El Bien Común en la era digital

Este espacio estará dedicado a la reflexión y divulgación entre los conceptos de Bien Común, tecnología, creación de valor y era digital. En una segunda secuencia de entregas compartiré la lógica que seguirán los siguientes artículos a fin de caminar en una pedagogía de esta reflexión ya mencionada, que simultáneamente admita suficiente flexibilidad para incluir noticias relevantes del estado del arte en cuestión.
En esta primera secuencia de artículos abordaremos elementos que por su claridad y novedad no tienen desperdicio del discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en un seminario sobre el Bien Común en la Era Digital sucedido en Roma el pasado 27 de septiembre de 2019.
Resalta que los notables avances en el campo de la tecnología tienen cada vez más implicaciones significativas en todos los ámbitos de la actividad humana; por lo tanto, los debates abiertos y concretos sobre este tema son más necesarios que nunca.
En la encíclica Laudato Si, el Papa trazó un paralelismo básico: El beneficio incuestionable que la humanidad puede obtener del progreso tecnológico dependerá de la medida en que se utilicen éticamente las nuevas posibilidades disponibles. Esta correlación requiere que, paralelamente al inmenso progreso tecnológico en curso, haya un desarrollo adecuado de la responsabilidad y los valores.
De lo contrario, un paradigma dominante el «paradigma tecnocrático», que promete un progreso incontrolado e ilimitado se impondrá y quizás incluso eliminará otros factores de desarrollo con enormes peligros para toda la humanidad.
Debemos contribuir a prevenir esta deriva y a hacer concreta la cultura del encuentro y del diálogo interdisciplinario y fecundo, que ayuda a todos a aprender unos de otros y que no permita a ninguno encerrarse en sistemas preconfeccionados.
Un objetivo debe ser alcanzar criterios y parámetros éticos básicos, capaces dar orientaciones sobre las respuestas a los problemas que plantea el uso generalizado de las tecnologías.
Para quienes estamos insertos tanto en la globalización como la especialización del conocimiento, debe ser arduo definir algunos principios esenciales en un lenguaje que sea aceptable y compartido por todos. Sin embargo, no debemos desanimarnos en el intento de alcanzar este objetivo, enmarcando el valor ético de las transformaciones en curso también en el contexto de los principios establecidos por los Objetivos de Desarrollo Sostenible definidos por las Naciones Unidas; de hecho, las áreas clave que exploramos ciertamente tienen repercusiones inmediatas y concretas en la vida de millones de personas.
Es común la convicción de que la humanidad se enfrenta a desafíos sin precedentes y completamente nuevos. Los nuevos problemas requieren nuevas soluciones: el respeto de los principios y de la tradición, de hecho, debe vivirse siempre con una forma de fidelidad creativa y no de imitaciones rígidas o de reduccionismo obsoleto. Por lo tanto, es digno de elogio no tener miedo de enunciar, a veces también de forma precisa, los principios morales tanto teóricos como prácticos, y que los desafíos éticos examinados se hayan abordado precisamente en el contexto del concepto de “bien común”.
El bien común es un bien al que aspiran todas las personas, y no existe un sistema ético digno de ese nombre que no contemple ese bien como uno de sus puntos de referencia esenciales.
Los problemas a que somos llamados a analizar conciernen a toda la humanidad y requieren soluciones que puedan extenderse a toda la humanidad. Un buen ejemplo son las ventajas y los riesgos asociados con el uso de la inteligencia artificial en los debates sobre las grandes cuestiones sociales. Por una parte, se podrá favorecer un acceso más grande a las informaciones fiables y garantizar, pues, la afirmación de análisis correctas; por la otra, será posible como nunca antes, hacer circular opiniones tendenciosas y datos falsos, “envenenar” los debates públicos e incluso manipular las opiniones de millones de personas, hasta el punto de poner en peligro las mismas instituciones que garantizan la convivencia civil pacífica.
Por eso, el desarrollo tecnológico del que todos somos testigos requiere que nos reapropiemos de nosotros mismos y reinterpretemos los términos éticos que otros nos han transmitido. Si el progreso tecnológico causara desigualdades cada vez mayores, no podríamos considerarlo un progreso real. Si se convirtiera en enemigo del bien común, el llamado progreso tecnológico de la humanidad, conduciría a una desafortunada regresión a una forma de barbarie dictada por la ley del más fuerte.
Un mundo mejor es posible gracias al progreso tecnológico si éste va acompañado de una ética basada en una visión del bien común, una ética de libertad, responsabilidad y fraternidad, capaz de favorecer el pleno desarrollo de las personas en relación con los demás y con la creación.