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La anticoncepción en el magisterio de la Iglesia

por | Derechos Humanos, Religión

El Papa Paulo VI hizo un acto de fidelidad al Evangelio y a sus predecesores al publicar la encíclica Humanae vitae, a pesar de las presiones y las posiciones a favor de las píldoras anticonceptivas. Este valeroso acto que, como se dice ahora, era políticamente incorrecto, no fue bien recibido por el mundo y algunos episcopados y muchos católicos que simplemente ignoraron e ignoran enseñanzas de San Paulo VI.

 La Humanae vitae no sólo rechazó la contraconcepción artificial, sino que hizo de ese documento una verdadera defensa de la familia y el amor humano, advirtiendo las consecuencias que habría de dar vuelo a la liberación sexual que implicaban los anticonceptivos, que no sólo afectaban la relación de los esposos y uno de los fines del matrimonio, que es la procreación. La píldora se convirtió en un impulso al desenfreno sexual al suponer su uso que no habría consecuencias con los embarazos. Sin embargo, como las píldoras no resultaron infalibles pues muchas de ellas son abortivas, también aceleraron los abortos porque se producían embarazos “no deseados” y los hijos resultantes también se repudian.

 Nuevamente ha surgido un debate intraeclesial con motivo de que la pontificia Academia para la Vida anunció un nuevo estudio sobre ese documento y publicó un libro donde nuevamente se exponen argumentos a favor de la píldora.

Esto ha sido festinado no sólo por los partidarios de la misma dentro de la Iglesia, sino por los medios de comunicación que ya dan por hecho un cambio de la moral católica sobre el tema, sino incluso anuncian una futura encíclica del Papa Francisco en esa dirección.

 Y aunque en la Pontificia Academia para la Vida no hay criterios unificados, hoy por hoy mantiene la doctrina y una vocera de la misma afirmó que la enseñanza de la encíclica Humanae vitae sobre los anticonceptivos es magisterio ordinario y universal, y por lo tanto no puede cambiar.

 El Catecismo de Trento que durante mucho tiempo fue el oficial, establecía que: «Por tanto es gravísima la maldad de aquellos casados, que o impiden con medicinas la concepción, o procuran aborto. Porque esto se debe tener por una cruel conspiración de homicidas».

Y aunque ese catecismo no era una expresión pontificia, la doctrina de la Humanae vitae no fue novedosa en el magisterio porque en diversos documentos de papas anteriores se habían señalado criterios contrarios a la contraconcepción por medios artificiales. Ya el Papa Pío XI, escribió en la Encíclica Casti connubii, de 1930, que “cualquier uso del matrimonio ejercido de tal manera que el acto se frustre deliberadamente en su poder natural de generar vida es una ofensa a la ley de Dios y de la naturaleza, y quienes se entregan a ella son marcados con la culpa de un pecado grave”. No existía entonces la píldora, pero sí otros medios orientados a ese proceso, por ello hacía alusión al tema.

Años después el Papa hizo diversas alusiones al tema con médicos y enfermeras, clarificando la legitimidad del espaciamiento de la fecundación mediante el método natural entonces en boga, el método Ogino-Knaus, que estaba abierto a la vida y, de hecho, debido a las irregularidades de la ovulación en algunas mujeres solía fallar. Sin embargo, como existía una cultura antinatalista, normalmente los matrimonios aceptaban a los hijos del ritmo.

En uno de sus discursos a las comadronas, el 29 de octubre de 1952, el papa Pío XII hizo alusión a lo que había expresado el Papa Pío XI:

“Nuestro Predecesor Pío XI, de feliz memoria, en su Encíclica Casti connubii, del 31 de diciembre de 1930, proclamó de nuevo solemnemente la ley fundamental del acto y de las relaciones conyugales: que todo atentado de los cónyuges en el cumplimiento del acto conyugal o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, atentado que tenga por fin privarlo de la fuerza a él inherente e impedir la procreación de una nueva vida, es inmoral; y que ninguna «indicación» o necesidad puede cambiar una acción intrínsecamente inmoral en un acto moral y lícito.»

