La guerra de todos contra todos y el estado dictatorial como derecho

El Grupo de Puebla recién invita a la “construcción de un proyecto político alternativo para América Latina y el Caribe”, el segundo que presentan las izquierdas no democráticas durante los últimos 30 años. Arguye, eso sí, estar alineado con los principios de libertad, igualdad, solidaridad, soberanía y justicia social.
En su Manifiesto del pasado 10 de febrero dice atender el Grupo a las secuelas de la pandemia universal del Covid-19: manzana de la discordia que ha servido para derrumbar y elevar a partidos y gobiernos en las Américas atizados por las redes, manipulándose las realidades, como si alguno de estos hubiese tenido reserva de experticias para trillar con el virus chino y sus efectos letales transfronterizos. Mientras afirma que “la pandemia ha desnudado las profundas desigualdades consecuencia del modelo neoliberal”, el World Economic Forum (Foro de Davos) prefiere limitarse al imaginario colectivo: “La confianza pública se está erosionando, en parte debido a la percepción de una mala gestión de la pandemia de coronavirus”.
Como causa habiente del Foro de São Paulo y sus fundadores, el Manifiesto adjetiva a la democracia: popular fue al principio para todas las izquierdas, luego participativa y socialista del siglo XXI para el primero, en lo adelante y ahora progresista o “sustantiva”.
La democracia a secas les trastorna a unos y a otros, pues desnuda el juego dialéctico que les ha sido habitual. Impide la manipulación del lenguaje político, confundir o corromper el significado preciso de sus palabras. Pero al igual que en el más remoto pasado comunista esta vez les resulta indispensable para la reinstalación y expansión de la experiencia remozada del socialismo que se inaugurara entre 1989 y 1991. Han transcurrido tres décadas, dos generaciones.
I El socialismo del siglo XXI cambia de franquicia
Fidel Castro Ruz y Luiz Inácio Lula da Silva, patriarcas del marxismo criollo o de la pseudo izquierda como la califica Héctor Schamis, promovieron el Foro de São Paulo al hacerse añicos en la URSS y Europa oriental el modelo de socialismo real.
Durante el largo período que transcurre muchos de sus partidarios y asociados ascendieron al poder por vía de elecciones – la revuelta armada se les volvió pieza de museo – y adhirieron a la Venezuela petrolera como eje dinerario para sus proyectos en común, sea en Argentina, en Bolivia, Ecuador, Uruguay, Nicaragua, Honduras, como en el Paraguay.
Lo innovador vino a ser, justamente, el uso utilitario del instrumental democrático para luego trastocarlo o vaciarlo de contenidos, prosternando a sus elementos esenciales y componentes fundamentales, al caso los “sustantivos”, si bien el Manifiesto poblano reclama para sí de “formas de democracia sustantivas”. No explica de cuales se trata. En el tránsito se han afanado en crear sus propias élites o nichos de riqueza trasnacional. Allí quedan como experiencias aleccionadoras el Brasil de la Odebrecht y Petróleos de Venezuela, cuyas capacidades corrosivas de la ética pública provocaron el derrumbe de varios gobernantes y exgobernantes en la región.
La manipulación de la democracia y la aproximación al capitalismo sin reglas, al cabo pasaban a ser tributarias, como se logra demostrar en la práctica, no tanto de un proyecto alternativo al socialismo real sino de una renovada estrategia de poder total, en lo cultural, en lo político y económico, en lo social.
II Marco Aurelio, mesías del Grupo de Puebla
En el preámbulo de Manifiesto, cuyo contenido no puede pasarse por alto pues resume las ideas madres que lo animan, y de suyo sirven para la reinterpretación de los predicados que contiene, y para comprenderlos a la luz de los alcances del socialismo del siglo XXI ahora rebautizado como «progresismo», el Grupo de Puebla rinde adhesión a Marco Aurelio García. Se trata del profesor e intelectual brasileño, asesor internacional de Lula da Silva y de Dilma Rouseff, quien llega a ser presidente del Partido de los Trabajadores (PdT) y verdadero artesano del Foro de São Paulo.
Conocido como Pablo en los predios del grupo de acción político militar del Movimiento de Izquierda Revolucionaria chilena, Marco Aurelio era trotskista. Algunos prefieren calificarlo de leninista. Fue el punto de articulación de la izquierda europea y latinoamericana que tamizaba sus ideas en La Habana para luego volcarlas en sus respectivos sitios de actuación.
