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El bien común, respuesta ante la crisis

por | Cultura, Política

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 omencemos por la conclusión, lo que, desde luego, nos obliga a su justificación durante el desarrollo de este ensayo. Hasta ahora, en Cepos, el Centro de Estudios políticos y sociales, hemos seguido un esquema bastante imaginativo y rico alrededor de lo que definimos como las 24 tesis: 6 políticas, 6 económicas, 6 sociales y 6 de carácter ético. Con ese esquema hemos trabajado más de 20 años en pos de una transición, que fue el marco que adoptamos para orientar nuestras tareas:

 Una transición desde una democracia incipiente y defectuosa hacia una funcional, más plena, más auténtica.

 La nueva propuesta es ampliar la meta de la transición de la democracia por la búsqueda de la consecución del bien común, que desde luego la incluye, pero reconociendo que la naturaleza de la crisis actual es cultural, con lo que ello significa, más allá de los importantes procesos democrático – electorales y las acuciantes dificultades educativas, económicas, de violencia y sanitarias.

 Cuando estudiamos la transición preveíamos, en México, tres procesos: La maduración, la desviación y la regresión. Algunos opinan que nos encontramos en esta última, indeseable condición de la regresión.

 La sociedad ha cambiado mucho desde que adoptamos ese esquema de la transición.

 Los cambios no han sido de menor envergadura sino profundos, extensos, y en algunos aspectos dramáticos porque, se dice, estamos, de hecho, viviendo en una nueva era.

 Esto no quiere decir que todo lo anterior resulte hoy inaplicable o inválido, por la sencilla razón de que la persona humana permanece en su naturaleza y, por lo mismo ciertos principios fundamentales ligados indefectiblemente a su identidad, a su origen y su destino persisten, son insoslayables y necesitamos acudir a ellos si de la humanidad y de su compleja existencia histórica estamos hablando.

 Pero, indudablemente, esos valores culturales requieren actualizarse sin pretexto alguno que valga.

 Debemos reconocer la realidad con sus nuevos hallazgos: porque, esa persona cuya evolución es permanente debido a su afán incesante de armonizar su circunstancia, en continuo cambio, requiere la solución a sus nuevas necesidades.

 La humanidad logra ese ajuste mediante el trabajo, con el cual modifica la realidad en aquello que le es factible, la recrea reinventándola en muchas aristas. Y, obviamente, esa persona, existencialmente, en la actualidad, tiene poco que ver con la que conocíamos hace apenas unos cuantos lustros.

 Muchas situaciones han sido positivas, la humanidad ha progresado en los últimos 200 años: (A pesar de todo, la pobreza ha disminuido de 94 a 10%, la esperanza de vida ha aumentado de 33 a 73 años, la mortalidad infantil de menos de 5 años se ha reducido de 43 a 4%, la educación básica se incrementó de 17 a 86% y el analfabetismo cayó de 88 a 15%, Our World in Data). En esos promedios, los que se encuentran en los números más bajos viven en condiciones inhumanas.

 Pero también en algunos rubros, regiones y comunidades las condiciones de vida han empeorado, algunas diferencias se han acrecentado, la violencia se ha extendido lesionando la justicia y la paz.

 En esa perspectiva, apunto la existencia de una institución bimilenaria, la Iglesia Católica y Romana que, a partir del llamado Concilio Vaticano segundo, ha generado un enorme conjunto de documentos en el cual, en primer lugar se ha revisado a sí misma para adaptarse a este nuevo mundo, a estas nuevas circunstancias, pero no se ha limitado a ello sino que manteniendo sus verdades esenciales, su verdad perenne, desde la Patrística, en una maravillosa continuidad difícilmente explicable si únicamente se apela a los factores humanos sociológicos e históricos.

 En este entorno, nosotros debemos actualizarnos haciendo un cambio sustantivo, pero sin perder el piso, sino ubicándonos con firmeza en la realidad para apoyarnos en la riqueza, nada despreciable, que tenemos en nuestra historia para lanzarnos hacia el futuro, por definición desconocido ya que en la única dimensión en la que podemos actuar es el presente teniendo en cuenta, si somos sabios, las experiencias del pasado imposibles de ser modificadas pero que contienen grandes lecciones que, bien aprendidas, pueden orientarnos para no repetir errores y aprovechar los aciertos.

