El telón de la guerra siempre presente

¡Ha estallado la guerra!, una vez más.
Occidente se ha conmovido por el nuevo estallido de la guerra en Europa. El asombro por una invasión de Rusia a Ucrania, previamente anunciada, parecería tomarse con sorpresa y con la idea de que eso ya no sería posible.
Sin embargo, así es. Pero al mismo tiempo que se rechaza la agresión de una potencia, aunque esté en decadencia, hacia un vecino notablemente inferior en fuerza, se olvida como Medio Oriente, algunos puntos de Asía y en amplias zonas de África, se vive en guerra.
Cabría preguntarse cuáles son las razones de alarma en Estados Unidos y la OTAN por una invasión que constituye un desafío a los aliados de occidente, haciendo gala de lo que hoy se entiende es una superioridad nuclear, y ampliando el espectro de las formas de guerra, que ya no sólo son militares o de propaganda, sino también la economía.
Intimidado por Rusia, occidente ha recurrido a un bloqueo generalizado de tipo económico contra Rusia, tanto en lo que se refiere al comercio exterior, como al manejo de capitales, el flujo financiero, el cierre de empresas, etc. De este modo, lo que podría ser una confrontación militar masiva, generando la perspectiva de una tercera guerra mundial, se convierte en un forcejeo económico entre las partes, que no sólo afecta a los contendientes directos en este escenario, sino que genera una crisis mundial de efectos imprevisibles.
Nos encontramos, entonces, que el telón de la guerra sigue presente en el escenario mundial, y que ésta sería la forma en la cual el protagonismo de las naciones, su fortaleza y valor en la geopolítica, es la capacidad guerrera, y en donde los triunfos y derrotas, por encima del daño humano que provocan, se convierten en el medio de líderes del momento de ocupar un lugar en la historia, aunque sean derrotados.
Gobiernos o gobernantes desprestigiados hacia el interior, hacen de posiciones de fuerza al exterior el medio para conseguir reagrupar a los ciudadanos en torno a su gobierno, pues éste aparecería como el defensor de la soberanía nacional frente a las fuerzas que han dañado al país, aunque sea en un pasado remoto, o que ponen en peligro el prestigio del mismo.
Si analizamos la historia, ocupan más lugar las guerras que lo logros de las naciones, y cuando éstos se dan, no faltan quienes envidiosos busquen anularlos o revertirlos.
Aunque parezca extraño, las envidias entre naciones son un hecho y sus manifestaciones tienen rostros variados, por lo que se recurre a pretextos religiosos, a problemas fronterizos, a diferencias de nacionalidades o raciales internas en los estados, a la búsqueda del espacio vital, etc., para que estalle la guerra.
Con el proyecto de Robert Schuman, Konrad Adenauer, Alcide De Gasperi y Paul-Henri Spaak, los llamados padres de la Unión Europea, parecían haberse superado confrontaciones históricas que habían mantenido al continente en continua zozobra.
Con este proyecto estalló la paz, y aunque parecía ser un mero asunto económico, en el fondo era el pretexto para el reconocimiento de identidades profundas que fueron evolucionando y ampliándose en lo que hoy es la Unión Europea, un proyecto político y no sólo económico.
Sin embargo, la división entre Europa Occidental y Europa Oriental no ha podido ser superada, y si bien el impacto de la URSS, heredera del dominio de los zares, sigue presente en lo que para muchos es un mundo civilizado que vería formas distintas de resolver los conflictos sin recurrir a las armas. Los hechos demuestran lo contrario, no hay tal civilizad que permita superar la fuerza bruta en el contexto internacional.
Todas las voces claman por la paz, al tiempo que resuena aquella vieja consigna: “si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Nuevamente el armamentismo, propio o de ayuda a los contendientes, se convierte en el elemento vital para definir las contiendas o dizque mantener equilibrios, tan frágiles que fácilmente se rompen, como estamos observando.
Y en este juego de fuerzas, ¿Dónde queda la dignidad humana? Los cadáveres de combatientes y civiles que quedarán en el anonimato, pero son vidas perdidas de formas absurdas, se acumulan por millares, y parecen no importar a quienes, desde el escritorio, y sin arriesgarse personalmente, toman decisiones sobre el destino de quienes, a partir de ese momento, con la muerte o la emigración, terminan con lo que fuera su vida.
Las guerras no se acabarán si no se entiende que todos tenemos un mismo origen y un mismo destino trascendente. Las rivalidades terrenas surgen de las miserias humanas, cuando debieran ser las virtudes de quienes buscan el bien común, no solo nacional sino internacional, las que prevalecieran.
Es necesario que estalle la paz.