- No hay duda que la pandemia COVID-19 es un acontecimiento global que marcará a la presente y futuras generaciones, un punto de inflexión, un antes y un después que anticipa que el mundo no será igual y aún no sabemos si será mejor; y en el que somos actores y testigos, en tiempo real, de un cambio de epoca.
- El presente ha quedado marcado por el dolor, la pérdida de miles de vidas y de las certezas. Y hacia el futuro nos encontramos ante “la tierra ignota”, el regreso a la llamada “normalidad” o “desescalada”, esta lleno de preguntas y riesgos; la falta de una vacuna y una natural inseguridad sobre la duración de la pandemia; la respuesta asimétrica de los gobiernos, no siempre oportuna y eficaz, ha dejado una secuela de afectaciones generalmente graves; y las expectativas están plagadas de incertidumbre y temor.
- Cuatro son las dimensiones críticas de afectación de la pandemia:
- La crisis sanitaria ha hecho evidente la debilidad de los sistemas de salud de los países, la falta de inversión e infraestructura y de equipamiento para el personal sanitario y de hospitales; la falta de aplicaciones científicas para el desarrollo de una vacuna; la falta de información confiable y la diversidad de criterios para la aplicación de pruebas de detección y medidas preventivas que aseguren el regreso a las actividades.
- La crisis económica es devastadora, no vista desde 1870, de acuerdo al “Global Economic Prospects” del Banco Mundial, ha sembrado una sensación de inseguridad y desesperanza creciente para millones de familias y para muchos países, especialmente en regiones como America Latina, donde la desigualdad, el desempleo, la pobreza y la debilidad de las instituciones es patente y agrava seriamente la situació El comportamiento esperado de la economía para los siguientes años será de bajo crecimiento, lo que anticipa una larga marcha hacia la recuperación y la estabilidad social, económica y financiera.
- La crisis social se refleja en el desprecio a los valores más profundos, a la vida humana y el cuidado de los enfermos crónicos y de los ancianos, en America Latina de los más pobres y los indígenas; la explosión de nuevas formas de violencia intrafamiliar y callejera y la crisis de seguridad pública con una cuota de sangre y dolor que aterra por lo inhumano. La multiplicación de enfermedades mentales y emocionales por los efectos del confinamiento y el desempleo, que han generado cambios profundos en la convivencia familiar y social; hasta llegar al dolor de no poder despedir a los que se han ido.
- La crisis política no es menor, muchos gobiernos durante la emergencia se han hecho de facultades extraordinarias, a veces desmedidas y permanentes, hasta el punto de poner en riesgo la vida democrática en muchos países, ante la falta de contrapesos, transparencia, rendición de cuentas y de los mecanismos de decisión debilita a las instituciones democráticas y es un riesgo para los derechos humanos, sociales y políticas. Debemos estar atentos ante la proliferación del autoritarismo y el populismo.
- Ante este panorama desolador y desafiante, la misión de la iglesia, y en particular la de los laicos que actuamos en política, debe ser la de proclamar un horizonte de esperanza.
- Como hacerlo realidad en medio del agotamiento social y de los determinismos históricos e ideológicos, de los paradigmas tecnocráticos, del relativismo práctico, de la resistencia de quienes se aferran a conservar el sistema imperante, plagado de injusticias; o de los profetas del fatalismo que anticipan un futuro o solidario o el fin de la historia?
- Un horizonte de esperanza, amplio, dilatado, sólo puede nacer del amor de Dios, del cenáculo, del nuevo Pentecostés; y del compromiso consciente y verificable del cristiano con el cuidado de la casa común, sabedores de que las cosas pueden cambiar.
- Se debe sustentar en el reconocimiento y la aceptación de las raíces y valores cristianos de nuestros pueblos, que nos dan la identidad.
- Se debe expresar en la unidad del pueblo latinoamericano, la solidaridad y la búsqueda común de nuevos caminos de progreso y desarrollo.
- Y debe contar con una agenda de diálogo abierto, honesto, desde nuestra identidad cristiana y para el bien común, para el desarrollo integral y sustentable, con nuevas formas de entender la política, la economía, las finanzas y el progreso
- A través del diálogo, como el único camino, como lo propone el Papa Francisco en Laudato Si. Considerando los siguientes ejes…
- Diálogo internacional, sobre la nueva gobernanza y un nuevo modelo de desarrollo global a fin de asegurar el acceso universal a los bienes, especialmente a los mas pobres. Para gestionar una vacuna universal. Los mecanismos de acceso al crédito y a los fondos de desarrollo con apoyo de los organismos internacionales; promover la sana integración regional, revisar el gasto en armamento y el impacto de la deuda externa de los países.
- Diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales, sin reduccionismos ideológicos ni generalizaciones, buscando su viabilidad y continuidad en medio de los cambios de gobierno. Es indispensable replantear el modelo de desarrollo económico, la relación entre el trabajo y el capital; la concentración del ingreso y la distribución del egreso, el enfoque y sustentabilidad de los programas sociales, el apoyo a las fuentes de trabajo y a los trabajadores con créditos a pequeñas empresas, seguro de desempleo y el Ingreso Mínimo Vital.
- Diálogo por la transparencia en los procesos decisionales. Garantizar el derecho a la información, medidas de apertura y rendición de cuentas y desterrar la corrupción que genera el descrédito de la política.
- Diálogo entre la política y la economía para la plenitud humana. La política no debe someterse a los dictados de la economía y está, no debe someterse a los dictámenes eficientistas de la tecnocracia. No más progreso y desarrollo y maximización de las ganancias a cualquier precio.
- En suma, apostar por un nuevo estilo de vida, que no se da sin un nuevo modelo educativo para la formación de personas íntegras, capaces de opciones libres y justas, que infunda esperanza ante la desilusión y la incertidumbre; que promueva la solidaridad frente al egoísmo colectivo. Que promueva el amor civil y político y que cultive la comunión y la convivencia, el cuidado de la casa común que se nos ha confiado. Que prepare para la participación cívica y política para el bien común, a fin de influir en los tomadores de decisiones para promover los cambios que se necesitan en la nueva civilización que se está gestando, la del amor.
- Sin olvidar que el amor social es la clave del auténtico desarrollo humano.
- Hagámonos cargo, como políticos católicos. El nos dará la fuerza, es una promesa