 Parecería razonable, pues, que cambiemos nuestro esquema de la transición orientándonos hacia la búsqueda de la consecución del bien común, concebido no como un conjunto de bienes tangibles, no necesariamente mensurable como el Producto Interno Bruto, sino con algunos aspectos concretos y otros abstractos, que orientan y ayudan a constituir un conjunto de condiciones que permitan a todas las personas en su conjunto y a cada una de ellas en lo particular, a todas las familias y a cada comunidad, para hacer posible su realización de manera libre y responsable, empeñándose tanto cuanto quiera y pueda para su desarrollo siguiendo, por un lado la vocación personal única irrepetible de cada persona y, por el otro, ese bien general que requiere ser enriquecido y preservado para dar a todos la oportunidad de realizarse y ser felices. Esta orientación tiene además la ventaja de alejarnos de quimeras ideológicas que nos pueden distorsionar la realidad y extraviar nuestros afanes, a pesar de nuestra buena voluntad y de nuestro esfuerzo.

Pareciera indispensable volver a considerar a la persona humana en toda su riqueza y complejidad que, en forma incipiente, realiza su maduración precisamente en el seno de la familia con su realidad parental que explica su concepción, en un orden bien establecido, por el amor entre los cónyuges que puede tener consecuencias insólitas en su fruto más preciado: la prole.

 Llegamos a la realidad del Estado y su rol como la institución política más acabada -ciertamente no perfecta, pero si la de un desarrollo más completo para la vida social- donde se puede generar el Gobierno, la autoridad, la gobernanza y la participación ordenada de las personas, las familias y las comunidades de quienes se saben ciudadanos libres y responsables de su propio destino individual y colectivo que, mediante la ley, se dan un orden jurídico que facilita la convivencia, la paz y la justicia.

 Pero cuando, en ese marco, tenemos una controversia brutal con respecto a la naturaleza de la persona, entonces se dan lógicamente toda suerte de distorsiones y deformaciones rompiendo los principios de solidaridad y subsidiariedad, y propiciando múltiples formas de autoritarismo, las satrapías, las tiranías, las dictaduras, los populismos con toda clase de abusos porque ya no buscan el bien común sino la consecución, conservación y acrecentamiento del poder por el poder en beneficio, no de la sociedad como un todo, sino de personas o grupos con sus particulares intereses a cuyo servicio pretenden uncir a todos los demás.

 

Como se puede ver todo está interconectado y sin tener que llegar a la afirmación tajante de Donoso Cortés: “En toda cuestión política va envuelta una cuestión teológica”, si tratamos de resolver los problemas políticos y económicos de la sociedad, la seguridad y la paz, sin tomar en consideración la hondura y las dimensiones de la crisis podríamos no llegar muy lejos y nos vamos a equivocar fácilmente al impulsar una solución falsa.

 Y aquí viene otra consideración: aterrizando estas reflexiones que tienen mucho de materia inasible, teórica, nos tenemos que acercar al fenómeno de la política democrática, que necesita de cierto tipo de condiciones para convertirse en una realidad funcional por medio de la democracia representativa, las elecciones, los partidos políticos, la división de poderes y en fin y todas las realidades que conforman el mundo político moderno.

 Numerosos partidos, no de manera obligada y fatal pero sí obedeciendo a una cierta tendencia que podemos observar y que casi podríamos decir resulta universal, van olvidando esa naturaleza idealista, axiológica, de valores y virtudes traducidos en plataformas y declaraciones de principios porque, en llegando al poder, se convierten en instrumentos de pequeñas burocracias que en muchas ocasiones ni siquiera han sido elegidas por el pueblo, sino que tienen una trayectoria funcional en la que la decisión y las habilidades para manejar las operaciones partidistas les llevan a su control hasta que se convierten en los definidores de los candidatos a puestos de elección y, más tarde, de la operación en el Congreso, e incluso en las instancias de Gobierno.

 En la actualidad, en México, estamos en esa situación. Ya no hay ningún partido que, a mi juicio, realmente represente los valores tradicionales del mexicano, sino que se están imponiendo una serie de estereotipos artificiales de toda índole.

 

De ahí el origen de mi propuesta para el CEPOS, de cambiar el objetivo de la transición democrática que hemos sostenido hasta la fecha y que fue traducida en el documento de las 24 tesis, por una doctrina humanista más amplia: la del bien común o bien general. Lo más probable es que, en el corto plazo, las organizaciones sociales, las asociaciones políticas y los eventuales nuevos partidos no tuvieran grandes resultados que se tradujeran en triunfos electorales aplastantes, pero mi hipótesis es que podrían representar ese testimonio tan útil en la sociedad, para mantener vivos y presentes esos principios que probablemente serían apoyados por algunas porciones de la población cada día más numerosas, por la sencilla razón de que coincidirían con los valores, principios y formas de vida tradicional del pueblo mexicano. Partido y pueblo se adherirían a la verdad.

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