La Humanae Vitae

Este principio fue retomado también por San Paulo VI de las enseñanzas de Pío XI, afirmando que “Esta prescripción sigue en pleno vigor lo mismo hoy que ayer, y será igual mañana y siempre, porque no es un simple precepto de derecho humano, sino la expresión de una ley natural y divina.” Con ello afirmaba implícitamente que se trata de magisterio firme de la Iglesia, previendo las voces que después se pronunciaron como poniendo en duda el magisterio ordinario de los papas en forma continuada. Así lo expresó: Humanae vitae de 1968, el Papa San Pablo VI escribió “hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer”.

Un ejemplo inmediato fue el pronunciamiento del Episcopado Belga al afirmar que: “Cuando no nos encontramos ante una declaración infalible y por tanto irreformable — lo que no suele ser el caso de una encíclica y que Humanae Vitae, por de pronto, no reivindica para sí— no estamos obligados a dar una adhesión incondicional absoluta, como la que exige una definición dogmática ésta siempre ha sido la enseñanza de la Iglesia y entonces es parte del magisterio ordinario y universal.” Y, finalmente, dejaba a la conciencia “bien formada” de los esposos la decisión de seguir las enseñanzas de la Encíclica.

Recordemos algunos puntos de la Humanae vitae:

  • 11: «La Iglesia, sin embargo, al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural interpretada por su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial (quilibet matrimonii usus) debe quedar abierto a la transmisión de la vida».
  • 12: «Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador».
  • 14 «Queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación.»

Posteriormente esos criterios fueron asumidos por San Juan Pablo II, quien hablaría de una “cultura de la muerte”, escribió en la Evangelium vitae:

«Se afirma con frecuencia que la anticoncepción, segura y asequible a todos, es el remedio más eficaz contra el aborto. Se acusa además a la Iglesia católica de favorecer de hecho el aborto al continuar obstinadamente enseñando la ilicitud moral de la anticoncepción. La objeción, mirándolo bien, se revela en realidad falaz. En efecto, puede ser que muchos recurran a los anticonceptivos incluso para evitar después la tentación del aborto. Pero los contravalores inherentes a la «mentalidad anticonceptiva» —bien diversa del ejercicio responsable de la paternidad y maternidad, respetando el significado pleno del acto conyugal— son tales que hacen precisamente más fuerte esta tentación, ante la eventual concepción de una vida no deseada.

De hecho, la cultura abortista está particularmente desarrollada justo en los ambientes que rechazan la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción. Es cierto que anticoncepción y aborto, desde el punto de vista moral, son males específicamente distintos: la primera contradice la verdad plena del acto sexual como expresión propia del amor conyugal, el segundo destruye la vida de un ser humano; la anticoncepción se opone a la virtud de la castidad matrimonial, el aborto se opone a la virtud de la justicia y viola directamente el precepto divino «no matarás».»

Y agregó:

“A pesar de su diversa naturaleza y peso moral, muy a menudo están íntimamente relacionados, como frutos de una misma planta. Es cierto que no faltan casos en los que se llega a la anticoncepción y al mismo aborto bajo la presión de múltiples dificultades existenciales, que sin embargo nunca pueden eximir del esfuerzo por observar plenamente la Ley de Dios. Pero en muchísimos otros casos estas prácticas tienen sus raíces en una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y presuponen un concepto egoísta de libertad que ve en la procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad. Así, la vida que podría brotar del encuentro sexual se convierte en enemigo a evitar absolutamente, y el aborto en la única respuesta posible frente a una anticoncepción frustrada.»

