Asistencialismo: menos pan y más circo

En el presente de nuestras Naciones, se confunde muchas veces lo que en verdad deben ser los principios sociales aplicados de solidaridad y subsidiariedad, convirtiéndolos hoy en un asistencialismo clientelista y en un populismo que hace realidad el viejo refrán de los Romanos: “Al pueblo, pan y Circo”, aunque hay mucho más Circo que verdadero pan.
Nos duelen nuestras Patrias, porque las vemos sin rumbo e invadidas por los enemigos de siempre que con diferente ropaje pretenden continuar su saqueo y la destrucción de sus instituciones, ante la indiferencia y el adormecimiento de una sociedad sumida en el materialismo hedonista.
Por ello debemos plantearnos “La restauración de la sociedad inspirada en los Principios de la Doctrina Social Católica”
La reconstrucción de una sociedad en paz, la proponía S.S. Paulo VI con estas palabras:
“… nuestra caridad con los pobres debe ser más atenta, más activa, más generosa. Combatir la miseria y luchar contra la injusticia, es promover … el progreso humano y espiritual de todos, y por consiguiente el bien común de la humanidad. La paz no se reduce a una ausencia de guerra… la paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios”
Elocuente propuesta para superar las distancias entre los excluidos y quienes no lo están, entre los marginados y quienes detentan el mayor poder económico, nunca visto en los siglos anteriores, cada vez son más los pobres y menos los ricos, la inequidad en la distribución del ingreso reviste hoy uno de los principales desafíos para quienes buscan con sinceridad el Bien Común. El acento lo coloca Su Santidad en el ‘progreso humano y espiritual de todos’, es aquí donde el Estado debe actuar subsidiariamente, procurando que las diferentes instituciones de la Sociedad Civil puedan alcanzar los fines que se proponen en orden a la promoción integral de la persona. Esta subsidiariedad no debe anular la responsabilidad de cada una de las instituciones, ni avasallar su autonomía, siempre que contribuyan al Bien Común.
El Papa Paulo VI, nos exhortaba a remediar esta situación, desde una doble perspectiva: las obligaciones personales y los deberes de los responsables del Gobierno de las Naciones; en el caso del compromiso individual el consejo de Su Santidad hace referencia a vivir una caridad, más atenta, más activa, más generosa, ….que implica abandonar el hedonismo de vida que se manifiesta en un consumismo descontrolado de lo superfluo y aún de lo que es perjudicial para el ser humano, este apego absoluto del corazón a lo material, expresión elocuente de la avaricia, inhibe a la persona de tener una mirada que trascienda su propio yo, para poder abrirse a los demás; salir de esta situación requiere conversión del corazón, que vuelva a valorar más el ser que el tener, a considerar a los hombres por lo que son y no por lo que tienen, y desde aquí comenzar a vivir una caridad plena de entrega y generosidad, que paradójicamente al decir de la Madre Teresa de Calcuta, en el despojo de sí mismo y la donación al prójimo, el hombre encuentra la verdadera dimensión de la Felicidad.
Los deberes de los responsables de las Naciones, Paulo VI y sus sucesores Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, los resumían en: Combatir la miseria y luchar contra la injusticia: es un deber del gobernante, la justicia distributiva, que con sus principios de equidad y proporcionalidad debe atender en primer lugar a aquellos que con menos capacidades y talentos no pueden satisfacer sus necesidades básicas, ha de hacerlo principalmente promoviendo la creación de fuentes laborales, que dignifiquen al hombre a través del trabajo genuino y honrado. No es justo un asistencialismo, que se vuelve clientelismo político, sustento del populismo actual, que sólo distribuye dádivas, destruyendo la cultura del esfuerzo, del sacrificio y del trabajo.
Asimismo Paulo VI expresaba: “(Se debe) promover el progreso humano y espiritual de todos, y por consiguiente el bien común; que el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en su art. 164, define de manera amplia como « el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección ». Perfección que abarca como señalaba Paulo VI, la totalidad del desarrollo humano, en sus necesidades temporales y espirituales; y esto incluye la preservación de la vida desde el momento de la concepción, la contribución a su crecimiento y la asistencia hasta su muerte natural, generando un ambiente de moralidad pública que facilite el ejercicio de una vida virtuosa.
La autoridad política
De igual forma hemos de recordar a los gobernantes que junto a su legitimidad de origen deben hacer realidad la legitimidad de ejercicio, que se sustenta en la procuración del Bien Común, causa final de toda autoridad.
Hoy se percibe muchas veces, una forma viciada de alcanzar el poder político, ya que se accede al mismo mediante el uso de la mentira y de promesas electorales imposibles de cumplir, lo que provoca una ausencia de auténtica libertad del votante al momento de elegir, tratando a los que reciben ayuda social del Estado como verdaderos clientes, privándolos de la auténtica libertad de elección, se encuentran sometidos a quien les ‘da de comer’.
Pero quizás la más evidente de las corrupciones del poder político, es la ausencia de legitimidad en el ejercicio, ya que no se busca como fin el Bien Común, sino que prevalecen los intereses individuales, sectarios o de partido en detrimento de la razón de ser de la autoridad, que es procurar ese Bien de todos.
Esta ilegitimidad de la autoridad es una de las causas del desorden político que desemboca en un totalitarismo donde el gobernante hace suya la frase histórica ‘El estado soy yo’ y no permite disenso alguno, y asimismo genera un estado de anarquía, donde la instrumentalización política de la violencia, se convierte en el paradigma de este ‘desorden organizado’.
El Compendio de Doctrina Social nos dice: “la autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad, sin suplantar la libre actividad de las personas y de los grupos, sino disciplinándola y orientándola hacia la realización del Bien Común, respetando y tutelando la independencia de los sujetos individuales y sociales.» (393-397)
Uno de los mayores riesgos para las democracias actuales es el relativismo ético, que induce a considerar inexistente un criterio objetivo y universal para establecer el fundamento y la correcta jerarquía de valores … una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto … La democracia es un ordenamiento, y como tal, un instrumento y no un fin.
La sociedad hoy reclama gobernantes que en verdad procuren el Bien Común, haciendo del servicio y la justicia, la columna vertebral de su gestión.
Decía San Agustín:
«Un Estado que no se rigiera según la justicia, se reduciría a una gran banda de ladrones» (De Civitate Dei, IV, 4:CCL 47,102)
Para que nuevos dirigentes ocupen su rol protagónico, es indispensable, como deber de conciencia, la participación clara y valiente en el quehacer social; así nos exhorta Benedicto XVI, en la Encíclica «Dios es Amor», citando a su predecesor Juan Pablo II
«El deber inmediato de actuar a favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos. Como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública. Por tanto no pueden eximirse de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común». (S.S. Benedictus XVI, Deus Caritas Est, nº 29)
El ejemplo cotidiano en el cumplimiento de nuestros deberes y el compromiso social, han de suscitar una profunda transformación de la sociedad, que volverá los ojos a los principios evangélicos, y encontrará en ellos el camino seguro para llevar a la plenitud temporal y espiritual a cada uno de sus miembros, no dejándonos atrapar por las falsas redes del populismo que desnaturaliza nuestra personalidad y nos hace perder la identidad, tratándonos como rebaño del gobierno de turno.