La confrontación permanece

Con la caída del Muro de Berlín, sesudos analistas políticos pronosticaron, ingenuamente, el fin del marxismo, de la confrontación entre oriente y occidente, y la era del pensamiento único. ¡Se equivocaron! Desde luego que era un desenlace previsible, pero quienes así lo pronosticaron solo vieron la superficie, les faltó visión de profundidad.
El problema fue que quienes sólo vieron el tema político, económico o social, carecieron de la profundidad filosófica que era necesaria para entender que el marxismo, a diferencia del comunismo o el socialismo, es una filosofía y un sistema de pensamiento que no moría con la caída y el fracaso del “socialismo real”. Este sistema de pensamiento iba más allá de las consecuencias políticas y sociales de un momento de la historia. Su veneno, inoculado incluso en el occidente capitalista, estaba ahí y a partir de entonces ha adoptado formas miméticas que, con el tiempo, se han ido fortaleciendo y mimetizando.
Hoy se pueden observar diversos fenómenos políticos que han permanecido en el tiempo. Quizá el más visible y más antiguo, sea la social democracia, forma “atemperada” de socialismo que se fue proyectando en Europa Occidental y se ofreció como una alternativa frente a la dureza del modelo soviético y sus satélites.
Al mismo tiempo logró sobrevivir, aunque transformado, el modelo chino, que si bien abandonó las formas de Mao Tse Tung para sobrevivir, con una habilidad propia de la cultura occidental, adoptó la estrategia de utilizar a los occidentales y su capitalismo, como verdaderos idiotas útiles, para fortalecer su economía, transformar la realidad de miseria de su pueblo con recursos de occidente, fortalecerse, revertir lo que parecería ser un camino de transformación democrática, para convertirse en toda una potencia económica y militar, manteniendo un totalitarismo político y de pensamiento único, todo un sistema que cancela las libertades y somete el derecho.
En occidente se aprecia la crisis que viven los Estados Unidos y, al mismo tiempo, la sombra del Socialismo del Siglo XXI que se extiende por Latinoamérica y contagia, incluso, a Europa. Pero esta vez no es la guerrilla el método, sino incluso la democracia.
Se aprovecha con sagacidad y falsas promesas, la pobreza y la desigualdad imperante para plantear diversas formas de socialismo “democrático”, apoyados incluso en la versión marxista de la teología de la liberación para que, una vez instalados en el poder, enquistarse en el mismo y someter a los pueblos que, ingenuamente, creyeron en ellos.
En los últimos meses hemos sido testigos de fenómenos políticos donde el Socialismo del Siglo XXI ha avanzado en Latinoamérica con el propósito de una falsa continuidad de las transformaciones en México, el sandinismo revivido, la proyección bolivariana, el indigenismo peruano o el peronismo transformado. Pero, en el fondo, el fondo, el programa es el mismo, ya sea con el Foro de Sao Paulo o con el del Grupo de Puebla. Ellos van hermanados y se apoyan unos a otros.
Lo cierto es que sus mensajes han calado en una gran parte de la población que los apoya electoralmente, a pesar de que las ofertas realizadas no se cumplan o las esperanzas permanezcan esperando un futuro venturoso que lejos de aproximarse, cada vez se aleja más.
Pero al mismo tiempo se muestra una carencia de contrapesos, tanto intelectuales como políticos, que logren contrarrestar esta nube de langostas que avanza sobre Latinoamérica.
Las barreras defensivas se han mostrado endebles, los líderes opositores carecen de fuerza moral, son los mismos pero reciclados, y las verdaderas disidencias, basadas en un pensamiento distinto al que subyace incluso en las fuerzas opositoras, son sometidos y acosados porque, en general, se apartan del relativismo predominante, se fundan en la naturaleza humana para sostener los auténticos derechos humanos, creen en la vida espiritual y la vida religiosa.
Permanece claro que la confrontación continúa, finalmente, entre el error y la verdad; entre el bien y el mal. Una batalla que sabemos durará hasta el fin, con sus tiempos de luz y de sombra, pero que sólo puede iluminarse con la luz de Cristo y su Evangelio.