Sin embargo, macerado por los años entendió lo inevitable de encontrar un puente entre la democracia y la revolución, sin jamás renunciar a la última. Las exigencias posteriores a 1989 imponían a las izquierdas llegar al poder sin el uso de las armas, a través de partidos más heterogéneos.
El modelo del socialismo del siglo XXI conquista a García, tanto que sus últimos esfuerzos de militancia le ubican en Ecuador, asociado al exjuez español Baltazar Garzón, para propiciar el modelo de justicia apropiado a la causa de la nueva izquierda o la pseudo izquierda latinoamericana, y es su pensamiento, en efecto, el que ilumina al Grupo de Puebla.
III El derecho al Estado
No lo llama así, textualmente, pero siendo ahora un «derecho social» según el Manifiesto podría decirse que, desde la perspectiva del Grupo de Puebla, la persona humana logra reconciliarse con su victimario histórico, el Estado.
El Manifiesto advierte, por lo mismo, que no se trataría del mismo Estado: “no se trata de regresar a fórmulas anteriores” sino de volver a un ente que recupera su “rol activo y protagónico” – ¿un paso atrás? – para ser árbitro del mercado, en la distribución de bienestar colectivo, … el manejo público y la garantía de acceso igualitario de bienes y servicio de acceso universal”, sería su papel dentro de la propuesta poblana, para satisfacer “derechos como la salud, la educación, el trabajo, la cultura, la seguridad alimentaria, el agua potable, la vivienda de interés social, la energía, la comunicación y la información y el conocimiento científico”.
Nada distinto, por lo visto, del andamiaje paleontológico que, en nombre de la persona y de todas las personas, rigió en la URSS hasta 1989 y que en Cuba y Venezuela aún rige desde hace 60 años y 20 años, respectivamente.
IV El “nuevo ser” progresista
Alcanzada la muerte del Estado moderno y de la idea de la ciudadanía que le es inherente, que se ejercita dentro del Estado y como deseable por vías democráticas, al derivar el primero en una fuente de poder que se alimenta de sí misma para lo sucesivo y con poderes de ordenación absolutos, la reconducción del interés ciudadano encuentra, dentro del Manifiesto del Grupo de Puebla, un estadio distinto a la localidad: “la ciudadanía latinoamericana”.
Al “nuevo ser” progresista se dirige el Grupo para convencerle de que hay “utopías alternativas posibles” y urge “trabajar en un proyecto político que conmueva y convenza a las y los supervivientes”, no de la pandemia como lo precisan sino del “viejo modelo” neoliberal.
Pero la pregunta se impone: ¿Qué pasa o pasó con la utopía original y alternativa, la de 1990 y 1991 de la que fueran tributarios y consecuentes los miembros del Grupo, a saber, la del Socialismo del siglo XXI que se les ha agotado o revelado como fracaso monumental en América Latina? ¿La dejan atrás, es la misma que predica ahora el progresismo, apenas disimulada tras el lenguaje – prostituidos sus contenidos y validados como muletillas literarias – y los códigos de actualidad?
Propone el Grupo de Puebla un regreso hacia la matriz de integración regional como el espacio en el que ha de realizarse la nueva ciudadanía progresista. Aconseja se siga el diseño de la desaparecida UNASUR o Unión de Naciones Suramericanas, palanca de articulación y realización de los propósitos del Foro de São Paulo. No se olvide que se trató, junto a la todavía existente CELAC o Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, de formas de multilateralismo ideológico dispuestas para enterrar los procesos históricos de integración económica (Comunidad Andina de Naciones, ALADI) y los de cooperación política dentro del marco interamericano, por atados éstos a las llamadas «cláusulas democráticas» para sus pertenencias.
La integración, según el Manifiesto, es “la unidad y la concertación política” siempre que no excluya a regímenes que, de acuerdo con “posturas anacrónicas y caducas” como las considera, queden fuera de ese proceso por no compartir la visión democrática adjetivada de las izquierdas, pues sus separaciones atentarían contra el mismo proceso unitario. Así, la defensa de Cuba, Nicaragua o Venezuela la hace patente el Grupo de Puebla
V El Buen Vivir y la sociedad digital
A la par de haber señalado como motor de la transformación progresista o basamento de sus elaboraciones la cuestión de la igualdad de género y de las identidades “diversas”, el Manifiesto se monta sobre los grandes temas o íconos de la globalización para fijar sus narrativas.