Lamentablemente la estrecha conexión que, como mentalidad, existe entre la práctica de la anticoncepción y la del aborto se manifiesta cada vez más y lo demuestra de modo alarmante también la preparación de productos químicos, dispositivos intrauterinos y «vacunas» que, distribuidos con la misma facilidad que los anticonceptivos, actúan en realidad como abortivos en las primerísimas fases de desarrollo de la vida del nuevo ser humano.

Más allá de las intenciones, que pueden ser diversas y presentar tal vez aspectos convincentes incluso en nombre de la solidaridad, estamos en realidad ante una objetiva «conjura contra la vida», que ve implicadas incluso a Instituciones internacionales, dedicadas a alentar y programar auténticas campañas de difusión de la anticoncepción, la esterilización y el aborto. Finalmente, no se puede negar que los medios de comunicación social son con frecuencia cómplices de esta conjura, creando en la opinión pública una cultura que presenta el recurso a la anticoncepción, la esterilización, el aborto y la misma eutanasia como un signo de progreso y conquista de libertad, mientras muestran como enemigas de la libertad y del progreso las posiciones incondicionales a favor de la vida.»

“Por tanto, es moralmente inaceptable que, para regular la natalidad, se favorezca o se imponga el uso de medios como la anticoncepción, la esterilización y el aborto.” (Papa Francisco en Manila: 26/01/15)

La postura del Papa Francisco

Si se piensa que el Papa Francisco está en contra de la Humanae vitae, se puede recordar que en su reunión con las familias en Manila el 26 de enero de 2015 expresó:

“Pienso en el beato Pablo VI en un momento donde se le proponía el problema del crecimiento de la población tuvo la valentía de defender la apertura a la vida de la familia. Él sabía las dificultades que había en cada familia, por eso en su Carta Encíclica era tan misericordioso con los casos particulares. Y pidió a los confesores que fueran muy misericordiosos y comprensivos con los casos particulares. Pero él miró más allá, miró a los pueblos de la tierra y vio esta amenaza de destrucción de la familia por la privación de los hijos. Pablo VI era valiente, era un buen pastor y alertó a sus ovejas de los lobos que venían. Que desde el cielo nos bendiga esta tarde.”

Finalmente, en su conferencia de prensa en el avión a su regreso del viaje a Canadá, el Papa Francisco dijo:

“Pero sabed que el dogma, la moral, está siempre en un camino de desarrollo, pero desarrollo en el mismo sentido. Para utilizar algo que está claro, creo que lo he dicho aquí antes, para el desarrollo de una cuestión moral, un desarrollo teológico, digamos así, o dogmático, hay una regla que es muy clara y esclarecedora, lo he dicho otras veces:  lo que hizo Vicente de Lerins, en el siglo v , era un francés. Dice que la verdadera doctrina, para avanzar, para desarrollarse, no debe estar quieta, se desarrolla ut annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate. Es decir, se consolida con el tiempo, se expande y se consolida y se hace más firme pero siempre progresando.

Por eso el deber de los teólogos es la investigación, la reflexión teológica. No se puede hacer teología con un “no” por delante. Luego será el Magisterio el que diga: “No, has ido más allá, vuelve”. Pero el desarrollo teológico debe ser abierto, los teólogos están para eso. Y el Magisterio debe ayudar a comprender los límites. Sobre el problema de los anticonceptivos, sé que ha salido una publicación, sobre este y otros temas matrimoniales. Son las actas de un congreso y en un congreso hay “ponencias”, luego discuten entre ellos y hacen propuestas. Hay que ser claros: los que han hecho este congreso han cumplido con su deber, porque han tratado de avanzar en la doctrina, pero en sentido eclesial, no fuera, como he dicho con aquella regla de San Vicente de Lerins. Entonces el Magisterio dirá, “sí va bien” – “no va bien”.

Queda claro que independientemente de las discusiones teológicas, los nuevos aportes van hacia adelante, “en el mismo sentido”, y es el Papa quien define si esas opiniones son correctas o no lo son.

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