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La segunda mitad del Siglo XX, en el contexto de la guerra fría, la Democracia fue idealizada como el fin propio del Estado y de la política. Así se construyó un imaginario de que llegar a ella era algo así como la tierra prometida, de la cual manaría leche y miel.

La búsqueda de la democracia, sin embargo, no constituyó una idea unívoca, sino con adjetivos o sin ellos, llevaba en cada caso una visualización propia de quienes luchaban por ella. Tan es así, que, aunque muchas naciones antes víctimas del autoritarismo o del totalitarismo, al implantar supuestos sistemas democráticos se fueron conformando de tal manera, que no se ajustaban a lo que se había idealizado y, menos aún, manaban de ella los deseados beneficios económicos, sociales y culturales que se esperaba se generaran casi de manera automática.

Los resultados de muchas democracias modernas resultaron decepcionantes para muchos pueblos. La entusiasta participación para alcanzar procesos electorales libres y confiables costó vidas y muchas adaptaciones a las viejas realidades, con los lastres naturales que ya existían y las dificultades para remontar hacia algo mejor para todos. De esta suerte, la mayoría de votos, o las alianzas para obtener el predominio político, llegaron a ser la meta para alcanzar el poder.

La democracia, entonces, ha derivado en no pocos países, en una contienda para hacerse del poder, por el poder mismo. Nadie ignora a estas alturas, que las campañas, plataformas y compromisos electorales, hacen las veces de trampas empalagosas, como las que se usan para atrapar insectos, con promesas que se saben incumplibles y son incumplidas.

Y no es que la democracia sea mala en sí. Con sus defectos, a estas alturas del desarrollo de las personas, de la conciencia de su dignidad, sus derechos y, en ocasiones, sus deberes, el deseo de participar se ha ido incrementando en todos los órdenes de la vida humana. Por eso la democracia como expresión de participación, se entiende hoy más allá de simples procesos electorales, sino como la posibilidad de aportar al bien social, económico, político y cultural.

Los estados que se dicen democráticos, pero niegan la democracia participativa, niegan la esencia misma de la democracia, por lo que poco a poco buscan la forma de restar derechos y libertades, deforman los derechos humanos y rompen con el estado de derecho.

En el fondo se convierten en el Leviatán que de un y mil formas seducen a los gobernados, con medidas populistas, por ejemplo, o los someten con la ley, negando con ella todo cuanto estorba a sus propósitos, aunque se trate de instituciones naturales o del respeto a la vida.

Todo esto es consecuencia de que se perdió de vista el fin de la política: el bien común. Considerado como una abstracción, este objetivo que es capaz de generar la solidaridad para alcanzarlo, fue menospreciado y repudiado por la mayoría de los sistemas políticos, quienes si acaso ofrecían el bien de la mayoría. Es decir, de su clientela electoral construida no pocas veces mediante engaños.

Si entendemos el bien común como un conjunto de condiciones sociales que permiten el desarrollo de todo el hombre, de todos los hombres y sus asociaciones, se entenderá que ésta también es una tarea común, no del gobernante ni de la sociedad.

Pero esto lleva implícito que cada ciudadano se entiende en lo que es y entiende a los demás como sus semejantes; si cada uno acepta que como ser social que es, no puede aspirar al logro de beneficios en la comunidad como algo particular, sino compartido y construido por todos; si no se acepta que la vida en comunidad, a través de cuerpos intermedios, tiene como sentido la participación concreta en las construcción del bien común en hechos y actos concretos a través de las condiciones favorables para el desarrollo, mediante la protección de la familia, la educación, la organización productiva, la distribución de responsabilidades públicas en la construcción de los pueblos, ciudades, municipios y estados como una tarea propia y no de terceros, facilitando la visualización de sus beneficios y la necesidad de asumir las acciones correspondientes para llegar a la meta, porque es un bien común.

Esta comprensión de todo lo que implica el conjunto de condiciones sociales que propician el desarrollo de todo el hombre y todos los hombres, se logra mediante un proceso cultural de humanismo integral y solidario, de otra forma no será posible y la democracia, que puede entenderse como un medio, no podrá ser un instrumento eficiente y eficaz para la mejora de los pueblos.

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