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Construir la paz requiere ser entendida como el conjunto de acciones (en el corto, medio y largo plazo) que permiten a una sociedad fortalecer las capacidades nacionales de gestión de crisis; prevenir, gestionar y resolver conflictos, eliminando de ellos cualquier forma de violencia; y garantizar condiciones de convivencia y progreso duraderas en un ambiente de desarrollo sostenible.

Es prioritaria su aplicación en ambientes internacionales y nacionales donde imperan violencias como la guerra, los conflictos armados, la polarización ideológica, para -en una primera etapa- transformarlos en no violentos; lograr espacios de diálogo, obtener un clima de orden, estabilidad y confianza mutua, hasta conseguir la corresponsabilidad de las partes en la prevención de conflictos y el desarrollo sostenible, condiciones para una paz duradera.

Es importante advertir los intentos de algunos grupos e ideologías por imponer su particularísima visión de “paz”, para operar con total impunidad, como es el caso de la delincuencia organizada, que aspira a instaurar un “Estado paralelo” en el que, con la complicidad de algunas autoridades, pretende cogobernar en regiones del país para desarrollar y expandir su modelo de negocio delictivo.

Otro elemento de atención son las ideologías que hoy se disputan el control de los gobiernos de Iberoamérica: el neo marxismo-leninismo y el neoliberalismo, que tienen en común la tarea de imponer la cultura de la muerte: aborto, eutanasia, ideología de género o género fluido, feminismo radical, la cultura del descarte o de lo políticamente correcto (wokismo), pederastia, la abolición del matrimonio y la familia, entre otras cosas.

Esta confrontación axiológica y antropológica, impulsada desde el gobierno, atenta contra la dignidad de las personas y violenta la libertad y los derechos humanos de los ciudadanos.

La visión patrimonialista del poder impulsa a estas corrientes ideológicas a considerar estas visiones como parte de un inevitable proceso de desarrollo de la humanidad que les toca a ellos abanderar, confrontándose no sólo con la ciudadanía sino contra las instituciones -iglesias, familias y escuelas- cuyos valores son un valladar a sus pretensiones.

La violencia que estos gobiernos impulsan la resuelven con la destrucción de las instituciones y la capitulación de la sociedad. La democracia, por la que llegaron al poder, se convierte en un obstáculo, por lo que buscan transitar a un sistema autoritario y de pensamiento único (“democratura”), blandiendo falsas banderas de progreso y promoción de los pobres.

Para ellos, como se ha dicho, la paz reside en imponer su visión, al costo que sea, porque consideran no ser compatibles con opciones distintas.

Esta transición política implica la destrucción de las instituciones autónomas, la ruptura de los equilibrios entre poderes, la subordinación de estos al gobernante o a su partido, el fin de la alternancia en el poder y la concentración del poder en una persona.

La construcción de la paz, en este escenario, implica la defensa de los valores trascendentes de la persona, al ejercicio pleno de sus derechos, deberes y libertades: la denuncia de las falsedades; la unidad y el trabajo solidario para hacer ver errores y peligros de estas corrientes ideológicas.

No se trata de negarse a evolucionar, sino saber hacia dónde se quiere ir y rechazar aquellas opciones que coartan la libertad y los derechos humanos. Se trata de hacer brillar la luz de la verdad en los ambientes ensombrecidos por estas ideologías; priorizar la justicia, el orden y el diálogo sobre la violencia oficial; construir caminos, en lugar de cancelar derechos y libertades.

Construir la paz equivale a crear una cultura sustentada en valores como verdad, justicia, orden y corresponsabilidad, especialmente con los sectores más rezagados, víctimas de las injusticias y violencias. Es crear un ambiente de oportunidades, en el que la dignidad de la persona, la búsqueda del bien común y la justicia sean los ejes de las relaciones personales, sociales, gubernamentales e internacionales.

Construir la paz no es volver al pasado, sino construir una realidad nueva, diferente y mejor a lo que ha existido; es un proceso continuo para eliminar las causas de las injusticias, comenzando con las más recurrentes. Esta tarea no es sólo de los gobiernos, aunque toca a ellos liderarla: es un trabajo que requiere el involucramiento de las comunidades a través de una cultura solidaria y subsidiaria de encuentros, conocimientos, involucramientos, compromisos, para trascender los intereses sectoriales, gremiales o personales.

Un principio irrenunciable es la justicia, por la que se restituye lo debido a quien ha sido privado de lo que le corresponde, atendiendo a las circunstancias y prioridades. El perdón y la reconciliación que resulten del encuentro, no anulan la acción de la justicia, sino la presuponen.

La construcción de la paz requiere, en muchos casos, de la mediación, como proceso de resolver controversias, establecer principios y conciliar intereses; no se acaba con el fin de las hostilidades o la firma de acuerdos, sino con la construcción de ambientes de colaboración en paz, justicia y orden que deriven en el bien común de las partes. Se arriba a la justicia desde la verdad objetiva y no desde las subjetividades, apreciaciones o intereses de las partes, de suerte que impere la equidad, y no la prevalencia del más fuerte.

Como bien han señalado algunos autores, la construcción de la paz se ocupa de las 3 “R”s: Resolver las causas de los conflictos; Reconstruir lo dañado, particularmente a las víctimas; Reconciliar, entendido como garantizar la no repetición de las causas que dieron origen al conflicto.

Construir la paz también requiere ahuyentar a los políticos que gustan de medrar con el mal ajeno vía el clientelismo o las alianzas interesadas para obtener beneficios a partir de inclinar la balanza a su favor

Todo conflicto viene acompañado de signos que visibilizan injusticias. Es tarea de las autoridades, en primera instancia, y de la sociedad -de manera corresponsable-, estar atentos a ellos para intervenir preventivamente -desde su origen- en las tareas de conciliación a fin de que no escalen a situaciones irreconciliables.

En las sociedades iberoamericanas, en las que existen conflictos históricos, se precisa jerarquizar estos según su importancia e impacto, y hacer de la solución de ellos ejemplos emblemáticos de voluntad y compromiso de las partes en la construcción de realidades más prometedoras.

Toda resolución de conflictos requiere empatía y prudencia para entender la naturaleza de los problemas, las posturas de los actores, los puntos irreconciliables y los límites de hasta dónde pueden ceder sus posiciones en aras a una solución justa. En algunos casos, la mejor forma de resolver las diferencias es logrando que las partes llegue a un ganar-ganar. En otras, se tiene que priorizar el bien general sobre los bienes particulares.

La cultura de la paz inicia en la familia y se extiende al sistema educativo y a la sociedad. Ambos espacios son privilegiados en la formación de los niños en los valores de la paz: verdad, orden, respeto, aceptación de las diferencias, conciliación, respeto a la dignidad humana, construcción del bien común, ejercicio responsable de los derechos, deberes y libertades, etc., para el logro del bien general.

Su consolidación es generacional y dinámico por lo que sus contenidos teóricos y prácticos requieren ajustarse según las etapas de la vida y las circunstancias del país.

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