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“Donald J. Trump es el presidente más pro vida que hemos tenido”, dicen con satisfacción muchos conservadores fervorosos en Estados Unidos, tanto católicos como no católicos.

Trump se ha opuesto al aborto en los dichos y en los hechos más que cualquier otro presidente de Estados Unidos. Eso es una realidad difícil de controvertir con cualquier métrica. Una a una ha venido cumpliendo sus promesas de campaña sobre ese y otros temas. De hecho se ha distinguido de los políticos tradicionales precisamente en que ha cumplido buena parte de lo que ofreció al pedir el voto en 2015 y 2016.

Ha firmado decretos cesando fondeo público del aborto, ha ofrecido prohibir el aborto de término vetando cualquier legislación a favor del mismo que apruebe el Congreso y ha revertido reglas de la era Obama-Biden que forzaban a todos – incluidas las religiosas Hermanitas de los Pobres que se atrevieron a demandar al Ejecutivo ante la Corte – a pagar pólizas de seguro médico que cubran el asesinato de los no nacidos. Adicionalmente ha ofrecido echar por tierra el famoso “Obamacare” entero y reemplazarlo con un sistema que si permita la competencia entre aseguradoras a través de fronteras estatales y si reduzca los precios de las pólizas que se han multiplicado por nueve en último medio siglo. Además ha firmado órdenes ejecutivas que reducen precios de medicamentos. La lista es larga, pero es digna de especial énfasis la nominación de centenares de jueces “conservadores” ya aprobados por el Senado, incluidos Gorsuch y Kavanaugh para la Suprema Corte, en adición a otros 35 pendientes de confirmación. Hoy resalta la nominación para el máximo tribunal de la extraordinariamente virtuosa y brillante Amy Coney Barret.

En otros temas importantes también hay numerosos logros destacables, como su defensa de la libertad religiosa, las garantías que ha dado para que no se coarte el derecho de los niños de rezar en las escuelas públicas y el apoyo al derecho de los padres para decidir el tipo de educación que desean para sus hijos. Respecto de esto último, ha dado su respaldo a que las escuelas privadas reciban trato más equitativo en su elegibilidad para la recepción de donativos y a que se beneficien de créditos fiscales escolares. También ha manifestado su oposición a la política de que los niños puedan entrar al baño de las niñas y viceversa.

¿Y qué decir de política exterior? Frenó el apabullante crecimiento de China basado en gran medida en su competencia desleal, neutralizó a Corea del Norte y a Irán, redujo la amenaza de Isis, puso contra las cuerdas a sus socios de la OTAN para que cumplan sus compromisos con esa organización, ha apoyado el proceso de transición en Venezuela, renegoció el TLCAN y transfirió buena parte de su problema migratorio a México convirtiendo a ese país entero en su famoso muro.

En lo económico se decía que estaba cosechando los buenos frutos de las políticas de Obama, pero lo cierto es que su política arancelaria, su reforma fiscal y su apoyo al sector energético, entre muchas otras medidas, dieron como resultado una reducción muy importante en el desempleo, crecimiento del PIB y autosuficiencia petrolera.

Se le podrían colgar muchas otras medallas al presidente anaranjado y muy pocas a su adversario, pero baste decir que de cada uno de los puntos mencionados la plataforma Biden-Harris representa lo opuesto. Y quien diga, por ejemplo, que los demócratas son más compasivos con los migrantes, no ha revisado estadísticas históricas ni ha investigado el origen de las políticas más inhumanas en ese ámbito, o habla de mala fe. No obstante los discursos, en los últimos 40 años a los migrantes y especialmente a los mexicanos, les ha ido menos mal en los hechos con administraciones republicanas que con demócratas.

Sin embargo, sobre el manejo de la pandemia los números no mienten. En esa asignatura Trump si está reprobado por no dar prioridad a la vida humana sobre la posibilidad de reelegirse. Se dice que es racista, pero no hay evidencias concluyentes. Es verdad que en el lanzamiento de su campaña en 2015 dijo que los mexicanos “Son violadores. Y algunos, supongo, son buenas personas”. Pero los mexicanos no son una raza. Lo cierto es que además de patán, Trump si es un adúltero, promiscuo, misógino, depravado, corrupto y mentiroso; y como al orador al final de la película mexicana La Ley de Herodes: no le avergüenza confesarlo. Al cinismo con el que adorna todas sus “gracias” se suma su obvio desorden narcisista de la personalidad. Habiendo tenido candidatos de talla moral bastante respetable como Rick Santorum, Rand Paul y Marco Rubio, en su momento la base republicana eligió a Donald Trump, quien cumple con el perfil típico de un cliente frecuente de cualquier clínica abortista. La consecuencia de esto es que todos esos logros positivos de su administración y las nobles causas que lo han abanderado como líder, comenzando por el combate al aborto, ahora llevan como distintivo la afamada marca TRUMP, con todo lo que eso representa e implica.

¡Ah, pero qué bonito hablan los demócratas! Qué estupendo orador es Obama, quien ahora está en campaña a favor de su antiguo compañero de fórmula. Qué agradable es Kamala Harris, ¡y qué lista! ¿Y Biden? Se le ve poco y mal, pero bueno, fue la solución que encontraron los demócratas para que el “independiente” Sanders no les robara el partido. Tal vez fue una lección aprendida del fracaso de la cúpula republicana ante Trump en 2016, y de tantos otros alrededor del mundo ante sus versiones de “independientes”.

