La pérdida de la conciencia

E
l extravío filosófico y jurídico de la posmodernidad es la derivación de un proceso gradual, desapercibido por la mayoría, pero que se ha posesionado del mundo occidental, olvidando o rechazando los principios y valores que le fueron propios como consecuencia de un proceso de encuentros y reflexiones que arrancan desde la Grecia Clásica, pasando por Roma, enriquecidos por los principios judeocristianos que tuvieron como fruto la denominada civilización occidental cristiana, hoy menospreciada y casi en extinción.
Uno de los elementos fundamentales en este proceso, es el fenómeno del relativismo, cuya gravedad radica en la negación de la posibilidad del conocimiento de la verdad, con lo cual se ofende a la razón, pues se le niega su fin propio, y se condena a los hombres a vivir a la deriva. Y aunque es un hecho que tiene presencia desde antiguo, nunca como en estos tiempos se había convertido en un fenómeno social tan extendido que afecta, ya, las realidades en el Estado.
El relativismo ha sido refutado mil veces a lo largo de la historia, pero los relativistas afirman con certeza y contundencia, convencidos de una verdad irrebatible, que no se puede conocer la verdad, contradiciéndose con tan contundente afirmación.
Pero son tan ciegos, o testarudos, que no quieren ver. Una consecuencia práctica de lo mismo, es el subjetivismo que lleva a cada cual a parapetarse en “su” verdad como escudo y justificación para hacer lo que le plazca.
Relativismo y subjetivismo han deformado, por ejemplo, el concepto de los derechos humanos, pues como se niega la esencia de la naturaleza humana, éstos se manipulan, se niegan o se inventan a capricho. Sin embargo, a pesar de ser visiones particulares, se busca imponerlos a los demás, incluso si con ello niegan otros derechos fundamentales. Finalmente, la última consecuencia de esto es la confusión, olvido o negación de la existencia del bien y del mal.
Pero esto que ha pasado en muchos a nivel personal, ahora se está institucionalizando a nivel social. Frente al avance de la cultura de la muerte en sus diversas expresiones, hoy no sólo los legisladores aprueban leyes aberrantes, sino que los Tribunales y Cortes de Justicia en diversas naciones, están acosando a las personas y a los profesionales para que no se opongan a las disposiciones de un nuevo totalitarismo que dizque en defensa de derechos humanos o individuales, niega los derechos fundamentales hasta el extremos de negar el derecho a la objeción de conciencia, que para muchos es hoy el último reducto de defensa de la persona, sus derechos y la consecuencia de los mismos.
¿Qué es la conciencia?
Es un conocimiento, una luz, que se enfoca sobre los actos humanos indicando su bondad o su maldad. Ella ayuda a orientar el obrar y cataliza el pensamiento para orientar la acción, dando luz a las decisiones y motivaciones de cada resolución. La conciencia es un elemento fundamental en el uso de la libertad, capaz de frenar impulsos e instintos que no sean propios del hombre.
El hombre tiene conciencia de sí mismo, de su existencia y de su actuar y ello lo distingue de los otros seres que hay en la naturaleza. Al mismo tiempo, aunque lo niegue, hace un juicio moral de los actos que realiza o pretende realizar. En razón del mismo, quien conoce ese juicio que realiza con su entendimiento le marca la pauta ética de la acción e invita a obrar rectamente y se convierte en una regla subjetiva que debe acatar.
El Concilio Vaticano II enseña en la Gaduium et spes, que “En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad. No rara vez, sin embargo, ocurre que yerra la conciencia por ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado.”
Existe, entonces, la posibilidad de equivocación en el juicio respecto de la verdad objetiva, por lo que es necesario formar la conciencia y auxiliarse, si es necesario, para ello.
Pero resulta claro que quien no cree en la verdad y la moralidad de los actos, no pensará, siquiera, en la trascendencia de consultar su conciencia para normar sus actos.
Y, más aún, si se rechaza a Dios como autor del orden del universo, quien ha sembrado en lo profundo de nuestro ser principios de ley y derecho natural que orientan a la conciencia, bien puede aplicarse aquella idea de que si Dios no existe, todo está permitido, como expresa Dostoievsky en Los Hermanos Karamazov.
La Objeción de Conciencia
Es tal la importancia de la conciencia para el ser humano, que en ella se funda la dignidad humana, puesto que ella impulsa a la perfección del hombre en cuanto hombre, según expresara San Juan Pablo II en su obra Signo de Contradicción. “En la obediencia del hombre a su conciencia se encuentra la clave de la grandeza moral del hombre y la base de su ‘realeza’, de ese dominio que es también -en sentido ético- autodominio”.
La conciencia, entonces, exige ser respetada cuando es recta y su ejercicio no implica ningún daño para otros, pues si lo hubiera significaría que es una conciencia errónea. De ahí la importancia de afirmar la verdad objetiva para fundar los juicios morales del actuar, y una vez realizada la deliberación correspondiente, comprometerse con la sentencia emitida por ella y resistir frente a cualquier intromisión en la intimidad de la persona y en su actuar.
Esto es algo conocido desde antiguo, ya Sófocles en su tragedia Antígona muestra cómo la fuerza de la conciencia impulsa a actuar y a enfrentar, incluso, a la autoridad y sus leyes injustas, aún a costa de la vida, no digamos de la libertad o de algunos bienes materiales.
