir de ella juntos.”

Finalmente, la falta de cumplimiento con la solidaridad y el bien común, son actos de injusticia por parte de quién así actúa. Por ello, desde esta perspectiva, considero que la obligación de vacunarse no sólo es moral, sino que incluso puede y debe exigirse legalmente cuando existe una resistencia que pone en riesgo a todos. El Vaticano, por ejemplo, no ha dudado en hacer obligatoria la vacuna a quienes trabajan en él. Quienes se oponen a las vacunas, mediten en esto.

 

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