Al Principio Existía, Estaba y Era Dios

Me sorprende ver como la reflexión en torno a los fundamentos bíblicos de la teología espiritual se ha dado en la época del Adviento: cuando conmemoramos el proceso por el cual Dios se ha hecho hombre.
En cierta ocasión, platicando acerca de la Santísima Trinidad, un amigo filósofo me decía que Dios no necesita de la existencia de varias personas. El adquirir esas formas es una manera de ayudarnos a nosotros. Es para facilitarnos la comprensión tanto de su naturaleza como de la nuestra. Se trata entonces, de un proceso pedagógico.
Es la forma como Dios se adapta a las necesidades humanas en tres formas: como Padre Creador, como Hijo Respetuoso y como Instrumento Purificante.
Para éste trabajo, haremos referencia a las escenas del capítulo segundo del Evangelio de San Lucas donde vemos tres aspectos.
El primero, de carácter político y administrativo hace referencia a diferentes tópicos culturales y comunitarios. Inicia con la mención del decreto del emperador romano Augusto para la realización de un censo a lo largo del imperio.
Se muestra la movilización de la población a la ciudad de origen como el procedimiento administrativo y, culmina con la obediencia de José quien, junto con su esposa en cinta, se traslada a Belén, la “Ciudad de David”, donde también nacerá su hijo (2: 1-7).
Posteriormente se señala el seguimiento de otra serie de preceptos culturales, comunitarios e incluso divinos del pueblo hebreo: “Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción” (21).
Más adelante se dice: “Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor». También debían ofrecer un sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor” (22, 23 y 24).
Este aspecto político y administrativo termina, casi al final del capítulo, con dos escenas: una, “Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea” (39) y otra, “Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acababa la fiesta, María y José regresaron” (41, 42 y 43).
El aspecto político y administrativo pone en evidencia el respeto por la cultura y las tradiciones comunitarias del pueblo en la persona de José, así como, la presencia de circunstancias que inciden en los acontecimientos.
José como padre de familia se muestra respetuoso y observante de los fundamentos de la Ley y los Profetas, así como, de las indicaciones y tradiciones.
Sin embargo, cuando previene el peligro que amenaza a su familia, abandona su comunidad para regresar una vez que el peligro desaparece, como en el caso de la posterior huida a Egipto.
En este apartado, más que una observancia irreflexiva de las normas jurídicas, lo que encontramos de interesante es el reconocimiento de sus límites en una observación atenta de las circunstancias.
José es el analista e interpretador de la realidad mediante sus manifestaciones quién, además, solo se comunicará a través de actitudes y hechos concretos. No encontramos en las escrituras ni una sola palabra expresada por José. Habla, si puede decirse así, solamente con hechos.
El segundo aspecto, en contraste con el anterior, se encuentra lleno de palabras. Tiene que ver con los vínculos: tanto el social, es decir, con la relación entre los integrantes de la comunidad; como con el divino o, la relación entre Dios y su pueblo. Después del nacimiento del niño, Dios se comunica mediante la relación entre un grupo de ángeles y los pastores:
“… el Ángel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!” (10 a 14).
Después, son los pastores quienes no cesan de hablar, entre ellos y con todo aquel con quien se encuentran en el camino:
“Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado». Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de que decían los pastores […] Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido” (15 a 18 y 20).
Primero Dios se comunica a través de la palabra de los ángeles, después el vínculo se establece y desarrolla mediante la sencillez de los pastores y finalmente se fortalece con la participación de los profetas y los doctores de la ley donde, se evidencia la acción del Espíritu Santo.
Inicia en la persona de Simeón al cual el Espíritu le había revelado que viviría para ver al Mesías del Señor: “Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel»”. (27 a 32).
Acto seguido surge Ana, la viuda que a sus 84 años vivía para servir al Señor y quien al ver el niño “se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (38).
Este segundo apartado de los vínculos culmina con la escena de Jesús en el templo rodeado por los Doctores de la Ley quienes se maravillaban y “estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas” (47). Los fundamentos de las escrituras siempre presentes.
En esas escenas aparece el asombro de los padres. Estaban admirados por lo que oían decir de él (33) aunque no entendían lo que pasaba ni tampoco lo que él mismo Jesús les decía (50). Sin embargo, así como el primer apartado resaltaba la figura de José, en éste punto la imagen que emerge es la de María quien “conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (19 y 51).
José se encuentra atento a la interpretación de los hechos y a las circunstancias, María por su parte guarda y analiza los acontecimientos. ¿Qué cantidad y profundidad de reflexiones habrán realizado? Ambos sabían de quien se trataba. Tanto María primero, como José después, estaban plenamente conscientes de la naturaleza divina de Jesús. ¿Por qué se maravillaban? ¿Qué les asombraba?, quizá el hecho de ver y palpar la forma como Dios se hace hombre, la forma como los seres humanos lo pueden y lo van descubriendo y finalmente, la forma como un hombre se va dando cuenta que es Dios.
