¿Es posible un feminismo sin mujeres?

Un signo inobjetable de cuando menos los últimos treinta años, es la conquista que las mujeres han logrado al colocarse en el centro de la atención mundial y puesto en evidencia su relevancia y sus grandes aportaciones en todos aquellos campos en los que participan: familia, sociedad, política, economía, educación, cultura, ciencia, deporte, empresa, fuerzas armadas, etc. Destaca también el acompañamiento solidario y la tolerancia que entre sí se brindan, pese a las grandes diferencias que las separan, en cuanto a la definición de los objetivos, estrategias y métodos de lucha.
La trayectoria histórica de los movimientos femeninos y feministas tiene diversos ángulos de enfoque: temas; etapas; ideologías; eventos, logros, etc., aunque ha prevalecido la narrativa de las olas, a pesar de que no corresponden a los mismos parámetros de evolución de las diferentes corrientes feministas.
Es importante distinguir la existencia de agrupaciones de mujeres que luchan por la mujer, por lo femenino. Estos grupos se distinguen de aquellos para los que utilizan a la mujer como bandera de lucha ideológica, política, social y, más recientemente, cultural.
Aunque se ha utilizado “el feminismo” -así en singular- simbolizando un cuerpo unido de agrupaciones, propuestas y programas de acción en beneficio de las mujeres, la realidad evidencia la existencia de “feminismos”: una gran diversidad de agrupaciones, ideas y acciones -muchas de ellas divergentes y contrapuestas- por tener agendas ideológicas y políticas que se enfocan más a atender problemas concretos de ciertos conglomerados, que al bien de todas las mujeres.
Visto retrospectivamente y cometiendo el pecado de lo que algunos denominan el “presentismo” (ver el pasado con ojos del presente y sin considerar los contextos de cada momento), resulta difícil entender la marginación de las mujeres en diversos planos sociales, y se entiende la lucha que algunas emprendieron en la búsqueda de mayores y mejores condiciones de vida (educativa, laboral, económica, política y social), para ellas; en buscar un marco jurídico que les garantice igualdad de oportunidades y condiciones con los hombres; la necesaria modificación de algunos de los roles que las sobrecargan injustamente de responsabilidades; en exigir el reconocimiento y respeto a su dignidad; y, especialmente, acabar con las diversas formas de violencia –activa y pasiva- que viven dentro y fuera de sus hogares, entre muchas cosas.
Los caminos seguidos por los feminismos no son ni han sido lineales y ascendentes, y no siempre se han traducido en progresos. En la mayoría de los casos los feminismos han pasado por ciclos de lucha y de logros; por etapas de estancamiento y desaparición.
Muy pocos movimientos han sobrevivido más allá de 20 años. En el caso de algunos de los que han resurgido se han caracterizado por su radicalismo ideológico, por pretender transformar la realidad -de una vez por todas- mediante propuestas audaces, algunas de ellas, incluso anti femeninas, que terminan por hundirlas en el fango de los rechazos y las confrontaciones estériles.
Pocas corrientes ideológicas han sido consistentes en su lucha. Una de ellas es la lesbofeminista que rompió su marginalidad abrevando del pensamiento marxista, uniéndose a los movimientos gays, antes de contactar y liderar los grupos feministas nacionales e internacionales, para después incluir dentro del feminismo al sector “trans” y terminar impulsando la ideología de género. Este movimiento, aparecido marginalmente en 1975 en el primera Conferencia Mundial de la Mujer, se organizó de tal modo que impuso su agenda política en las Conferencias de El Cairo (1994) y Beijin (1995) y logró y penetrar diversos organismos internacionales de la ONU, a sectores del gobierno de los Estados Unidos y a las universidades de ese país y de Europa, desde donde ha promovido la ideología de género.
Desde la perspectiva temática, la evolución de los feminismos pasó por la etapa sufragista (desde ejercer el derecho a votar, hasta lograr el ser electas), el derecho a la educación intermedia y superior, la posesión de bienes y su administración, la libertad de poseer cuentas bancarias, la posibilidad de trabajo fuera de casa, prescindiendo del permiso del padre o del esposo y denunciar el maltrato en el hogar.
Otra etapa conceptual importante surgió en la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, tras el triunfo de la revolución de octubre, la primera ola del feminismo marxista, se caracterizó por haber legislado el aborto, la anticoncepción, el divorcio, el trabajo fuera de casa, la legalización de la prostitución y la homosexualidad, la división del trabajo doméstico, las guarderías para los hijos de las trabajadoras, el combate al capitalismo y al patriarcalismo como sus principales banderas. Aunque estas leyes y banderas duraron pocos años vigentes y el feminismo desapareció en la URSS, en los años 20´s, al lograrse todos los derechos y libertades a las que aspiraban las mujeres, argumentaba la propaganda gubernamental.
El feminismo marxista leninista, que en occidente se transformó en socialista, materialista, anarquista, etc., no fue bien recibido por la gran mayoría de mujeres porque considerarlo criminal, inhumano, anti femenino. No obstante ello su gran logro fue el influjo que tuvo en la mayoría de los feminismos, incluido el liberal, en su agenda sexual: el aborto (“si la maternidad es esclavitud, el aborto es libertad”) y la sexualidad sin límites.
La confluencia de las corrientes socialista y la lesbofeminista, en la década de los 70´s, dio paso al feminismo radical (descrita como feminazismo o nazifeminismo), surgido en las universidades de los Estados Unidos, desde donde se exportó a las universidades de Europa y América Latina con el propósito de impulsar la ideología de género como parte de una lucha cultural; impulsó el lenguaje inclusivo para quitarle cualquier alusión sexista e incorporar la perspectiva de género.
En esta etapa surgió el feminismo interseccional y sus muchas variantes (latino, árabe, negro, asiático, chicano, lésbico, indígena, separatista, etc.); la ideología queer, que trasciende la categoría natural de la heterosexualidad y plantea una diversidad sexual más amplia; la abierta confrontación contra el hombre al que hay que someter a un proceso educativo en una nueva masculinidad que elimine la Lgtbifobia, como propone la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y que en realidad es vista como un proceso de feminización y afeminamiento del hombre; y, de manera especial, el proceso de “deconstrucción” de la propia mujer en varias etapas: a) rechazo de la feminidad; b) rechazo de la heterosexualidad y c) rechazo de la maternidad. Esto es, el fin de la heterosexualidad femenina y el ascenso al lesbianismo como estado ideal de la mujer, constituyó la cúspide de su propuesta.
El fracaso del feminismo radical dio paso a lo que se llamó el postfeminismo y, dentro de él al xenofeminismo, que pugna por la multiplicación de los sexos, el advenimiento de culturas neutras a través de acabar con el género binario mujer-hombre; y la destrucción de las teorías que hagan de “lo natural” una norma o un principio moral o político, y el uso de la tecnología como arma de liberación femenina.
Así, la mujer, su promoción y el goce de sus legítimos derechos y libertades, han dejado de ser el eje de la lucha feminista. Su lugar lo ocupa la ideología de género, que pugna por sustituir la identidad sexual de la mujer y del hombre con lo que algunos definen como parafilias de todo tipo.
El feminismo hoy tiene como tarea, en primera instancia, recuperar a la mujer como el eje de su propuesta y, segundo, prescindir de todas aquellas ideologías que deforman sus objetivos, estrategias y formas de lucha.