El Fundamento de los Derechos Humanos

Desde las últimas décadas del siglo XX y hasta el presente se profundizó la conciencia de la humanidad en torno al respeto de los derechos humanos; sobre todo en una sociedad sensibilizada después de las sucesivas guerras del siglo XX y de los regímenes totalitarios que se caracterizaron por el desprecio por la vida.
Sin embargo, en los últimos tiempos se acentúa una desnaturalización de los derechos humanos, haciéndoles perder su esencia y fundamento en orden a la conveniencia de ideologías que incluyen como ‘derechos’ aquellos actos que no lo son, como el aborto, la manipulación genética, la eutanasia, las uniones de personas del mismo sexo, etc.
Por ello hemos de reafirmar que la raíz de los derechos del hombre se debe buscar en la dignidad que pertenece a todo ser humano. Esta dignidad, connatural a la vida humana e igual en toda persona, se descubre y se comprende, ante todo, con la razón.
El fundamento natural de los derechos aparece aún más sólido si, a la luz de la fe, se considera que la dignidad humana, después de haber sido otorgada por Dios y herida profundamente por el pecado, fue asumida y redimida por Jesucristo mediante su encarnación, muerte y resurrección. (Compendio de Doctrina Social)
La fuente última de los derechos humanos no se encuentra en la mera voluntad de los seres humanos, o en la realidad del Estado o en los poderes públicos o en asambleas legislativas, sino en el hombre mismo.
Estos derechos son universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto. Si se legislaran supuestos derechos inexistentes como el aborto, esa ley es claramente ilegítima y nos asiste el derecho a la resistencia y a la objeción de conciencia.
Son Derechos Universales, porque están presentes en todos los seres humanos, sin excepción alguna de tiempo, de lugar o de sujeto. Inviolables, en cuanto inherentes a la persona humana y a su dignidad y porque sería vano proclamar los derechos, si al mismo tiempo no se realizase todo esfuerzo para que sea debidamente asegurado su respeto por parte de todos, en todas partes y con referencia a quien sea.
Inalienables, porque nadie puede privar legítimamente de estos derechos a uno sólo de sus semejantes, sea quien sea, porque sería ir contra su propia naturaleza.
Los derechos del hombre exigen ser tutelados no sólo singularmente, sino en su conjunto: una protección parcial de ellos equivaldría a una especie de falta de reconocimiento. Estos derechos corresponden a las exigencias de la dignidad humana y comportan, en primer lugar, la satisfacción de las necesidades esenciales —materiales y espirituales— de la persona. Tales derechos se refieren a todas las fases de la vida y en cualquier contexto político, social económico o cultural. Son un conjunto unitario, orientado decididamente a la promoción de cada uno de los aspectos del bien de la persona y de la sociedad.
La promoción integral de todas las categorías de los derechos humanos es la verdadera garantía del pleno respeto por cada uno de los derechos.
La especificación de los derechos esenciales: en esta enumeración nos orientamos a considerar a la persona humana como una integralidad, en su cuerpo y su espíritu.
El derecho a la vida, desde su concepción hasta su conclusión natural, del que forma parte integrante el derecho del hijo a crecer bajo el corazón de la madre después de haber sido concebido; el derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral, favorable al desarrollo de la propia personalidad. Este derecho condiciona el ejercicio de cualquier otro derecho y comporta, en particular, la ilicitud de toda forma de aborto provocado y de eutanasia.
El derecho a madurar la propia inteligencia y la propia libertad a través de la búsqueda y el conocimiento de la verdad, garantizando la libertad de educación y el derecho de los padres como primeros educadores a elegir la escuela adecuada para sus hijos, sea de gestión pública o privada.
El derecho a participar en el trabajo para valorar los bienes de la tierra y recabar del mismo el sustento propio y de los seres queridos, que se ha de reflejar en un salario justo, el descanso semanal y anual necesario para el bien ser y el bien estar de la persona. Asimismo abarca también el derecho a la libre empresa, factor de desarrollo y crecimiento social.
El derecho a fundar libremente una familia, a acoger y educar a los hijos, haciendo uso responsable de la propia sexualidad. El derecho a acceder a los bienes necesarios para el sostenimiento de la familia: la propiedad privada.
Derechos a la libertad religiosa, entendida como derecho a vivir en la verdad de la propia fe y en conformidad con la dignidad trascendente de la propia persona. Todos los hombres deben estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y ello de tal manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos.
Derechos y deberes
Inseparablemente unido al tema de los derechos se encuentra el relativo a los deberes del hombre, hay una recíproca complementariedad entre derechos y deberes, indisolublemente unidos, en primer lugar en la persona humana que es su sujeto titular.
Este vínculo presenta también una dimensión social: En la sociedad humana, a un determinado derecho natural de cada hombre corresponde en los demás el deber de reconocerlo y respetarlo. Es una contradicción la afirmación de los derechos que no prevea una correlativa responsabilidad.
Hoy asistimos al engaño organizado de hacernos pensar que existen derechos sin obligaciones, o simplemente derechos que no son tales, porque van intrínsecamente contra la propia naturaleza humana; el hombre se vuelve a arrogar el derecho de legislar contra la dignidad de la propia persona, por ello asistimos a la degradación de la sociedad, a la violencia generalizada e institucionalizada, y a la noticia cotidiana de quitar la vida sin ningún reparo.
Cuando la sociedad se aparta de su fundamento y del respeto a la dignidad humana, se vuelve contra sí misma cayendo en un estado de desintegración, de todos contra todos, del sálvese quien pueda, perdiendo toda solidaridad y cohesión social.
Sólo regresando en nuestras leyes al origen de nuestra dignidad podremos recuperar la plena vigencia de los Derechos Humanos.