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Lecciones de la Primavera de Praga, 1968

por | Derechos Humanos, Internacional, Política

En 2018 se cumplieron 50 años de uno de los episodios más tristes de la historia reciente: la brutal represión de la llamada “Primavera de Praga” por parte del régimen comunista de la Unión Soviética. Represión que marcó un antes y un después en la concepción que sobre el comunismo había en el mundo de entonces.

1968 fue un año de enormes convulsiones en Occidente. En Vietnam se enfrentaban a muerte las dos cosmovisiones subyacentes a la guerra fría. Los jóvenes salían a las calles pidiendo inclusión, participación, oportunidades, libertad. Así ocurrió en Paris, Berkeley, Milán y Ciudad de México. Enorme conmoción causaron los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy.

Checoslovaquia estaba entonces bajo la órbita soviética. Padecía un duro régimen comunista que había ocasionado mucho descontento en gran parte de la población. A inicios de ese año 1968, Alexander Dubcek, gobernante en turno, comenzó un proceso de apertura política a fin de humanizar el rostro del socialismo. Durante las siguientes semanas se permitió una inédita libertad de prensa, una mayor participación de las personas en la vida pública y una cierta apertura a la inversión privada en la economía. Sin romper con el bloque comunista oriental, sí se hablaba de reformas que pudieran conducir a elecciones libres y democráticas en un mediano plazo. Esos meses fueron conocidos como “la Primavera de Praga” porque la gente comenzó a manifestarse y expresar con libertad que quería transitar hacia un régimen verdaderamente democrático. Escritores como Václav Havel se convirtieron rápidamente en líderes de opinión. Un sistema totalitario que parecía estable estaba a punto de transformarse.

Pero esta situación no duraría mucho: la “Primavera de Praga” era vista con desconfianza en Moscú y sus socios del Pacto de Varsovia, quienes creían, con razón, que una eventual democratización de Checoslovaquia supondría que en el resto de países comunistas habría un anhelo semejante por parte de sus habitantes. Esto, por supuesto, era inadmisible para los soviéticos.

En la madrugada del 20 al 21 de agosto de 1968, 200 mil soldados y 2,300 tanques de la URSS y de sus países satélites invadieron y ocuparon Checoslovaquia. Miles de personas salieron a las calles para protestar y resistir cívica y pacíficamente, pero su voz fue silenciada por las armas. El comunismo de los tanques se impuso sobre el socialismo de rostro humano preconizado por Dubcek, ocasionando centenares de muertos y heridos y miles de detenidos. Así terminó un experimento democrático y humanista hasta entonces inédito en el mundo comunista.

Aún tardarían dos décadas más en caer los regímenes totalitarios de Europa del Este, cuando coincidieron una pléyade de líderes mundiales humanistas y libertarios como Juan Pablo II, Helmut Kohl, Ronald Reagan, Lech Walesa o el mencionado Václav Havel.

Llama la atención la indulgencia que hoy existe en el mundo occidental hacia la memoria del comunismo. Existen partidos y políticos que abiertamente se definen así, no se ocultan sus símbolos, hay intelectuales que sin rubor se adhieren a esa corriente de pensamiento, algunos jóvenes lo siguen apreciando como una utopía romántica, y los medios de comunicación no tienen problema en presentarlo como una alternativa política más.

Es increíble, por ejemplo, la manera como se han pretendido blanquear las atrocidades cometidas por el Frente Popular durante la guerra civil española, al grado que hoy se presenta a quienes fueron sus principales dirigentes como luchadores por la democracia y la República, cuando en realidad fueron ellos quienes con sus acciones violentas y revolucionarias llevaron al fracaso a aquel régimen y además llevaron a cabo una de las persecuciones religiosas más bárbaras de todos los tiempos, la cual incluyó el asesinato de trece obispos y casi 8 mil sacerdotes, frailes, monjas y seminaristas.

Y esta indulgencia hacia el comunismo existe a pesar de que está plenamente acreditado que las dictaduras comunistas impidieron las más elementales libertades públicas, quebraron las economías, mantuvieron campos de exterminio y causaron la muerte de alrededor de 100 millones de personas en todo el mundo durante el siglo XX, y que hoy siguen causando estragos en países como Cuba, Corea del Norte, Laos, China, Vietnam, Venezuela o Nicaragua.

Así como hoy el nazismo produce, con razón y justicia, asco y condena, el comunismo debe ser señalado como lo que fue: una ideología criminal y que de manera sistemática ha violado los derechos humanos en todos aquellos países en donde ha sido implantado. El medio siglo de la primavera de Praga es una buena oportunidad para insistir en ello, y también para rendir homenaje a todos aquellos que sin odio y de manera pacífica lucharon por construir caminos de libertad.

(Imagen: ALDOR46, CC BY-SA 3.0 <https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0>, via Wikimedia Commons)

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