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EDITORIAL – Opinión Pública y aborto

por | Política

 

Estudiar la opinión pública ha sido una actividad de creciente influencia desde mediados del Siglo XX, al grado de que cuando se aplicó a las tendencias electorales y en algunos casos lo señalado empató con el resultado, no faltó quien propusiera que, en lugar de elecciones, éste fuera el medio por el cual se eligiera a las autoridades.

Sin embargo, no faltaron los fracasos estrepitosos que por diversas causas no hubo la coincidencia predicha. Hoy los especialistas en la materia se cubren señalando que las encuestas no son una predicción, sino que miden el estado de opinión del momento.

Siguiendo la materia electoral, también se descubrió que las mismas eran utilizadas como un medio de influir en los resultados, ya que no falta quienes quieran ser parte de los ganadores y se suman a las tendencias, o sirven para alertar del posible triunfo de un candidato indeseable para algunos y entonces se inclinan al llamado “voto útil”, que se suma a otro de los candidatos que va en segundo lugar y podría impedir la victoria de aquél. En algunos casos se ha prohibido divulgar encuestas en las fechas próximas a la elección.

¿Eso significa que las encuestas sean inútiles? Sin duda que no, pero todo depende del propósito con que se usan. Una sociedad sana necesita tener opinión, aunque muchas veces ésta es voluble.

La mercadotecnia recurre a ellas para realizar los estudios de mercado de bienes y servicios, y si se ha mantenido como una metodología de mercadeo, es porque han resultado útiles.

Ante estos hechos, no han faltado propuestas que, para definir aspectos legislativos, se recurra a las encuestas y ellas indiquen la dirección de normas o leyes que se aplicarán en el Estado. Incluso consideran que ésta sería una forma de participación democrática. Sin embargo, a pesar de que ellas indiquen un reducido margen de error, no faltarán quienes consideran que ellos no fueron encuestados y, por tanto, no se les tomó en cuenta.

Pero, a fin de cuentas, se trata de opiniones. Ellas, sin embargo, no pueden constituir la directriz de la vida ni de las sociedades.

Hay opiniones que, aunque sean mayoritarias, no son correctas puesto que no respetan la verdad. En cambio, no es extraño que la verdad esté de parte de las minorías, y eso puede ocurrir sobre cualquier tema y en cualquier lugar.

Conviene recordar, para quienes no lo saben, que el Papa Paulo VI se reservó durante el Concilio Vaticano II definir la posición de la Iglesia respecto de los anticonceptivos. Para analizar el tema formó un grupo de estudio con prelados de alto nivel y conocimiento de teología moral.

Ellos estudiaron el tema asesorados, incluso, por algunos científicos. Duró un buen tiempo el análisis del asunto y llegó un punto donde no se pudo llegar a un acuerdo y la comisión se dividió. Así las cosas, se entregaron al Papa dos propuestas. Después de su análisis el Papa Paulo VI dio a conocer la encíclica Humanae vitae.

Resulta que la propuesta que aceptó el Papa era la de quienes se oponían al uso de la píldora, y era el grupo minoritario. El grupo mayoritario estaba a favor de los anticonceptivos. Quedó claro que el número no es lo esencial respecto de los temas esenciales.

Lamentablemente, tampoco entre muchos católicos fue bien recibida la Encíclica y hasta hubo episcopados enteros que la rechazaron. Finalmente, los sucesores de aquellos asumieron la doctrina sobre el tema e, incluso, pidieron perdón a Roma por la posición de sus antecesores.

La definición del tema del aborto, un tema esencial sobre la vida humana, no puede estar sujeta a lo que diga la opinión pública. La vida es valiosa por sí misma para todo ser humano, desde la concepción, pasando por el nacimiento, el curso de vida y hasta la muerte natural.

Se trata de un valor intrínseco de la persona, no viene de fuera, de ninguna opinión, aunque sea una mayoría. Defender la vida es uno de los irreductibles que obligan a todo católico, en primer lugar, y a todo humanista, independientemente de la creencia que tenga.

Al respecto, los creyentes estamos obligados a ir contra corriente, si es necesario. Pero tanto mejor si la corriente también está a favor de la vida, y eso es importante conocerlo.

En el contexto de la batalla cultural que estamos viviendo, donde la sociedad líquida diagnosticada por Zygmunt Bauman, ha sido superada por una sociedad gaseosa, según expresión del Papa Francisco, es importante saber si aún hay tierra firme donde pisar; conocer que una sociedad tiene valores es necesario para reforzarlos y hacerlos valer. Y si no los tiene, para anunciarlos y promoverlos.

Es de esperar que las raíces cristianas de las naciones no cedan frente a las campañas de la cultura de la muerte o del descarte, y que se afiancen en ellas, pues suele ocurrir que en algunas que en el pasado se destacaron por sus valores religiosos, éstos se han perdido.

No se ignore entonces el resultado que puedan dar los estudios de opinión, a fin de asumir las consecuencias del caso y actuar conforme al resultado.

 

 

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