Fraternidad sin ideología

El pasado 3 de octubre el Papa Francisco publicó su nueva encíclica o carta dirigida a todos los hombres de buena voluntad. “Fratelli Tutti”, Todos Hermanos, es el título de esta carta, tomado de una expresión de San Francisco de Asís, que da el tono a todo el documento, esta tercera encíclica se inscribe en la tradición de las encíclicas sociales de los últimos papas.
Las encíclicas sociales siempre han desatado polémica pues los temas que abordan no pueden dejar de afectar intereses, ya sean ideológicos, políticos o económicos, y no puede ser de otra manera. Además siempre serán suceptibles de ser manipuladas por todos para llevar agua a su molino o recargar las tintas contra sus oponentes.
Esta encíclica está dirigida a todos los hombres de buena voluntad, incluyendo desde luego a los católicos. Por lo tanto se expresa en el lenguaje y los puntos de partida que la Iglesia comparte con la humanidad.
La pedagogía divina y la actitud pastoral se adapta muchas veces a las condiciones del destinatario, es decir, a lo que él está en condiciones de recibir, siempre llevándolo un poco más allá, sin negar ni traicionar el mensaje completo. Otras, el anuncio va más allá y es un radical llamado a la fe.
Esta encíclica más que una exposición sistemática de doctrina, es un trabajo de hospital de campaña, se dirige a un mundo oscurecido por negros nubarrones que es brevemente descrito en el primer capítulo.
El segundo capítulo es una fuerte y sugerente aplicación de la Parábola del “Buen Samaritano”, que contiene el argumento y la inspiración central de los capítulos posteriores de la encíclica, que tiene siete. Dos términos tejen el entramado de la encíclica: fraternidad y amistad cívica, en el fondo es el tema del amor. El amor siempre es amor entre hermanos y el mensaje de la encíclica es que todos somos hermanos más allá de las diferencias de raza, nación, condición social, ideología, cultura, religión, fronteras, estados, etc., etc.
Más allá de origen y destino común, que se afirman, el problema es que nos reconozcamos y tratemos como hermanos responsables los unos de los otros. Y sobre todo que no nos desentendamos del hermano necesitado, herido, enfermo, despreciado…, descartado. El origen de esta Carta no es la pandemia, pero el Papa Francisco aprovecha la ocasión para hacernos ver que la pandemia ha puesto en evidencia el aislamiento, la indiferencia, el individualismo egoísta en que ya vivíamos. Todavía más, la grave injusticia en que se encuentran la mayoría de nuestros hermanos que viven no sólo en la pobreza sino en la miseria producto de la exclusión de los beneficios de la vida social y del progreso. Y desde luego, toca el tema de las injusticias de sistemas económicos, políticos e ideológicos que generan desigualdad económica, de poder, cultura, de condiciones de vida, desde la opulencia hasta la indigencia conforme al modelo del Rico Epulón y el pobre Lázaro, que se ha vuelto sistema.
Resalta el tema de la centralidad de la persona humana y su dignidad, es decir, su valor eminente. La dimensión relacional de la persona cuya realización está en la donación de sí y en la comunión de personas, hasta la comunión con Dios. El dinamismo de la persona en relación, formando comunidades y comunidades de comunidades desde la familia, hasta la dimensión del planeta, cuyo bien común ha de ser la norma de su vida y desarrollo. Siempre en equilibrio subsidiario y solidario, etc.
El motor de este dinamismo ha de ser el amor, analizado y ejemplificado de manera simple pero no trivial a lo largo de la encíclica. Amor fraternal, amor cívico, amor político, no como mero sentimiento emotivo, sino como caridad verdadera.
Los que se burlan del llamado a la ternura, especialmente con los más vulnerables, se burlan no del Papa, sino de los sentimientos de Cristo a los que nos exhorta San Pablo.
Lugar especial tiene el tema del pueblo, término manoseado hasta la saciedad por toda clase de “ismos” como los liberalismos, populismos, totalitarismos, tecnocratismos, autoritarismos, etc. De alguna manera este término y realidad, son como “exorcizados” a la luz de la realidad profunda de Pueblo de Dios.
El llamado al diálogo, al encuentro, a superar los conflictos respetando y asumiendo la parte de verdad de los oponentes en un nivel superior. El rechazo de la homogeneidad niveladora en todos los niveles, pero la búsqueda de la unidad en la armonía y tensión de facetas distintas de la verdad y el bien, que sin embargo no se resuelve en relativismo ecléctico, sino en su ordenación a un bien superior que los pule e integra, el bien común. Síntesis de verdad y libertad en el amor; de justicia y misericordia; de deberes y derechos, de lo global y lo local; de la cultura y las culturas; etc.
La lectura y reflexión de esta Encíclica social es obligada para todos los que piensan y se apuestan responsablemente en la situación actual de crisis agudizada por la pandemia, y en especial por el “después de la pandemia”, que no puede ser una vuelta a lo mismo.
Finalmente, en varios momentos del documento emerge la respuesta definitiva ya no sólo a la consideración común de nuestra hermandad como creaturas, sino todos como hermanos porque somos hijos en Cristo de un mismo Padre, esa es, nos dice, la vocación a que estamos llamados.