Dentro de la perspectiva neomarxista asume el Grupo como paradigmas “el buen vivir o vivir bien” y la “transición verde”. El Manifiesto intenta un sincretismo – sobre el vivir en armonía con la Naturaleza – entre las distintas perspectivas a que ha dado lugar el postulado. Una es la indígena originaria, vinculada a la idea de la autodeterminación de los pueblos originarios, otra la asumida por el socialismo del siglo XXI, que trasvasa hacia la idea racional de la “calidad de vida” para todos, y seguidamente la que se denomina posmodernista o posdesarrollista, que se afinca sobre la preservación de la naturaleza y los elementos ecológicos: “equilibrio entre las necesidades de la humanidad y los recursos disponibles” Todas a una, sin embargo, confluyen en la idea de un ser humano que, antes que responder a los impulsos de su discernimiento, como persona libre y racional, ha de metabolizarse con la naturaleza y sus leyes, sin considerarse superior a los elementos que la integran. Significa ella una ruptura cabal con la arraigada concepción judeocristiana y occidental, a cuyo tenor, el hombre es el príncipe de la creación; dado lo cual, sin mengua de la razonable y necesaria prédica sobre la conservación de la naturaleza por ser escasos sus elementos, habría de configurarse una suerte de «ecología humana».
VI El capitalismo progresista y su sistema mundial
Finalmente, en su relación de Thánatos y Eros con el capitalismo en cualquiera de sus vertientes y como lo trasunta de modo transversal el Grupo de Puebla, la superación de la crisis sobrevenida a causa del Covid-19 impone “la participación de organismos multilaterales, como el Banco Mundial y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRD)… para acceder a un programa de recursos y créditos en aras de impulsar las inversiones y retomar el crecimiento económico regional”. Sin embargo, destacando la importancia de una negociación mundial, que sugiere se apoye “en una arquitectura financiera internacional al servicio de la economía real y la creación de empleos”, en paralelo y en el mismo Manifiesto predica de un modo esquizofrénico la creación de “una nueva arquitectura financiera regional que asegure su independencia” … [pues] la región debe liberarse de las condicionalidades del Fondo Monetario Internacional del Banco Mundial”. [18]…, mientras piden, por la otra parte, “emisiones directas de los bancos centrales” mediante la “eliminación de la regla fiscal para recursos que sólo habrán de recuperar los gobiernos y no la banca privada, mientras los mismos bancos centrales subordinan sus políticas monetarias al “interés general y colectivo”.
Y a ello suman el establecimiento de “impuestos progresivos” como un “control soberano de la entrada y salida de capitales” en una coyuntura, como la actual, de mengua y escasez de dineros suficientes para apalancar la resurrección pospandémica del aparato productivo en América Latina y el Caribe y la masiva generación de empleos: “la generación de empleo digno y la promoción del desarrollo sostenible”, son postulados del Manifiesto que se quedan, de tal modo, sin sustentación.
En un momento de recesión general, en el que la pequeña y la mediana empresa se encuentran tan golpeadas y al borde la quiebra, tanto como las grandes empresas con verdaderas capacidades de producción y de empleo a gran escala, la propuesta del Grupo es la de “generar más impuestos progresivos” sobre estas y los actores del sistema financiero, de quienes, paradójicamente, se espera propulsen para la reactivación, en un momento de depresión en la oferta y de expansión en el desempleo.
En la práctica y en concreto, según el Manifiesto, “quienes generan más utilidades [ en una economía paralizada, que] paguen un impuesto del 25% para financiar la post pandemia”, es un palmario sinsentido.
El error de perspectiva o uno más dentro de los tantos errores o dislocaciones ideológicas del Grupo de Puebla, como sindicato intelectual de las izquierdas o pseudo izquierdas latinoamericanas y a pesar de su intento modernizante, en suma, es la creencia de que la democracia se reduce al acceso al poder y el sostenimiento sine die de quien lo detenta; y que el Estado, salvo cuando se desvía hacia una guerra híbrida como la llama el Manifiesto, mal debe perseguir los crímenes y delitos del “progresismo”, sino comprenderlos en sus causas y resolverlos en sus orígenes.
Es eso lo que postula, en suma, su “proyecto político alternativo para América Latina y el Caribe”.