DOCUMENTO DE TRABAJO PARA EL CONGRESO DE HUMANIDADES
“PENSAMIENTO PARA EL BIEN COMÚN”
Siguiendo los pasos de San Juan Pablo II en su encíclica Dives in misericordia, ante el peligro que amenaza al hombre y a todo lo humano en estos tiempos, el Papa Francisco convocó a un Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Durante todo el año (2016), la Iglesia ha buscado difundir y vivir en todos los ámbitos este Año Santo para recordar a todos los hombres que el Amor de Dios por la humanidad no cesa aun cuando los hombres nos apartemos de él, pues el amor que nos tiene supera cualquier falta e infidelidad, y está pronto a perdonar, pues quiere que todos los hombres se salven.
El Amor de Dios que nos acoge y nos perdona, debe ser vivido intensamente por la Iglesia y manifestarse en obras, para que así se muestre a todos los hombres a Jesús, que es el rostro de la misericordia del Padre. Ella es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación, nos recuerda el Papa Francisco.
En su Encíclica, San Juan Pablo explicaba que la misericordia de Dios no se manifiesta sólo a las personas, sino también a los pueblos. Así fue como acompañó, protegió y guió al pueblo judío. Como Padre amoroso, Dios acompaña y protege a sus hijos en lo individual y como pueblo. Lo hace porque somos sus hijos, filiación que fundamenta nuestra dignidad como personas. Y las personas, sabemos, somos los sujetos realizadores y el objeto beneficiado por el bien común, fin éste de la política.
Si estamos llamados a vivir en el Amor y ser misericordiosos como el Padre es misericordioso, nuestras obras deben tener el mismo origen: el amor a nuestros semejantes. El amor, dice el Papa Francisco citando a Pablo VI y Benedicto XVI, “es también social y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor, El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a <<las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas>>. Por eso la Iglesia propuso al mundo el ideal de una <<civilización del amor>>.”[1] Una vez se reitera que la norma suprema de nuestra acción debe ser el amor, un amor entrañable por el otro, que no otra cosa es la misericordia.
Así, pues, también el campo de las relaciones sociales, de la economía y de la política es el de la misericordia.
El materialismo actual ha dado primacía a las cosas sobre las personas, y el individualismo facilita que unos pocos impongan su poder sobre otros, sobre los ambientes y la sociedad. El temor de una opresión que lo prive de su libertad interior, de la posibilidad de manifestar exteriormente la verdad de la que está convencido, de la fe que profesa, de la facultad de obedecer a la voz de la conciencia que le indica la recta vía a seguir,[2] se incrementa en el mundo por la imposición de lo “políticamente correcto”, como podemos observar, ya, en donde se atacan las fuentes de la vida, el matrimonio y la familia. Se incrementan las posibilidades de realización del escenario sobre el que advertía San Juan Pablo II: “la posibilidad de una subyugación <<pacífica>> de los individuos, de los ambientes de vida, de sociedades enteras y de naciones.”[3] No sólo se afecta la vida, sino la esencia de la dignidad de la persona, como son el derecho a la verdad y la libertad.
Un ámbito particularmente amenazado es el del matrimonio que da origen a la familia. Esta célula básica de la sociedad, constituida a partir del amor incondicional de sus integrantes, de la cual la misericordia y el perdón son fruto[4]. Pero es un amor fecundo que enriquece y perfecciona a sus miembros, pero que siempre debe estar abierta hacia los otros para manifestar, por ejemplo, “la solidaridad con los pobres, la apertura a la diversidad de las personas, la custodia de la creación, la solidaridad moral y material hacia las otras familias, sobre todo hacia las más necesitadas, el compromiso con la promoción del bien común, incluso mediante la transformación de las estructuras sociales injustas, a partir del territorio en el cual la familia vive, practicando las obras de misericordia corporal y espiritual »[5]. Así la familia es punto de partida de la misericordia en el ámbito social.
Dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, dar techo al desamparado, son obras de misericordia sobre las que seremos juzgados. Atender estas obras de manera individual es virtuoso y meritorio, pero cuando no se resuelven las causas de fondo, resulta temporal. Ante el drama de la pobreza, la Iglesia ha planteado el camino de la economía solidaria, la creación de empleos con salarios justos. Lo hicieron Paulo VI, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y lo hace ahora el Papa Francisco. Recientemente, ante el Congreso de los Estados Unidos el Papa dijo: “¡Cuánto se ha progresado, en este sentido, en tantas partes del mundo! ¡Cuánto se viene trabajando en estos primeros años del tercer milenio para sacar a las personas de la extrema pobreza! Sé que comparten mi convicción de que todavía se debe hacer mucho más y que, en momentos de crisis y de dificultad económica, no se puede perder el espíritu de solidaridad internacional”. Hay, sin embargo, mucho camino por andar para que ésta sea realidad. Las grandes desigualdades entre quienes lo tienen todo y quienes carecen de todo, tienen su raíz en “un mecanismo defectuoso (que) está en a base de la economía contemporánea y de la civilización materialista, que no permite a la familia alejarse, yo diría, de situaciones tan radicalmente injustas”.[6]
De la mano de la pobreza material es la pobreza cultural. El Papa Juan Pablo insistía en la existencia de nuevas formas de pobreza: “especialmente en la sociedad moderna, se hallan muchas formas de pobreza no sólo económica, sino también cultural”[7]. Al ser juzgados por el Señor, dice el Papa Francisco, “se nos preguntará… si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza”.[8]
Se educa para conocer la verdad y se corrige al errado. La misericordia no excluye, sino que demanda, ayudar a superar la duda, “que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad, dice el Papa Francisco[9]. La misericordia no excluye la condena del error, “porque lo exige no menos la caridad que la verdad”.[10] El sano pluralismo no implica ni relativismo ni silencio ante el error. Eso sí, con y por amor al errado y a quienes pueden extraviarse en el camino.
El mundo moderno está plagado de injusticias, entre otros medios, mediante la corrupción, que se expande en complicidades y tarde o temprano destruye la existencia, o una falsa concepción del restablecimiento de la justicia, que, dice el Papa San Juan Pablo II, “tal vez se aniquila al prójimo, se le mata, se le priva de la libertad, se le despoja de los elementales derechos humanos. La experiencia del pasado y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma, si no se le permite a esa forma más profunda que es el amor plasmar la vida humana en sus diversas dimensiones. Ha sido ni más ni menos la experiencia histórica la que entre otras cosas ha llevado a formular esta aserción: summum ius, summa iniuria. Tal afirmación no disminuye el valor de la justicia ni atenúa el significado del orden instaurado sobre ella; indica solamente, en otro aspecto, la necesidad de recurrir a las fuerzas del espíritu, más profundas aún, que condicionan el orden mismo de la justicia.”[11] Por otra parte, como fruto del positivismo jurídico se identifica a la ley con la justicia y aparecen leyes injustas que se pretenden aplicar, sin respeto a la objeción de conciencia. Y respecto a la concepción moderna del Estado de Derecho y la separación de poderes, nos encontramos con una invasión del Poder Judicial “interpretando” la ley de manera arbitraria o legislando a partir de sus sentencias, sin que exista defensa contra ello. Finalmente es importante recordar la vinculación entre justicia y misericordia, pues la aplicación de ésta no significa que aquella sea superflua, pues quien se equivoca deberá expiar la pena.[12]
Si la familia es el punto de partida de la misericordia, una forma concreta de erradicar la misericordia en el mundo, es destruyendo a la familia. La problemática actual no sólo gira en torno a la familia en crisis, sino al proyecto concreto, a partir de la ideología de género, para destruir a la familia en lo que ella es. Se trata de una falacia ideológica, denunciada por el Papa Benedicto XVI[13] como una nueva filosofía de la sexualidad que ya no reconoce en el sexo un elemento del hombre preconstruido por la naturaleza, sino un papel social del que se decide autónomamente, generando con ello una revolución antropológica que niega al Creador y disuelve la familia.
