Derechos Humanos:¿Utopía o realidad?

En las últimas décadas y con mayor ímpetu al comenzar el siglo XXI, en todos los foros internacionales se enarbola la bandera de la salvaguarda de los ‘derechos humanos’ como garantía del respeto a la dignidad del hombre; sin embargo, paradójicamente, los mismos se violan en forma sistemática y se desconoce y acalla la realidad de los ‘deberes’ que conllevan cada uno de los derechos esenciales de la Persona Humana.
Si en verdad nos preocupa el respeto al hombre y a todo hombre, debemos considerar en primer lugar, la fuente de donde emerge su dignidad, sus derechos y sus responsabilidades.
Origen. El hombre al reflexionar sobre sí mismo, descubre la contingencia de su ser, y por lo tanto la natural re-ligación con la Causa que da origen a su vida y a su dignidad. Dios, causa increada. La negación de esta supone también la no aceptación como origen de los derechos y deberes del hombre, de la propia naturaleza humana, como así también su tendencia a la perfección como persona y su sociabilidad originaria.
La negación de Dios es la negación del hombre; y por ello su mutilación y reducción al mero estado animal, donde unos pocos deciden los derechos y obligaciones de todos, donde se consagra como derecho, la aberración del crimen del aborto, y otras acciones contrarias a la naturaleza, que habitualmente percibimos generalizadas en el sentir de los pueblos que se dejan manipular por los medios de comunicación masiva.
«Los derechos inalienables de la persona deben ser reconocidos y respetados por parte de la sociedad civil y de la autoridad política. Estos derechos del hombre no son una concesión de la sociedad o del Estado: pertenecen a la naturaleza humana y son inherentes a la persona en virtud del acto creador que la ha originado. Entre esos derechos fundamentales es preciso recordar a este propósito el derecho de todo ser humano a la vida y a la integridad física desde la concepción hasta la muerte».
«Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho…
El respeto y la protección que se han de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus derechos». [Donum vitae III] (CIC 2273)
Los derechos primarios
Considerando al hombre, imagen y semejanza de Dios; unidad sustancial de cuerpo y alma espiritual; en su constitución existen tendencias que son expresión de su propia naturaleza, la que da origen a sus derechos:
- la tendencia a conservar la vida, que hace evidente este derecho esencial, cuya violación acarrea males de naturaleza antihumana, como lo son el aborto, la eutanasia, la mutilación, la tortura, la esterilización, etc. Pero también atenta contra este derecho, todo aquello que impide que el hombre desarrolle su vida, es decir, la carencia de los bienes necesarios, para su crecimiento y plenitud: la cultura, el trabajo, el sustento, el vestido, la propiedad.
La eutanasia: Su Santidad Juan Pablo II, nos decía en Evangelium Vitae, respecto a esta moderna plaga de la eutanasia:
«En el conjunto del horizonte cultural no deja de influir también una especie de actitud prometeica del hombre que, de este modo, se cree señor de la vida y de la muerte porque decide sobre ellas, cuando en realidad es derrotado y aplastado por una muerte cerrada irremediablemente a toda perspectiva de sentido y esperanza. Encontramos una trágica expresión de todo esto en la difusión de la eutanasia, encubierta y subrepticia, practicada abiertamente o incluso legalizada.
Ésta, más que por una presunta piedad ante el dolor del paciente, es justificada a veces por razones utilitarias, de cara a evitar gastos innecesarios demasiado costosos para la sociedad. Se propone así la eliminación de los recién nacidos malformados, de los minusválidos graves, de los impedidos, de los ancianos, sobre todo si no son autosuficientes, y de los enfermos terminales.
No nos es lícito callar ante otras formas más engañosas, pero no menos graves o reales, de eutanasia. Éstas podrían producirse cuando, por ejemplo, para aumentar la disponibilidad de órganos para trasplante, se procede a la extracción de los órganos sin respetar los criterios objetivos y adecuados que certifican la muerte del donante.» (Evangelium Vitae nº 15)
- b) La tendencia a perpetuar la especie, que supone el derecho al matrimonio, a la procreación y educación de los hijos; matrimonio que es la unión indisoluble y duradera de un hombre y una mujer, y no las groseras y antinaturales uniones de personas del mismo sexo, por más que las legislaciones modernas así las consagren y deseen imponerlo a los países, que respetuosos del orden natural, son conscientes de que su no observancia conlleva a la esterilidad de la sociedad.
Nos recordaba Juan Pablo II, en la «Carta a las Familias»:
«La familia como institución, ¿qué espera de la sociedad? Ante todo, que sea reconocida en su identidad y aceptada en su naturaleza de sujeto social. Ésta va unida a la identidad propia del matrimonio y de la familia.
El matrimonio, que es la base de la institución familiar, está formado por la alianza «por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole». Sólo una unión así puede ser reconocida y confirmada como «matrimonio» en la sociedad.
En cambio, no lo pueden ser las otras uniones interpersonales que no responden a las condiciones recordadas antes, a pesar de que hoy día se difunden, precisamente sobre este punto, corrientes bastante peligrosas para el futuro de la familia y de la misma sociedad.
El derecho a la procreación y educación de los hijos, supone la generosidad en la paternidad responsable, dejándonos conducir por Dios en la transmisión de la vida, siendo el medio para dar hijos a Dios, a la Iglesia y a la Patria. Se viola este derecho, cuando desde los distintos sectores del poder político o económico, se busca un control antinatural de la población, promoviendo e imponiendo una cultura y conciencia general anticonceptiva, que incluso desprecia la generosidad de los matrimonios que han constituido una familia numerosa.
- c) La tendencia a alcanzar la propia perfección, supone el derecho a la educación en la verdad, a la objetiva información, a vivir en una sociedad donde se pueda encaminarse hacia la plenitud temporal y espiritual. Se conculcan estos derechos cuando se sumerge a la sociedad en una enseñanza laicista, que so pretexto de neutralidad, hace un reduccionismo del hombre, al negarle una educación integral que abarque su desarrollo moral y religioso.
Asimismo, se manipula la conciencia del ser humano cuando se lo somete a una agresión informativa, que no se preocupa por la verdad, sino por la utilidad y el sensacionalismo de la transmisión.
Se impide que la persona camine hacia su plenitud, cuando nos rodea un ambiente de inmoralidad pública y corrupción, que no condice con la búsqueda del Bien Común.
Conclusión: El Hombre sólo podrá reencontrar su dignidad plena, y el respeto a sus derechos esenciales, cuando reconozca su origen y considere que su violación conlleva la muerte del ser humano.
El ejemplo cotidiano en el cumplimiento de nuestros deberes y el compromiso social, han de suscitar una profunda transformación de la sociedad, que volverá los ojos a los principios evangélicos, y encontrará en ellos el camino seguro para llevar a la plenitud temporal y espiritual a cada uno de sus miembros.
Su Santidad Francisco nos propone una presencia activa en la defensa de los derechos humanos; y nos dice en ‘Laudato Si’:
“Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos …El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a «las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas»” (LS, 229,231)
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