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El Derecho a la previsión social

por | Derechos Humanos

Con el fin de adentrarnos en este derecho que supone el contribuir a mantener la vida, debemos considerar ante todo ¿Qué significa ser anciano?: Así como la infancia y la juventud son el periodo en el cual el ser humano está en formación, vive proyectado hacia el futuro y, tomando conciencia de sus capacidades, hilvana proyectos para la edad adulta. También la vejez tiene sus ventajas porque -como observa San Jerónimo-, atenuando el ímpetu de las pasiones, » acrecienta la sabiduría, da consejos más maduros «. En cierto sentido, es la época privilegiada de aquella sabiduría que generalmente es fruto de la experiencia, porque «el tiempo es un gran maestro». Es bien conocida la oración del Salmista: «Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato» (Sal 90 [89], 12).

 Hoy, gracias a los progresos de la medicina y a la mejora de las condiciones sociales y económicas, en muchas regiones del mundo la vida se ha alargado notablemente.

Sin embargo, sigue siendo verdad que los años pasan aprisa; el don de la vida, a pesar de la fatiga y el dolor, es demasiado bello y precioso para que nos cansemos de él.

Resulta espontáneo recorrer de nuevo el pasado para intentar hacer una especie de balance. Esta mirada retrospectiva permite una valoración más serena y objetiva de las personas que hemos encontrado y de las situaciones vividas a lo largo del camino. El paso del tiempo difumina los rasgos de los acontecimientos y suaviza sus aspectos dolorosos… Por todo ello es imprescindible que el anciano ocupe un lugar notable en el hogar y en la sociedad, él sigue siendo un protagonista privilegiado del hoy que le toca vivir, con la experiencia del ayer vivido y la capacidad de iluminar el futuro de todos. Por eso sus derechos deben ser especialmente reconocidos y satisfechos por quienes tienen la responsabilidad de hacerlo en la sociedad. Nos decía S. S. Juan Pablo II:

«Además del salario, aquí entran en juego algunas otras prestaciones sociales que tienen por finalidad la de asegurar la vida y la salud de los trabajadores y de su familia… se trata del derecho a la pensión, al seguro de vejez… En el ámbito de estos derechos principales, se desarrolla todo un sistema de derechos particulares que, junto con la remuneración por el trabajo, deciden el correcto planteamiento de las relaciones entre el trabajador y el empresario.» [1]

 

Salud pública y prevención

 Dentro de sus derechos, uno de los esenciales es, contar con una atención sanitaria que le permita prevenir y curar aquellas dolencias y males, que son más propios de su edad. Dada su condición de vida, se pueden agravar con la falta de vivienda digna, de higiene o alimentación precaria, que los hace más vulnerables a las epidemias, o cambios climáticos que favorecen la descompensación del organismo. Ante estas necesidades el Estado tiene el deber de poder satisfacerlas, con una atención adecuada en los Hospitales Públicos, como asimismo generando un marco regulatorio de la Medicina Privada, que impida el abandono y la no prestación de servicios a las personas de edad avanzada.

 

La jubilación digna

 Uno de los derechos primarios de quienes han transcurrido su vida en el trabajo digno, sirviendo al bien común, es acceder al beneficio jubilatorio que le permita no sólo su subsistencia, sino también poder gozar del merecido descanso y ocio contemplativo.

Diferentes concepciones ideológicas han fluctuado entre un Estado Benefactor, que totalitariamente se encarga del otorgamiento de las pensiones y jubilaciones, generalmente corrompiéndose en el manejo indiscriminado de las ‘Cajas de Jubilación’ con finalidades electorales u otras, pero en definitiva despojando a los ancianos de sus haberes dignos. Y la concepción liberal absoluta que deja el ‘mercado de jubilaciones y pensiones’ librado exclusivamente a la iniciativa privada, provocando una gran inequidad, con aquellos que por diferentes razones no han gozado de un trabajo digno a lo largo de su vida.

Es por ello que la Doctrina Social ha postulado siempre la necesidad de un sistema mixto, que conjugue la tarea del Estado, con la iniciativa privada, con una marco jurídico tal que favorezca que cada trabajador que comienza su etapa de pasividad, goce de lo le es debido en virtud del derecho natural, y que la sociedad toda contribuya al reconocimiento a aquel que ha contribuido al crecimiento de la misma.

 

La ancianidad, manantial de experiencia

 Uno de los elementos que caracteriza al hombre prudente, es la experiencia y la docilidad a aceptar los sabios consejos, de aquellos que iluminan nuestro caminar.

El anciano es un manantial de experiencia, por ello es la ‘figura’ del hombre prudente, en torno al cual, en la antigüedad griega o romana se reunían para escuchar sus consejos.

Hoy debemos procurar con insistencia reconocer en el anciano, la vida transcurrida, con sus logros y sus caídas… darles un lugar privilegiado en el hogar, donde hijos y nietos, aprendan de su saber… donde él pueda, con sus cariños y afecto ‘malcriar’ a los más pequeños, con la seguridad de hacerlos crecer por la senda del Bien. Sabiendo que de la misma manera que los tratemos y atendamos, seremos nosotros tratados y atendidos por nuestros hijos.

Por ellos nos alentaba San Juan Pablo II, en su Carta a los ancianos: «son loables todas aquellas iniciativas sociales que permiten a los ancianos, ya el seguir cultivándose física, intelectualmente o en la vida de relación, ya el ser útiles, poniendo a disposición de los otros el propio tiempo, las propias capacidades y la propia experiencia. De este modo, se conserva y aumenta el gusto de la vida, don fundamental de Dios. Por otra parte, este gusto por la vida no contrarresta el deseo de eternidad, que madura en cuantos tienen una experiencia espiritual profunda, como bien nos enseña la vida de los Santos.»

[1] Juan Pablo II – » Laborem Exercens, nº 19

 

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