¿Y los obispos qué dicen? Es representativo un acalorado debate en la asamblea de la Conferencia del Episcopado de Estados Unidos en noviembre de 2019 sobre la redacción de la carta de presentación a la edición 2020 de su documento “Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles”. El cardenal Cupich, de Chicago, insistió en su propuesta de que se incluyera íntegro el párrafo 101 de Gaudete et Exsultate, no obstante que se había hecho referencia al mismo en una nota de pie de página. El obispo McElroy, de San Diego, tomó la palabra en apoyo a Cupich agregando un motivo más: que a su juicio la calificación de “preeminente” para el tema del aborto es discordante con el citado párrafo del Papa y con la enseñanza consistente de la Iglesia de que “el compromiso político a favor de un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad”[1]. El obispo Strickland, de Tyler, Texas, entonces dijo que “preeminente” no es negociable. Luego el arzobispo Chaput, de Filadelfia, acusó a McElroy de azuzar con su comentario la narrativa de que hay oposición al Papa en el episcopado estadounidense, agregando que “preeminente” ha sido la posición de ese episcopado por muchos años y no ha cambiado. Lo que no queda claro es si “preeminente” significa que es más importante que todos los demás temas juntos, o no. La ambigüedad resultó ser la solución más conveniente.

La verdad es que llueve sobre mojado, pues es pública la actitud de oposición al obispo de Roma por parte de muchos, entre los que destaca el cardenal Burke, quien se asoció, por cierto, en algún proyecto público con el antiguo estratega en jefe de Trump, Steve Bannon. No es un secreto que Bannon ha hecho cabildeo anti Francisco y pro Trump no solo en territorio americano, sino también en Roma. Burke y otros son invitados consentidos de Raymond Arroyo, Michael Voris y otros reputados comunicadores católicos “conservadores”. Toda la “derecha” católica, en masa dio un apoyo insólito al ex nuncio Viganò cuando este publicó su “testimonio” de la supuesta conspiración para encubrir al ex cardenal McCarrick, con el cual exigió la renuncia del Papa. Sin embargo, lo único que probó Viganò es que como nuncio él mismo no denunció debidamente a McCarrick, además de incurrir en excomunión latae sententiae por violar el secreto pontificio con sus escritos. Pero se curó en salud, lo arroparon y le dieron renovada fama. Hoy es un fiel promotor público de Trump y quedó de manifiesto que en ese sector quien confirma en la fe a sus hermanos es el inquilino de la casa blanca. En oposición no faltan obispos y líderes católicos que disimulan mal su activismo partidista a favor de Biden, o en contra de Trump, que equivale a lo mismo. Los que se logran desmarcar públicamente de la disyuntiva partidista no son noticia.

Mientras unos “excomulgan” a otros y los segundos tachan de racistas o cosas peores a los primeros, pululan expresiones de desconcierto y confusión en el rebaño. Tanto Obama en su momento, como ahora Trump, han suscitado fe en sus figuras, más que confianza, convirtiéndose en fenómenos pseudoreligiosos. A ambos les queda la descripción que hace el Papa cuando habla del líder con la habilidad “para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder. Otras veces busca sumar popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población. Esto se agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles, en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad”[2]. Al sustituir la fe con ideología, se revierte la supremacía de lo espiritual sobre lo temporal que el Señor aclaró cuando dijo: “Den, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21).

El hecho de que la crítica a cualquiera de las dos opciones electorales de inmediato suscita la creencia de que uno está apoyando al otro es síntoma de un problema mucho más grave que Trump o Biden y es la profundidad de la lealtad partidista que ofusca la fidelidad al Evangelio de Jesucristo. Ni Trump acabará con la oferta de aborto mientras exista demanda, ni Biden acabará con la pobreza mientras en la sociedad no haya el justo aprecio por la dignidad del otro. Decía el Papa Benedicto XVI a los pies de la montaña de Cristo Rey en México que el reinado de Cristo “no consiste en el poder de sus ejércitos para someter a los demás por la fuerza o la violencia. Se funda en un poder más grande que gana los corazones: el amor de Dios que él ha traído al mundo con su sacrificio y la verdad de la que ha dado testimonio. Éste es su señorío, que nadie le podrá quitar ni nadie debe olvidar”[3].

El virus de la ideologización polarizante es más preocupante que el resultado de la próxima elección porque ha infectado a la sociedad y a la Iglesia más gravemente que el COVID-19. El que ha desatado esa pandemia no ha sido mencionado aquí, pero a final de cuentas para gobernar la historia Dios se sirve mucho más de los santos que de los votos. El COVID-19 está sacudiendo conciencias y suscitando expresiones de solidaridad por todas partes y la esperanza está “puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra. La buena política une al amor la esperanza, la confianza en las reservas de bien que hay en el corazón del pueblo, a pesar de todo”[4]. ¡Viva Cristo Rey de la paz en mi corazón, en mi casa, en mi patria y en todo el mundo!

[1] Ratzinger, Joseph, Card. Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, 24 de noviembre de 2002.

[2] Papa Francisco, Fratelli Tutti, 159.

[3] Homilía, 25 de marzo de 2012.

[4] Papa Francisco, Op. Cit., 196.