Como consecuencia de lo anterior, ha surgido una dictadura de los promotores de la agenda lésbico gay que cancela el derecho humano a la libertad de expresión y a la libertad religiosa acosando y silenciando tanto en los púlpitos cono en la política, a quienes por su fe o sus convicciones, proclaman y defienden con los textos bíblicos en mano, o a partir de la visión del orden natural, la naturaleza humana, la familia, la patria potestad, entregando a la niñez al Estado y su imposición ideológica, por lo que la participación política se convierte en una exigencia para frenar esta dictadura.
La pérdida del sentido de la dignidad humana ha favorecido desde tiempos remotos la esclavitud, considerando inferiores o hasta casi animales, a los vencidos o a los diferentes. El mundo moderno, que tanto proclama la igualdad y la libertad, ve con asombro, pero casi con pasividad, la aparición de nuevas esclavitudes laborales, sexuales o mediante el tráfico de personas. Al mismo tiempo, lejos de dar techo al peregrino, se erigen barreras para los migrantes forzados por carencia de medios de subsistencia, persecuciones políticas o guerras. Se viola de esta manera el derecho al libre tránsito como parte de los derechos humanos, con barreras erigidas por el egoísmo de sociedades opulentas que no quieren compartir con otros su bienestar y no dudan abandonarlos a la muerte en las peores condiciones.
La misericordia no exime de proclamar la verdad. Por el contrario la exige. El pluralismo actual no significa callar ante el error, sino respetar al errado y amarlo. La Iglesia debe profesar y proclamar la misericordia divina en toda su verdad e invitar a la conversión. Le corresponde denunciar las amenazas que al hombre la Iglesia las examina a la luz de la verdad revelada por Dios. Por ello, ante el prevaleciente relativismo de nuestro tiempo, el Papa Benedicto XVI nos ha invitado a exponer y vivir la verdad con caridad, y a ejercer la caridad desde la verdad.[14]
El campo de acción de la misericordia, es decir, del amor de Dios a los hombres no se limita a la esfera individual. Cuando el Papa Paulo VI proponía la civilización del amor, al que debían tender todos los esfuerzos en el campo social y cultural, lo mismo que económico y político, indicó que esto no se conseguiría sin la búsqueda de un mundo más humano, y a partir, “únicamente si introducimos en el ámbito pluriforrme de las relaciones humanas y sociales, junto con la justicia, el “amor misericordioso” que constituye el mensaje mesiánico del evangelio”. Este es deber de la Iglesia y, por tanto de todos los que la constituimos. El camino para lograrlo, ha dicho el Papa Francisco, es la política, porque ella se ocupa del bien común. «Involucrarse en la política es una obligación para un cristiano» dijo en junio de 2013 ante alumnos y ex alumnos de los colegios jesuitas, a quienes recordó lo dicho por sus predecesores: «la política es una de las formas más alta de Caridad, porque busca el Bien Común», por lo que ella es una vocación que supera la adversidad y el cansancio.
La vigencia plena de la misericordia se logra en la construcción de una civilización cristiana fundada en el humanismo que, como ha señalado el Papa Francisco, “podemos hablar de humanismo solamente a partir de la centralidad de Jesús, descubriendo en Él los rasgos del auténtico rostro del hombre. Es la contemplación del rostro de Jesús muerto y resucitado la que recompone nuestra humanidad, también la que está fragmentada por las fatigas de la vida, o marcada por el pecado”. Cristo es quien revela el hombre al hombre. Por eso señaló el Papa Paulo VI en la Populorum progressio y lo siguió el Papa Benedicto XVI en Caritas in veritate, el verdadero humanismo es el cristiano y sólo a partir de él se puede construir la civilización del amor.
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[1] S. S. Francisco, Laudato si, No. 231
[2] Cfr., San Juan Pablo II, Dives in misericordia, N. 11.
[3] Ibídem.
[4] S. S. Francisco, Amoris Laetitia, N. 27
[5] Ibíd. N. 290
[6] Dives in misericordia, N. 12.
[7] Centesimus annus. N. 57
[8] Francisco, Misericordiae vultus, N. 15.
[9] Ibíd.
[10] Ibídem No. 8
[11] Dives in misericordia, N. 12
[12] Misericordiae vultus, N. 21.
[13] Discurso a la Curia Romana el 21 de diciembre de 2012.
[14] Cfr. Encíclica Caritas in veritate.