El fundamento natural de la objeción de conciencia se encuentra en la libertad de pensamiento y la libertad religiosa, ambos derechos humanos anteriores al Estado y ya consagrados y reconocidos en declaraciones y tratados internacionales de derechos humanos.
Por ello resulta ofensiva y totalitaria la tendencia actual de algunos estados de pretender impedir el ejercicio de la objeción de conciencia de padres, familiares y profesionales de la salud cuando se pretende actuar en contra de la vida o de la dignidad de las personas, ya sea mediante el aborto, la eutanasia o la imposición de ideologías o la realización de acciones en contra de las personas, como es el caso del cambio de sexo en menores de edad.
Los objetores de conciencia hacen uso de su libertad, movidos por convicciones profundas que tiene derecho a salvaguardar. Cualquier coacción, aunque tenga forma de ley, es una violación de lo más profundo del hombre y, por lo tanto, pasa sobre su dignidad.
No se trata de un acto irracional, por indisciplina arbitraria. Por el contrario, se busca la defensa de la justicia en el bien obrar y en el derecho a rechazar la realización del mal. Cuando se manifiesta esta situación, el afectado no sólo tiene derecho a resistir, también es su deber.
Ciertamente que, aunque por la sola luz de la razón el hombre es capaz de conocer lo bueno y lo malo, quienes creen en Dios encuentran fuerza y fundamento para actuar rectamente, independientemente de la religión que profesen. Se conjuntan para ello, el conocimiento de la verdad mediante la razón y mediante los principios religiosos.
No son pocos los que a través de la historia han resistido a la arbitrariedad del poder a costa de la libertad o la vida. A unos los llaman héroes a otros mártires.
Un criterio de legitimidad
Recurrir a la objeción de conciencia no puede ser un simple capricho a propósito de cualquier pretexto con la pretensión de eludir con un mandato de la autoridad o de la ley. Como ya se indicó, no se puede recurrir a ella a costa de provocar un daño a terceros.
Tampoco se puede imponer la propia decisión a otros, ya que se trata de un asunto personal y no de grupo, en este caso debe prevalecer la libertad de conciencia. Como se trata de un juicio moral también requiere de la valoración concreta, dejando a salvo el principio de autoridad, por tanto, se debe actuar con cautela, sin considerar que un juicio particular es inapelable, pues el error puede ser propio y no de quien manda la acción que se objeta. Por ello es conveniente consultar con quien más sabe y tiene autoridad de la materia.
Pero hay aspectos en los que cuando la acción se orienta, precisamente, a provocar un daño a tercero, ya sea activa o pasivamente, la objeción salta a la vista, pues se trata de violentar un derecho humano que debe ser respetado. Tal es el caso del aborto, la eutanasia, el suicidio asistido, la tortura.
Para los católicos, hay que recordar que la Iglesia siempre se ha opuesto a estas medidas. El Concilio Vaticano II calificó al aborto procurado como un crimen abominable y, por lo tanto, un pecado grave que se sanciona con excomunión ipso facto.
Esta doctrina ha sido reiterada por los Papas recientes. Anteriormente el perdón de esta falta quedaba reservada al Papa, los obispos o los sacerdotes a quienes éstos delegaran esta facultad. Sin embargo, a partir del Año de la Misericordia, el Papa Francisco ha autorizado a todos los sacerdotes la absolución de quien en esto incurre, previo análisis del caso. Esta doctrina ha sido reiterada.
Por otra parte, ante la inclusión del aborto como una acción autorizada en diversas legislaciones o interpretada como los jueces como un derecho, la Iglesia ha señalado la obligación de los católicos a resistirse a las presiones que pretenden obligar en la participación del aborto o la eutanasia. Tema especialmente delicado para el personal de los sistemas de Salud.
El Papa Juan Pablo II, en la encíclica Evangelium vitae, señala la “grave y clara obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia. […] En el caso de una intrínseca una ley injusta, como una ley que permite el aborto o la eutanasia, nunca es lícito obedecerla, ni participar en una campaña de propaganda a favor de dicha ley o votarla” (n. 73). Los cristianos tienen la “grave obligación de conciencia de no cooperar formalmente en prácticas que, incluso si lo permite la legislación civil, son contrarias a la ley de Dios. De hecho, desde el punto de vista moral, nunca es lícito cooperar formalmente en el mal. […] Esta cooperación nunca puede justificarse ni invocando el respeto a la libertad de los demás ni apelando al hecho de que el derecho civil lo permite o exige” (n. 74).
Otro tanto ha hecho recientemente el Papa Francisco dirigiéndose a un congreso de farmacéuticos, donde expresó: ”En algunos casos la objeción de conciencia, que no es deslealtad, sino por el contrario fidelidad a su profesión, si está válidamente motivada. Hoy está de moda pensar que tal vez sería una buena idea abolir la objeción de conciencia. Pero esta es la intimidad ética de todo profesional de la salud, y esto nunca debe negociarse; es la responsabilidad última de los profesionales de la salud. También significa denunciar las injusticias cometidas contra la vida inocente e indefensa. Es un tema muy delicado, que requiere tanto una gran competencia como una gran rectitud”.
La puntualización de esto ha sido necesaria ante la tendencia en varios países de negar a médicos y enfermeros el ejercicio de la objeción de conciencia. Se ha llegado al extremo de encarcelar a quienes se niegan a practicar abortos o eutanasias en coherencia con su conciencia y la naturaleza de una profesión que está al servicio de la vida.