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Alzar la voz es política

por | Derechos Humanos, Política

Durante el auge del marxismo una premisa empezó a correr por todos los foros públicos en los que conquistó un espacio, aquella que descalificaba las opiniones contrarias por el simple hecho de que quien las pronunciaba pertenecía a la burguesía, a la Iglesia o a la nobleza.

Su formulación era bastante simple: si el interlocutor pertenecía a uno de estos grupos, explotadores y opresores, cualquier opinión que expresaba se encontraba manchada de origen por los pecados de estos estamentos y se podía asumir que su único objetivo era mantener sus privilegios; por esta razón lo mejor y lo único que se podía hacer era ignorar sus diatribas y zanjar de una vez la discusión señalando de manera contundente la pertenencia del sujeto a tal o cual grupo reaccionario, invalidando inmediatamente toda palabra que de él procediera.

Objetivamente esta propuesta marxista, como muchas otras, no es enteramente original; si se le mira con detenimiento y se rememoran las clases de introducción a la lógica es imposible no caer en la cuenta de que esta maravilla retórica no es más que el burdo ad hominem de toda la vida. Sin embargo, esto no detuvo a los panfletistas marxistas para usarla sin descanso por más de un siglo.

Pues bien, hoy en día un nuevo grupo se ha apropiado de esta manoseada falacia y con una falta total de pudor la han reinsertado en el debate público, y lo que es peor, la han convertido en un pilar fundamental de cualquier discusión sin importar la materia de la que se trate.

Bueno, quien dice “nuevo grupo” dice en realidad “el mismo marxismo de toda la vida pero ahora vestido de mujer, de homosexual, de trans, de ecologista radical o de lo que usted quiera vestirlo”, pues si hay algo que el marxismo aprendió muy rápido fue que la lucha no necesita quedarse únicamente en las clases sociales, sino que puede extenderse a cualquier otro ámbito en el que la naturaleza haya tenido a bien crear distinciones.

Es de esta manera que nuevamente se escuchan en el foro público cosas como: “El dogma vive dentro de usted”, “siendo usted Caballero de Colón resulta poco apto para el puesto”, “usted no tiene útero y por lo tanto no puede opinar sobre el aborto” o “usted es una alienada del patriarcado y por lo tanto su opinión no es representativa” o la que suma y supera las anteriores: “Es que eres católico”.

Y el problema es aún mayor cuando los mismos políticos católicos compran esta falacia y en el más puro acto de cobardía moral afirman cosas como: “En lo personal soy católico pero en x, y o z tema no puedo imponer mis creencias a lo demás”. Es en esta frase donde se resume la muerte del espacio político, el fin de la pluralidad y la imposición de la homogeneidad de pensamiento.

La filósofa Hannah Arendt, siguiendo a los pensadores griegos clásicos, acierta en señalar a la esfera pública o política y la acción que en ella se desarrolla como la forma perfecta de vida humana, aquella que le es propia al hombre en cuanto ser plural, libre de la necesidad y habitante de un mundo común creado mediante su esfuerzo y el de sus congéneres.

Es la pluralidad de los hombres, es decir su multiplicidad y al mismo tiempo igualdad, la que permite que se establezca entre ellos, una vez liberados de la violencia de la supervivencia, un espacio común en el que cada uno es capaz de aportar y construir un futuro en conjunto, es en esta esfera donde se edifica la comunidad política en la que se desarrollan nuestras vidas diariamente.

La política no se resume únicamente en aquel fenómeno muchas veces nauseabundo de la actividad partidista ni se concentra en el acto de emisión del voto, ambas farsas con las que se pretende hacer sentir a los ciudadanos como partícipes de su destino, como si el acto de depositar una papeleta en una urna fuera ya suficiente para construir un mundo comunitario.

La política es mucho más que eso, pues es toda actividad en la que los seres humanos expresamos nuestra forma de ver el mundo y mediante el diálogo y la acción lo llevamos a la realidad. Y es que la política es intrínsecamente contraria a la violencia, pues ésta hace imposible el intercambio de ideas y en su lugar propugna por la imposición de una única manera de pensar por sobre todas las demás, la violencia es propia de los animales, de los seres que se encuentran a merced de la cruel necesidad de subsistir, no de los hombres.

La política requiere que cada hombre pueda expresar su opinión sobre todo aquello que forma parte del espacio público, no hay temas prohibidos pues al ser todos iguales nada humano les es ajeno. Claramente esta participación debe ser educada y fundamentada, y algunos se sentirán más inclinados a expresar su opinión sobre un tema u otro, pero no existe una razón o motivo suficiente por el cual se le debe de negar la posibilidad de expresarse a cualquier persona.

Esta protección se extiende a cualquier opinión siempre y cuando sea constructiva y no invoque a la violencia, pues en este caso ya no se estaría intentando construir un mundo común sino justificar la destrucción de alguna otra forma de pensar mediante la desaparición de aquellos que la abanderan. Un discurso como el racista, el comunista o el nacionalsocialista no tienen espacio en la esfera política porque su objetivo es silenciar a una parte de la población asumiendo que su punto de vista no debe ser tomado en cuenta por considerarlos inferiores.

Así como no se puede silenciar a una mujer o a un homosexual por el simple hecho de serlo, tampoco se debe aceptar que a los católicos, a los providas o a los hombres se les silencie por suponer que su opinión no es válida debido a sus creencias o por ofender sensibilidades; toda vez que cada uno de ellos tiene todo el derecho, y la obligación, de participar en la construcción del mundo en el que habitamos mediante la expresión de sus ideas.

Los católicos deben de llevar sus convicciones a la esfera pública y no deshacerse de ellas tan pronto pisan su umbral, pues solo se puede construir un verdadero mundo común si ellos también expresan su forma de entender la realidad y proporcionan sus visión particular de lo que un mundo mejor implica; esto no es fascismo, totalitarismo ni opresión, es la más pura y hermosa actividad humana: la vida política.

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