Educación para la participación política

México tiene una grave y deficiente cultura de participación política. Este escaso involucramiento social pone en gran riesgo la democracia que se ha ido construyendo a través de los años, lo cual se demuestra con el abstencionismo, que en las pasadas elecciones federales fue de casi el 37% según el INE.
Lo que mueve a la sociedad a no participar es principalmente la falta de confianza y escasa representación en las instituciones y autoridades políticas. La inseguridad en la que se encuentra sumergido el país profundiza la desconfianza de la sociedad hacia las autoridades.
La ventaja de refrescar la vida de los congresos con nuevos rostros e ideas se pierde cuando los políticos se aferran a vivir del poder y de las dietas que les otorgan los escaños, saltando de un cargo a otro hasta su jubilación. Para conseguirlo se apropian de las ineficientes y anquilosadas estructuras partidistas; no dejando paso a políticas y sistemas modernos que podrían aportar las nuevas generaciones.
Adicionalmente, los políticos impulsan agendas personales o grupales, resultado de acuerdos, alianzas, o negociaciones -personales o grupales-, que más les benefician políticamente, dejando de lado los intereses de sus representados. Esto decepciona a los votantes y genera un gran malestar, lo que redunda en una baja participación a la hora de votar o participar en cualquier actividad político-electoral, pero sobre todo genera desconfianza en las instituciones políticas. Así lo demuestra una serie de estudios realizados en materia de confianza (Consulta Mitofsky) que colocan en último lugar a los diputados y partidos políticos y en primer lugar a las instituciones educativas. En estas encuestas además de la confianza se analizan algunas de sus causas y efectos.
Para revitalizar la democracia, es necesario recuperar el verdadero sentido de servicio a los demás propio de la política; y la búsqueda del bien común como su principal objetivo. También requerimos de una sociedad civil pensante, formada e informada, y bien dispuesta a participar en la vida cívica. Las universidades, los empresarios, las iglesias, los medios de comunicación, los sindicatos, ONG´s, etc. deben contribuir al esfuerzo de fortalecimiento de la democracia y construir, en sus propios campos de competencia, espacios de diálogo en los que se analicen y resuelvan las problemáticas nacionales; se defiendan y promuevan principios y valores humanos y políticos; en los que se finquen los cimientos de una cultura política, a través de programas de formación cívica y política en las escuelas, empresas, sindicatos, etc. con un claro enfoque de servicio a los demás.
Reconociendo que el bien común es la mejor manera de impulsar el desarrollo nacional; y la responsabilidad social de los ciudadanos constituye la prueba fehaciente del compromiso de estos con el progreso social, su instrumentación también requiere de involucrar a las instituciones más socialmente confiables en la tarea de apoyar a las menos confiables a superar sus limitaciones: crear una cultura colaborativa en la que se repliquen las mejores prácticas, adaptándolas a cada realidad.
Teniendo las universidades el doble mérito de ser las instituciones con mayor credibilidad y confianza, y de ser generadoras de cultura y pensamiento, pueden más fácilmente cumplir con su deber social y formar a las nuevas generaciones con una nueva visión de la política.
Estando el nivel de estudios universitarios por encima de la media nacional, se plantea un interrogante, en apariencia simple y sencillo: ¿cuál es la relación entre educación y participación política?, ¿tiene el nivel educativo algo que ver con ésta?
De acuerdo con los estudios disponibles, la educación constituye el componente de más impacto en el estatus socioeconómico: entre mayor sea el nivel educativo, más será la participación social y política.
Numerosos estudios aseguran que la educación favorece la participación ciudadana porque disminuye las barreras cognitivas, y aporta elementos de información útiles para la acción política. Aunque la educación formal no proporcione necesariamente detalles sobre el funcionamiento institucional de las democracias contemporáneas, al parecer sí influye en el modo en que los individuos procesan y toman decisiones políticas. Además, “las personas con más educación tienden a interactuar en mayor medida con otras de escolaridad elevada, de tal manera que la interacción social contribuye a que reciban más estímulos y refuerza la información política de que disponen”. (Morales 2005).
De esta forma el desafío de las universidades será formar a los universitarios con una perspectiva y pensamiento crítico resultantes de observar la realidad e interesarse por ella, para llegar al descubrimiento de nuevas maneras de ver, hacer, entender, desarrollar y reinventar la política. Es decir, no conformarse con reproducir viejas formas o costumbres sobre cómo ver la política y participar en ella; dejar de ver la realidad que los medios de comunicación masiva quieren que se vea; no creer acríticamente todo lo que ven en internet, sino forjar su propio criterio.
Se necesita impulsar un modo de pensamiento que promueva el interés y la visión crítica, creativa y proactiva sobre las necesidades de la sociedad; convirtiéndolos en actores y autores de una nueva cultura política.
Para incentivar la participación social resulta fundamental aprovechar las ventajas de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC´s), particularmente las redes sociales, que son las mejores herramientas para llegar a los jóvenes.
Promover debates, foros, conferencias, donde puedan compartir y hacer sentir sus ideas dentro de los espacios universitarios, y presentarlas ante las instancias sociales correspondientes.
De hecho, este trabajo debe iniciar en la educación básica y gradualmente complementarse en todo el proceso educativo. La cultura democrática requiere inculcarse a lo largo de todas las etapas educativas. Otro espacio insustituible de educación democrática es la familia, donde se cultivan los principios y valores fundamentales de las personas: donde se aprende el respeto, a compartir, a participar, a ser solidario, subsidiario y considerado con el más débil o desfavorecido, las normas elementales de urbanidad, la sobriedad, el buen comportamiento, la puntualidad, la responsabilidad, el modo de expresarse; son pequeños detalles que constituyen y modelan todo un modo de ser, que finalmente construirán un mejor entorno familiar y social.
Es decir, establecer un orden político y social en el cual los seres humanos puedan existir y desenvolverse plenamente, gozando de seguridad, certidumbre, el respeto y la promoción de su dignidad humana, derivará en instituciones más participativas, seguras y confiables. Hay que rehabilitar “la buena política”, como dice el Papa Francisco, como un servicio inestimable al bien común de la colectividad, porque esta constituye “una forma excelsa de la caridad”.
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