Es aquí donde se inicia el tercer apartado el de la identificación de sí mismo, de los otros y del Otro. En éste punto la figura central es Jesús. Cristo es Dios y hombre. Verdadero Dios y verdadero hombre.
Por lo tanto, en cuanto hombre: nace, crece, se fortalece, aprende y se identifica como hombre. Entonces surge un cuestionamiento: ¿de qué manera Cristo, como hombre, descubre su naturaleza divina?
Es posible que éste haya sido uno de los puntos más asombrosos para María y José. Estaban en presencia de un niño quien, “iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él” (40).
Entonces, se presenta una circunstancia, Jesús desaparece. Imaginemos por un momento la escena: la familia se agrega a la caravana después de las fiestas y regresan a casa; pasa un día de viaje y al final se dan cuenta de que el niño no viene con ellos.
Durante mis estudios de posgrado, me encontraba de viaje con mi familia en Florencia, Italia. Yo veía a mi hijo de dos años correr en la Piazza della Signoria tras de las palomas cuando de manera súbita un grupo de turistas se interpuso entre mi hijo y yo. Di la vuelta y el niño había desaparecido. Deben haber pasado unos 10 o 15 minutos. Había corrido en sentido contrario y se perdió entre “la galería de los oficios”.
La desagradable experiencia no podría ser deseada para nadie y solamente fue de unos cuantos minutos ¿Que habrán experimentado María y José después de tres días de angustia por la pérdida del hijo y además con la certeza de quien era él?
El texto es impactante por su sencillez y su profundidad: “Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas” (46 y 47). Jesús escuchaba atento, preguntaba, era cuestionado y respondía con los sabios de Israel.
Entonces, al descubrir el momento, “sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados» (48)”. ¡Justificado reclamo de María y quizá bastante corto para el grado de angustia y temor al que debió haber llegado! Sin embargo, Jesús le responde de forma sorprendente: “«¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?»” (49). Mostrando el grado de consciencia de su naturaleza que, para ese momento, había adquirido.
Con base en lo señalado anteriormente, el final del capítulo adquiere un grado enorme de asombro. Ese niño claro en su naturaleza y, comprobada frente a los sabios de la comunidad, asume una actitud ejemplar: la obediencia.
“Regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia, delante de Dios y de los hombres” (51 y 52). El Espíritu santo se comunicaba con Cristo desde niño para que él descubriera, conociera y comprendiera, a partir de su forma humana, su naturaleza y sobretodo la del Padre.
Conclusión
Éste pasaje nos ayuda a descubrir uno de los puntos del núcleo de los fundamentos bíblicos de la teología espiritual: el de la naturaleza del Hijo y su relación con el Espíritu Santo y con el Padre.
Se trata, como señalamos al inicio, de un camino, de un método pedagógico para ayudarnos a descubrir su presencia y compañía. Los textos bíblicos son la forma como es posible acceder a ése conocimiento.
Dios se adapta a las necesidades humanas primero como Padre Creador y se ubica en el tiempo de naturaleza humana. Nos señala el inicio del Génesis: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra” (1:1).
En segundo término, como Hijo Respetuoso y Obediente nos da ejemplo de vida y nos muestra, en cada uno de los pasajes bíblicos, el camino para descubrir al Padre el cual se encuentra sintetizado en el inicio del evangelio de San Juan:
“Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron […] La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios” (1: 1 al 5 y 8 al 12).
Finalmente, en tercer término, aparece el Espíritu como Instrumento Purificante. Es famosa la escena en la cual se preguntaba a Miguel Ángel el secreto para dar forma al mármol y crear bellas imágenes escultóricas.
Él respondía “la imagen se encuentra en la piedra, yo solo le quito lo que le sobra”. Esa es la función de un elemento purificante: descubrir la naturaleza de las cosas y, en las obras, el quitar lo que sobra.
El Espíritu Santo es el instrumento para engendrar a los seres humanos como hijos de Dios lo que permitió que la Palabra se hiciera carne y que “habite” entre y con nosotros.
Finalizamos con un cuestionamiento que implica un reto: Así como las escrituras, es decir, la ley y los profetas, con la mirada atenta de José; el estudio tierno del corazón de María y; la actitud inquieta de Jesús, le permitieron reconocerse como el Cristo en el Bautizo de Juan, ¿Los textos bíblicos podrán servir de fundamento para que, a la luz del Espíritu podamos comprender nuestra naturaleza, identificar la presencia del Hijo y conocer al Padre?
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